Por REDACCION
Cada 17 de junio se celebra el Día Mundial para Combatir la Desertificación y la Sequía con el fin de concienciar acerca de las iniciativas internacionales para combatir estos fenómenos. Esta fecha nos brinda una oportunidad única para recordar que se puede neutralizar la degradación de las tierras mediante la búsqueda de soluciones, con una firme participación de la comunidad y cooperación a todos los niveles.
En 1994, la Asamblea General de las Naciones Unidas declaró oficialmente esta fecha de celebración como instrumento para fomentar medidas en contra de la desertificación y la sequía. Este mismo año, se creó la Convención de las Naciones Unidas para la Lucha contra la Desertificación para trabajar mundialmente en programas de acción para frenar el creciente deterioro de los suelos a causa de estos dos fenómenos.
Según define las Naciones Unidas, la desertificación es la degradación de la tierra en las zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas que está causada fundamentalmente por la actividad humana y las variaciones climáticas. Cabe aclarar que este proceso no hace referencia al avance de los desiertos existentes. La desertificación se debe en gran medida a la vulnerabilidad de los ecosistemas de zonas secas, que cubren un tercio de la superficie del planeta, a la sobrexplotación y el uso inadecuado de la tierra. La pobreza, la inestabilidad política, la deforestación, el sobrepastoreo y las malas prácticas de riego afectan negativamente a la productividad del suelo que gradualmente va perdiendo su capacidad de producción.
Con motivo del 25º aniversario de la adopción de la Convención de Naciones Unidas contra la Desertificación (CLD), el Día Mundial de Lucha contra la Desertificación y la Sequía, pone este año de relieve los progresos globales en materia de gestión sostenible del suelo.
En el marco de una mirada optimista, la ONU se pregunta si podemos imaginar un mundo donde los avances contra la degradación del suelo nos ayuden a frenarla completamente y a reducir la pobreza global, mejorar la seguridad alimentaria y del agua, y a progresar en la mitigación y adaptación al cambio climático.
De todos modos, la organización ambientalista Greenpeace alertó sobre el avance extremo de la sequía en el mundo y las complejas consecuencias que tendrá en los próximos años en caso de no revertirse los procesos de degradación del suelo. En este sentido, la ONG advirtió que, en el 2025, se estima que 1.800 millones de personas en el mundo enfrentará una situación de escasez absoluta de agua, mientras que unos dos tercios de la población del planeta no dispondrán de suficientes recursos hídricos. Para Estefanía González, coordinadora del área de campañas en Greenpeace Andino, se trata de una de las situaciones medioambientales con más consecuencias palpables para la humanidad pues se estima que la degradación de los suelos, la falta de agua y el avance de la desertificación generará más muertes y desplazamientos forzados que cualquier otro tipo de desastre natural.
De acuerdo a distintas estimaciones, para el 2045 se cree que unas 135 millones de personas habrán debido desplazarse desde donde viven a consecuencia de esta nueva realidad medioambiental marcada por la desertificación. En general, las diferentes actividades relacionadas con el uso intensivo del suelo representan casi el 25% de las emisiones globales de CO2, por lo que las medidas de mitigación y de recuperación de extensas zonas resulta clave en el combate contra el cambio climático.
En Argentina, según fuentes oficiales, las tierras secas ocupan el 75 % del territorio nacional y se ven afectadas por la industria agropecuaria, la deforestación y el uso inadecuado de los recursos hídricos. Nuestro país cuenta con un Programa de Acción Nacional, dependiente del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sustentable, que lleva adelante estudios y actividades en torno a esta problemática. El INTA está fuertemente comprometido con este objetivo y, en este sentido, lleva adelante un trabajo continuo de capacitaciones, seminarios y actividades para mejorar el uso y gestión de los suelos e impulsa las buenas prácticas agrícolas para un desarrollo sustentable de nuestro país.
Según el INTA, la desertificación no constituye un problema aislado, sino que está relacionada con el cambio climático, la conservación de la biodiversidad y la necesidad del manejo sustentable de los recursos naturales. Los vínculos entre estos aspectos y los socioeconómicos son cruciales, pues implican un desequilibrio entre el sistema de recursos naturales disponibles y el sistema socio-económico que los explota.
Además, en el país funciona el Observatorio Nacional de la Degradación de Tierras y Desertificación, que tiene como objetivo principal brindar información relativa al estado de situación, las tendencias y los riesgos de la degradación de tierras y la desertificación, con el fin de elaborar recomendaciones referidas a la prevención, el control y la mitigación, para mejorar la toma de decisiones en torno a la gestión ambiental a nivel público y privado.
Estas redes de instituciones configuran una estrategia clave para luchar contra la sequía y la desertificación en un país cuya estructura económica depende en grado sumo de lo que sale de la tierra.
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