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Editorial Lunes 19 de Marzo de 2012

Fútbol y violencia

El barra brava comienza siendo un hincha que tiene amor por su equipo pero deja de serlo cuando nace un vínculo por el que puede obtener beneficios propios.

Redacción

Por Redacción

Los tibios intentos que se han desplegado en el país para neutralizar los niveles de violencia en el fútbol fracasaron sistemáticamente. Fútbol, negocio y barras bravas se combinan amenazando peligrosamente.

La dirigencia de los clubes y de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), liderada por el todopoderoso Julio Grondona, han sido incapaces de articular estrategias para frenar la acción de los violentos que, en no pocas ocasiones, están enquistados en las estructuras mismas de las instituciones.

Tampoco el Estado, mediante la intervención de organismos de distintos niveles, pudo encorsetar a los delincuentes que siempre aparecen y que parecen ser los dueños de la escena. De esta manera se producen enfrentamientos entre hinchadas rivales en las rutas cuando están en tránsito para asistir a los encuentros o bien se registran incidentes en las calles cuando, a partir de un mal resultado deportivo, se desata la ira colectiva que requiere la intervención policial.

El mal diseño de los operativos de seguridad por parte de las autoridades también ha sido otro de los factores para que se disparen incidentes en las proximidades de los estadios o bien, y esto principalmente en Buenos Aires, cuando se determina el camino que deben seguir las hinchadas para dirigirse hacia el lugar del partido sin tener en cuenta todas las variables.

Sin embargo, la historia muestra que este fenómeno no es reciente sino que surgió hace muchos años. En este sentido, en mayo de 1939 Luis López de 41 años y el niño Oscar Munitoli, de tan solo 9 años, perdieron la vida luego de que los agentes policiales realizaran disparos en un intento por controlar disturbios que se habían iniciado en una de las tribunas durante el partido que sostenían Lanús y Boca.

Desde ese momento la violencia se apropió del fútbol y mucho más en los 80, cuando se formatearon las barras bravas de los clubes, que no sólo defienden con pasión los colores sino están dispuestos a todo para proteger una red de negocios en general clandestinos que supieron montar. En este contexto, creció la figura de los jefes o “capos” de estas organizaciones hasta llegar a tener un reconocimiento social importante dentro de las propias hinchadas.

Alguna vez se propuso endurecer las penas para los violentos del fútbol, buscando castigos ejemplares. Pero nunca pudo construirse el consenso suficiente para que los legisladores sancionen un sistema especial para aplicar a los barras. La contribución de la tecnología es importante, pero no decisiva. Se procedió, en determinados clubes, a instalar cámaras de seguridad, sistemas de ingresos a través de molinetes para aumentar el control del público

Paralelamente a ser los amos y señores de los clubes, con acceso a los jugadores para apretarlos en caso de ser necesario o bien para reclamarles aportes económicos, los barras se transformaron en fuerzas de choque para la política o para el sindicalismo. En cierto modo mutaron a una “patota” que copaban los actos o mitines llevando el bombo y las banderas, es decir mudando los elementos propios del folclore del fútbol a las concentraciones de los partidos políticos o candidatos.

En un trabajo muy didáctico, la Defensoría del Pueblo de la Provincia de Santa Fe abordó esta temática señalando que la violencia en el fútbol es un problema social. Y después efectúa una distinción entre el simpatizante y el barra brava. En este sentido, sostiene que “el barra brava se define por una relación económica y/o política con el club y agentes extras (dirigentes, políticos, jugadores, técnicos, etc.). Es decir, el barra brava comienza siendo un hincha que tiene amor por su equipo pero deja de serlo cuando en esa relación de afecto se abre paso a un vínculo por el que puede obtener beneficios propios”.

Al avanzar sobre las culpas de los hechos violentos en el fútbol, expresa: “No sólo son responsables los barra bravas, dirigentes, jugadores, técnicos, policías, árbitros y miembros de la AFA, etc., sino que también las personas que asisten a la cancha, tienen cierto grado de responsabilidad ya que muchas veces insultan y se muestran indiferentes ante la gravedad de este problema”.

Y en el momento de proponer estrategias para erradicar a los violentos, el organismo provincial consideró que “para solucionar este problema complejo se necesita la participación de muchos actores de la sociedad, principalmente del Estado, ya que el mismo debe velar por la seguridad de todos los ciudadanos a través de políticas y medidas que permitan regular las conductas de los barra bravas y el comportamiento de jugadores, técnicos, árbitros y dirigentes”.

El ataque de la hinchada de Chacarita a un reducido grupo de dirigentes y simpatizantes de Atlanta y los posteriores enfrentamientos con la policía, la semana pasada, reaviva el debate en torno a una problemática que, pareciera, nunca tendrá fin en Argentina.

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