Por REDACCION
La sociedad alemana está generando un amplio consenso político y social para favorecer la apertura de su mercado laboral a los trabajadores de fuera de la Unión Europea (UE).
Este es el significado, valioso como ejemplo para todas las economías europeas, de la reunión celebrada en Berlín en la que participaron el Gobierno, los sindicatos, los empresarios y los Estados federados para apoyar y desarrollar la ley que permitirá la entrada en el país de trabajadores extranjeros a partir del 1 de marzo de 2020.
La causa de este "cambio de paradigma laboral", como la definió la canciller Angela Merkel, es la falta de trabajadores cualificados en Alemania.
Los empresarios han cuantificado que el sistema económico alemán necesita en torno a 1,4 millones de trabajadores con preparación técnica media y alta.
Con una capacidad de decisión política encomiable, el Gobierno y las fuerzas sociales han tomado la iniciativa para cubrir el déficit de capital humano nacional con empleo extranjero.
Alemania ha entendido correctamente que el crecimiento de la economía y el mantenimiento de los altos niveles de bienestar dependen de la productividad, y que esta, en sustancia, es directamente proporcional a la cualificación técnica de los trabajadores, es decir, a la inversión realizada en capital humano.
Aunque en Alemania ya trabajan unos 2,5 millones de europeos, los empresarios han constatado que faltan casi 1,5 millones de operarios en industrias y servicios básicos, como la informática, la salud o la construcción.
La solución es, por pura lógica, llevarlos de la eurozona o de fuera de ella, a pesar de las dificultades administrativas que pueda acarrear este último caso.
Las estrategias económicas y laborales que funcionan mejor se fundamentan en dotar de la mayor formación posible a los trabajadores nacionales, aumentar su cualificación e incorporar su capacidad de creación de riqueza al PIB propio, y si en algún momento se detectan carencias en la cualificación de los empleos, importar la formación obtenida por trabajadores en otros países.
Este es el caso alemán. Desgraciadamente, no es el de otras naciones europeas, ya que los trabajadores formados y los profesionales cualificados tienen que colocarse en otros países, que son los que se benefician del adiestramiento obtenido en diferentes estados, muchas veces con dinero público.
Este es uno de los graves problemas, por ejemplo, del sistema económico español, con aires de tragedia generacional, que solo podrá corregirse con una política que conceda prioridad a la inversión en capital humano y a la consolidación de empresas capaces de retener el talento.
La iniciativa favorece también la percepción de Alemania como una sociedad integradora, favorable a la acogida de los trabajadores formados. No es un efecto menor cuando por Europa se desata la histeria xenófoba, cuando no directamente racista, partidaria de construir muros de contención al flujo de trabajo y empleo.
El repliegue de la economía dentro de las fronteras nacionales tiene ya, de hecho, consecuencias para los países afectados por un descenso vegetativo de la población. La entrada de emigrantes, si pueden ser cualificados, es la mejor política contra este problema.
El desafío es cómo poner en marcha el modelo económico que debe salvar el mundo. Alemania lidera el cambio de paradigma hacia la economía circular para que empresas y trabajadores puedan tener la satisfacción de tener más vencedores que vencidos. (Fuente: diario "El País", España).
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