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Editorial Sábado 18 de Diciembre de 2010

La Navidad en tiempos de cólera

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Silvia Peralta

Por Silvia Peralta

“La revancha civil es a veces peor que la guerra” escribe Manuel Leguineche en su libro "La destrucción de Gandhi" al tratar de plasmar el estado psíquico de la sociedad de la India en sus años inmediatamente anteriores al acuerdo con Gran Bretaña por su independencia. Tal como después lo descubriría la misión diplomática británica formada por Stafford Cripps, Lawrence y Alexander en marzo de 1946, en aquel grupo social, los puntos de vista hindúes y musulmanes chocaban tan frecuentemente entre sí que eran irreconciliables.
Por lo tanto el gran enemigo de India más que externo era interno. Por supuesto que dicho estado de enfrentamiento se reflejaba a nivel parlamentario. En tal aspecto, las “estrellas” eran dos abogados. Por un lado estaba Mohandas Gandhi -quien presidía el Partido del Congreso Nacional. Por el otro estaba Alí Jinnah quien dirigía la Liga Musulmana. Durante las negociaciones anteriores a la independencia –y con el fin de plantear un futuro de cooperación hindú-musulmana- Gandhi hasta le había ofrecido a Jinnah el cargo de primer ministro. Pero no había nada que hacerle. La genética de la historia musulmana, enfrentaba. No conciliaba. Ni negociaba.
Y a qué genética nos referimos? A un espíritu de enfrentamiento que ya desde el vamos estaba presente por ejemplo en la “Canción del Musulmán”. Que dice: “China es nuestra. Arabia es nuestra. India es nuestra. Somos musulmanes y nuestra patria es el mundo entero. Nuestro pecho es depositario de la unidad de Dios, y es imposible borrar nuestro nombre y nuestra huella. Hemos crecido a la sombra de la espada …” De esa espada se hacía eco el elegante y huraño Alí Jinnah, legendario por sus ataques de cólera. El blandía entonces, una espada encargada de vociferar al planeta lo fundamental que en la historia universal resultaba el Islam, con sus conquistas, religión y cultura. Desde los años 30 (y en una India abocada a la búsqueda de su independencia) dicho fundamentalismo creció sobre todo en su arista intelectual. Lo hizo de modo solapado pues los musulmanes eran grandemente superados por el 70% hinduista. Los encargados de mantenerlo y expandirlo fue un grupo universitario de musulmanes indios en la Universidad de Cambridge. Era un grupo del cual, y desde su temprana juventud militante, Jinnah se había erigido en vocero. Posteriormente -en épocas de la segunda guerra mundial- tal célula fundamentalista optó por recurrir a acciones terroristas.
Los jóvenes universitarios tenían un sueño: un país personal. Un país cuyo nombre (Pakistán) compusieron en 1933. Dicho vocablo tenía una doble connotación. En lenguaje urdu significa "el país de los puros". ¿Puros? Sí. Puramente musulmanes. Sin hinduistas. Sin desacuerdos ni disparidad alguna. Pero a la vez Pakistán resultaba ser una sigla. Un nombre que es un anagrama con la P de Panjab, la A de Afghania, la K de Kashmir o Cachemira, la I de Irán, la S de Sind y la T de Turkaristán, Con respecto a la terminación Tan es un sufijo propio del mundo islámico que simboliza a Beluchistán y Afganistán. El 15 de agosto de 1947 cesó el dominio inglés y adquirieron vida propia los dos nuevos estados de India y Pakistán. Los “puros” habían hecho realidad su sueño. Para lo cual tiraron como basura los consejos de Mahatma Gandhi. Quien había dicho “Estoy totalmente en contra de la partición. Vais a hacer jirones el país. Vais a instalar a un hermano enemigo a nuestras puertas. Es preciso que permanezcamos unidos entre nosotros. La India tiene necesidad de todos sus hijos, tanto hindúes como musulmanes. Construyamos un Estado fraternal”.
La democracia pudo mantenerse en la India más allá de todos sus vaivenes. Y en la actualidad su economía está en franca expansión. No fue así con la democracia en Pakistán. Ella cayó en medio de la agitación, el caos social y la bancarrota. Los conflictos nacidos de una endémica crisis económica, necesitaron “mano dura”. Las botas lograron restaurar la gobernabilidad. Su primer dictador (Ayub Khan) un militar elemental, justificaba intelectualmente su permanencia y concentración de poder diciendo “Democracy cannot work in hot climate” (la democracia no funciona en los países de clima cálido).
Y aquí estamos nosotros. Con nuestro clima cálido y nuestro estado psicológico de revancha civil, tratando de poner a prueba la teoría de Ayub Khan. Nosotros. Un grupo social cuya genética histórica fundamentalista -proveniente de golpes de estado y terrorismo- instaló una actitud de enfrentamiento crispado que fragiliza cotidianamente la democracia. Pues nos pone tan “en pie de guerra”, que hace que la comunicación del punto de vista personal o de las necesidades sea a través de gritos, reproches, boicots, piquetes, paros o insultos. Hecho que no solo se refleja a nivel de nuestro estancado parlamento. Sino también en los medios. Lo cual manifiesta una endémica falta de empatía y de conciliación con el otro. Indisimulable. Aún a pocos días de Navidad. Para colmo de males, la publicidad nos manipula hacia un consumismo indiscriminado que nos “desalma” y, en vez de impulsarnos hacia decisiones inteligentemente pensadas, nos perpetúa en la inmadurez y exacerba el ego despertando el resentimiento de los que menos tienen.
Y es el ego precisamente, el que –abortando nuestro espíritu- divide. Discrimina. Rotula. Juzga. Impide la empatía y la comprensión del punto de vista del otro. Pues nos dice al oído que para ser o estar mejor, con ese otro debemos compararnos. Y competir si nos “hace sombra”. O ignorarlo. Pues, como no tiene nada que ver con nosotros, estamos separados. Siempre. Y ahí está la clave. Porque ese alejamiento psíquico de los “él” -de nuestros prójimos-próximos- nos lleva a que por extensión, nos alejemos de El, de Dios.
Quiera entonces que El -que en este tiempo de Navidad vuelve a nacer- ilumine con su luz nuestro espíritu. Para poder vernos conectados. Para que cada vez que veamos a otro ser humano luchando por sobrevivir, luchemos con él tendiéndole nuestra mano en cambio de retraerla. Para que sustituyamos la competencia por cooperación. Para que, poniendo el alma a flor de piel, logremos comprendernos más y, desarrollando nuestra empatía, nos sintamos más iguales entre nosotros. Porque todos estamos en la misma. Luchando con nuestros propios miedos y heridas, con nuestras inseguridades y preocupaciones. Porque todos abrigamos ansias de renacer. Para vivir una vida mejor.

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