Por REDACCION
Hasta que la corrupción no desaparezca de nuestras prácticas políticas instaladas, el cuerpo social de nuestra sociedad seguirá anémico, desangrándose por el lacerante efecto de cientos de ácaros que absorbiendo nuestro esfuerzo nos dejarán día a día con menos ideales, gastados, entregados a las fuerzas externas, sin carácter ni banderas.
En su documento más reciente, la declaración "Felices los que trabajan por la paz", los obispos argentinos en la CEA, declaraban sobre este flagelo: “La corrupción, tanto pública como privada, es un verdadero ‘cáncer social’ (EG 60), causante de injusticia y muerte. Desviar dineros que deberían destinarse al bien del pueblo provoca ineficiencia en servicios elementales de salud, educación, transporte. Estos delitos habitualmente prescriben o su persecución penal es abandonada, garantizando y afianzando la impunidad. Son estafas económicas y morales que corroen la confianza del pueblo en las instituciones de la República, y sientan las bases de un estilo de vida caracterizado por la falta de respeto a la ley”. Más claro imposible.
La corrupción en la administración pública es el reinado del todo vale. Se instala convirtiéndonos en un país de segunda a los ojos del mundo, indigno, sin leyes ni valores. Entregados al mejor postor como en un triste juego del destino protagonizado por traidores a la patria. Algo así como Judas sociales, hipotecando el patrimonio y futuro de la Nación a veces con contratos leoninos que nos desfavorecen, como el hasta ahora secreto contrato con Chevron por Vaca Muerta. Entrega de riquezas por monedas, en prebendas institucionalizadas como Jaime, María Julia, Amado, Felisa y tantos ejemplos que jalonan nuestro último decenio.
En su libro “La Corrupción” de 1993, el abogado, periodista y docente Mariano Grondona decía que “se trata del propio Estado, que de ser un severo recolector de impuestos y distribuidor de sanciones pasó a convertirse en una maquinaria de hacer y recibir favores; de los grandes grupos económicos, que descubrieron la vulnerabilidad económica y moral del funcionario argentino e hicieron de la corrupción sistemática una clave de su estrategia de expansión”.
Desde el gobierno de Miguel Angel Juárez Celman -presidente entre 1886 y 1890- hasta el de Cristina Kirchner, ambas serán administraciones tristemente célebres como emblemas de corrupción. La última con algún récord, como el primer vicepresidente de la Nación varias veces procesado y citado a juicio oral y público para este 2015. Boudou, espanto de Belgrano y San Martin de haberlo conocido. Cambalache discépoliano: la Biblia junto al calefón.
Al responder la pregunta de “¿Cuál es el mal argentino?”, en una entrevista publicada por Clarín en pleno califato de Carlos Menem, Mariano Grondona contestó sin dudarlo: la corrupción. Y desarrolló magistralmente su esencia: “El mal que nos falta superar para estar en la otra orilla, es la corrupción. La corrupción es esto: es la solución perversa de un conflicto de intereses, entre el interés que está a nuestro cargo y que no es nuestro (como cuidar del bien público), y nuestro interés personal. Cuando esas dos opciones entran en conflicto, y este se resuelve con la sustitución de un interés público por uno personal, hay un acto de corrupción”.
“La corrupción está -prosiguió- y la democracia la revela. Hay que combatir la corrupción como si se fuera a derrotarla. La democracia se falsifica con la corrupción. El despotismo es corrupto por definición”.
Datos del flagelo ya hay en los inicios de nuestra historia. Según Felipe Pigna en su libro “Los mitos de la historia argentina”, el 2 de septiembre es el Día de la Industria en Argentina. Y qué paradoja, ya que -dice Pigna-, “es todo un símbolo del ‘ser nacional’”; ya que para “homenajear a la industria nacional elegimos la conmemoración de un hecho delictivo; concretamente un episodio de contrabando”. Aquel 2 de septiembre de 1587 zarpó de Buenos Aires la carabela San Antonio que “llevaba en sus bodegas un cargamento fletado por el obispo Fray Francisco de Vitoria (...) dentro de inocentes bolsas de harina se encontraban camuflados varios kilos de barras de plata del Potosí, cuya exportación estaba prohibida. Es decir que la ‘primera exportación argentina’ encubrió un acto de contrabando y comercio ilegal”, escribió el historiador.
“Para construir una sociedad saludable es imprescindible un compromiso de todos en el respeto de la ley. Desde las reglas más importantes establecidas en la Constitución Nacional, hasta las leyes de tránsito y las normas que rigen los aspectos más cotidianos de la vida", dicen los obispos argentinos 428 años después del fundacional episodio.
Este es el remedio que deberán aportar las nuevas generaciones.
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