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Editorial Martes 19 de Febrero de 2013

Iglesia conmocionada

En su última liturgia pública, el renunciante Papa Benedicto XVI, les pidió a los miembros de la Iglesia "superar individualismos y rivalidades".

Redacción

Por Redacción

Tanto o mayor sorpresa que el anuncio de la renuncia que presentará el último día del mes de febrero el Papa Benedicto XVI fue la causada dos días después cuando el miércoles de Ceniza en el comienzo de la Cuaresma, pronunció un mensaje en la que fue su última liturgia pública al reclamar a los cardenales -que quedaron turbados, ya que muchos de ellos fueron los directos receptores de dichos tan contundentes- que era tiempo de "reflexionar" sobre cómo "el rostro de la Iglesia es a veces desfigurado por ataques contra la unidad y divisiones del cuerpo eclesial".

Realmente, este Papa que pone fin a 8 años de estar al frente de la Iglesia y que tuvo durante ese período tropiezos muy importantes, se retira con estruendo. Es que, por primera vez en los últimos 588 años se produjo la renuncia al cargo, ya que siempre había sido la desaparición física el motivo para designar sucesor, pero además, y volviendo a sorprender de manera estruendosa, pocas horas después se despachó con esta denuncia al mundo de las rencillas que se producen dentro de la Iglesia, con divisiones y constantes luchas por el poder, desnudando lo que era conocido e incluso puesto en evidencia por muchos prelados, pero jamás por un Papa, no dejando en consecuencia resquicio a ninguna duda.

Los cardenales que estaban escuchando el último sermón de Benedicto XVI, a medida que iba avanzando en sus expresiones, según dicen iban tomando en sus rostros el color violeta de sus vestimentas. Es que muchos de ellos, fueron claramente aludidos pues fueron los que acosaron al Papa alemán durante su papado de 7 años y 10 meses, posiblemente apresurando su decisión del retiro, aunque la justificación de su estado delicado de salud haya sido la utilizada. Algo que, ejercido por muchos otros que lo precedieron, no impidió que continuaran ejerciendo el cargo hasta último momento.

Fue un momento inédito para la Iglesia moderna, viviéndose momentos de suma tensión, ya que el anciano prelado exhortó a "superar individualismo y rivalidades", ya que eso constituiría "una señal humilde y preciosa para aquellos que están alejados de Dios". Pero mucho más directo y severo fue al decir que "el verdadero discípulo no se sirve a sí mismo o al público sino al Señor. Nuestro testimonio será más incisivo cuando menos busquemos nuestra gloria".

"En nuestros días -siguió el Papa ante la turbación de los cardenales que no sabían cómo reaccionar- muchos están dispuestos a destrozar sus ropas frente a los escándalos y los injusticias, naturalmente cometidos por los demás, pero pocos parecen disponibles a actuar sobre el corazón de su propia conciencia y sus propias intenciones, dejando que el Señor transforme, renueva y convierta".

Se trata sin dudas de algo que deberá constituirse en un quiebre para la Iglesia, debiendo recomponer muchas de estas situaciones generadas por las ambiciones personales en detrimento de los verdaderos objetivos de servir al Señor, que el Papa puso en blanco sobre negro antes de su retiro. Lo cual, es muy probable que ahora trate de cubrirse, o bien de reducir sus efectos, como ha sucedido con muchas otras cosas, aunque por la magnitud de la conmoción causada y por quien lo dijo, no habrá muchas argumentaciones en tal sentido, sino, sólo dejar que corra el tiempo y que las correcciones que indefectiblemente deben hacerse, vayan alcanzando su cometido.

Uno de los teólogos más respetados del cristianismo, el alemán Hans Kung -quien junto al renunciante Joseph Ratzinger fue destacado en el Concilio Vaticano II, aunque luego de retiró de su lado por su extremo giro conservador-, sobre lo ocurrido dijo que "la Iglesia católica, esta gran comunidad de fe, se encuentra gravemente enferma. Padece bajo el sistema de dominación romano que, contra toda resistencia, se consolidó durante el siglo XX y perdura hasta la fecha", agregando respecto a los religiosos "son humanos, demasiado humanos", aunque esto expresado "en forma positiva, significando que tales instituciones y constituciones -también el papado, él en especial- son modificables, básicamente reformables. Así pues, el papado no tiene que ser eliminado, sino renovado en el sentido de un servicio petrino de inspiración bíblica. Lo que sí debe ser eliminado es el medieval sistema romano de dominación".

Sin dudas, la Iglesia vive un momento muy delicado, del que deberá esforzarse para emerger.

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