Por REDACCION
Esta noche celebramos la Nochebuena reunidos de familiares y amigos, que en muchos casos nos vemos poco durante el año, sin olvidar que hay personas que están solas en el mundo cotidiano, siendo una buena oportunidad para reflexionar sobre esta fecha en forma personal y comunitaria.
El espíritu navideño de estos días se puede caer en la tentación que nos propone la sociedad del consumo de quedarnos anclados en los regalos solamente, compartir con los seres queridos, comer y tomar más que otras veces hasta la madrugada. ¿Y nada más?
"San José es sorprendente: nunca habla en el Evangelio: no hay una sola palabra de José en el Evangelio; y el Señor le habla en silencio, le habla precisamente en sueños. Navidad es preferir la voz silenciosa de Dios al estruendo del consumismo. Si sabemos estar en silencio frente al Belén, la Navidad será una sorpresa para nosotros, no algo que ya hayamos visto. Estar en silencio ante el Belén: esta es la invitación para Navidad. Tómate algo de tiempo, ponte delante del Belén y permanece en silencio. Y sentirás, verás la sorpresa", destacó el papa Francisco en la audiencia general del miércoles pasado en el Vaticano.
Pero es solamente eso o, en clave de fe, hay algo más profundo en el sentido de esta Navidad en la que el hijo de Dios se hace hombre en una familia de Nazaret hace más de dos milenios. Es la presencia de Dios que viene a iluminar las realidades más dolorosas y oscuras de nuestras vidas. Esta noche nos invita a practicar la contemplación, abriendo el corazón al misterio de Dios que se revela en lo pequeño de nuestra historia.
Por eso el ángel del Señor les dijo a los pastores: “No teman porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: en la ciudad de David, les ha nacido un salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Y junto con el ángel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial que alababa a Dios” (Lucas 2, 10-13).
Hay que dejarse iluminar con la estrella que nace en Belén para que la solidaridad y el amor nos hagan diferentes. Justamente, celebrar la Navidad es creer que la vida siempre tiene sentido y la muerte ha sido vencida con la luz de una nueva esperanza.
La Navidad debe ser una oportunidad para cuestionarnos sobre el sentido de la vida que está tan amenazada en nuestra sociedad de hoy con la niñez en riesgo desde el mismo momento de la concepción con proyectos a favor de la legalización del aborto (este año fue rechazado en el Congreso), el abandono de las personas mayores que nos dieron la vida, los jóvenes desorientados a causa de la esclavitud de las adicciones, la necesidad de crear puestos estables de trabajo en lugar de planes y subsidios permanentes del Estado.
El pesebre de Belén nos puede iluminar a discernir los interrogantes sobre el futuro, el sentido en definitiva de la vida eterna que solamente se encuentra en Dios. ¿Seguimos anclados en la soberbia de Herodes o meditamos la sencillez y humildad de los pastores y reyes magos, quienes fueron a descubrir al Niño que estaba en un establo?
En su mensaje navideño, el obispo diocesano Luis A. Fernández expresó que "la Navidad es el tiempo que nos ayuda a mirar hacia nuestro interior, a poner nuestra conciencia en la mirada de Dios y evaluar nuestras actitudes en nuestras relaciones y vínculos, y con el discernimiento que trae la paz de Belén, el nacimiento del Niño Dios, ponernos cada uno de nosotros ante lo definitivo de la vida, con aquellas preguntas que en la madurez de la vida no podemos eludir: ¿Quién soy? ¿Por qué existo? ¿Qué es la vida para mí? ¿Dónde pongo mi corazón? ¿Qué es lo central de la vida? ¿Qué significa ser feliz?".
Vivimos un alocado mundo del consumo desenfrenado, el egoísmo y la indiferencia frente a tantos hermanos necesitados, enfrentamientos sociales, guerras sin sentido y el secularismo que le da la espalda a Dios, quien envió a su hijo, nació en un pesebre de Belén y hoy nos sigue invitando a convertirnos de un corazón egoísta abierto a las necesidades del prójimo.
En este sentido, la fiesta de Navidad conjuga el pasado, el presente y los desafíos del futuro. Si nos dejamos guiar podemos miramos hacia el nacimiento de Jesús, en el que la salvación ya se ha manifestado. De esta manera, vivimos nuestro presente en el peregrinar por este mundo con sus luces y sombras, pero siempre rechazando el mal en cualquiera de sus manifestaciones. Y aguardamos con esperanza el futuro que Cristo algún día instaurará el Reino en forma definitiva, hay que saber esperar y tener paciencia.
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