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Editorial Viernes 7 de Marzo de 2014

El poder absoluto

Nicaragua se ha convertido en un claro ejemplo de la frustración que resultó el sandinismo, que vino por la izquierda y hoy es contundente caso de autoritarismo.

REDACCION

Por REDACCION

Izquierda, derecha, centro, en definitiva parecen importar poco las ideologías al momento de controlar el poder. Ese es al menos el caso de Nicaragua, donde en la década del '70 el sandinismo encarnó la ilusión de casi todo el pueblo de alcanzar la liberación del sojuzgamiento al que estaba sometido desde hacía largo tiempo por parte de un grupo de terratenientes que contaban con el respaldo de los Estados Unidos.

Luego de una encarnizada lucha, en 1979 el sandinismo logró derrocar la dictadura de la familia Somoza, que controlaba con extrema rigidez el país desde 1934. Así fue como se puso en marcha la reforma agraria, la alfabetización y se confiscó la fortuna del dictador Anastasio Somoza, calculada en cerca de la mitad de toda la riqueza del país. Luego de un interregno en el cual volvieron algunos gobiernos de derecha de claro signo conservador a los que se consagró mediante el voto popular luego de una serie de fracasos y frustraciones de la administración revolucionaria, el sandinismo retornó al poder en Nicaragua con Daniel Ortega como presidente, pulverizando prácticamente todas las instituciones republicanas y reponiendo casi todas las metodologías del autoritarismo, que fueron las que dieron sustento a la revolución de los años '70.

Como en otros varios países latinoamericanos, en algunos con objetivo conseguido a medias y en otros sin lograrlo aún habiéndolo intentado, Ortega acaba de hacer realidad el sueño de todo omnipotente, logrando que el Congreso al que tiene bajo su control, apruebe la reelección indefinida y además, otorgue mayores atribuciones al Presidente, que son ahora prácticamente ilimitadas.

El círculo fue girando y parece volver a unirse, pues desde el derrocamiento de la sanguinaria dictadura de Anastasio Somoza, ahora se ha llegado a esta autoritaria dictadura democrática de Daniel Ortega, con atribuciones que nada tienen que ver con la democracia ni con una República. Como vemos, remitiéndonos al comienzo, aunque varían en las metodologías y tal vez no sean comparables en ciertos aspectos, el objetivo final suele ser el mismo tanto cuando se proviene de la derecha como de la izquierda.

El sandinismo de hoy poco y nada tiene que ver con el surgido como una fuerza revolucionaria que iba a liberar a Nicaragua de las dictaduras que venían sucediéndose por varias décadas. Su sostén son los votos de quienes viven con subsidios y al amparo y protección del gobierno, con un falso signo progresista, atrapando así un clientelismo cautivo que le permita darle un barniz democrático a las actitudes autoritarias.

La poca riqueza generada en ese país centroamericano es acumulada ahora por quienes fueron partícipes revolucionarios en el comienzo de esta era, reemplazando así a los terratenientes del siglo pasado. Los ex comandantes y muchos de los principales jerarcas del gobierno viven como millonarios, en un país empobrecido.

Ernesto Cardenal, activista y poeta de la revolución, definió con precisión lo que ocurre, al sostener "el sandinismo de Daniel Ortega ya no es el sandinismo sino su traición".

Recordemos que Ortega había sido presidente en el lapso 1985-1990, para luego caer en las elecciones en que se unieron los dos candidatos liberales, retornando al poder en 2007 y en 2011 a pesar que la Constitución lo prohibía volvió a presentarse. Ahora, definitivamente allanó todas las barreras, que de todos modos no le había impedido ser reelegido hace tres años, en una demostración categórica de sus procedimientos de corte dictatorial. En ese momento fue la propia Corte Suprema, integrada por todos orteguistas y afines al régimen, determinó que la prohibición de postularse no era aplicable porque vulneraba sus derechos civiles.

El cambio que se introdujo ahora no sólo habilita indefinidamente la presentación de Ortega, sino que además eliminó la segunda vuelta electoral, ganando en primera instancia así sea por diferencia de un voto, lo cual favorece ampliamente las posibilidades del Presidente, quien dispone de todos los elementos a su favor, y en el caso de aquellos que pueden significarle una molestia, directamente los elimina ya que ahora cuenta con la autorización para gobernar por decreto, sin el control del Congreso.

Nicaragua, un ejemplo más del avance autoritario en Latinoamérica, aunque en otros países aparecen barreras que lo impiden.

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