Por REDACCION
La Argentina de hoy día bien podría ser representada por un barco, viejo, desvencijado y sin mantenimiento, que se encuentra en altamar a merced de una tormenta de gran magnitud, cambiante, que golpea con fuerza la cubierta y cada pedazo de la nave. Quizás hasta podría decirse que ese barco argentino sometido a los rigores del mal clima es de papel, con todo lo que eso significa. A la fragilidad, entonces, de ese navío se suma los problemas de la tripulación y la sensación de que está a la deriva, con un capitán que sólo pide resistir, que jura que está haciendo todo lo necesario para mejorar pero no tiene más elementos para sembrar esperanza. Apenas su palabra, nada más. Es la única herramienta que posee para luchar contra las olas cada vez más violentas, representadas por los indicadores como la pobreza, que aumentó al 32 por ciento a finales del año pasado, el desempleo que también subió o la recesión de la economía, que ya va por nueve meses. Hace cuatro años, en tiempos de campaña, quienes hoy gobiernan levantaron las banderas como pobreza cero y la confianza en derrotar a la inflación, entre tantas otras. Pero esa confianza exhibida antes de subir al barco ya no es tal, la tripulación se revela y la tormenta hace el resto mientras crece esa sensación de que se está a la deriva, sin saber qué hacer para mantener la nave a flote.
Esta es la foto del país por estos días. El dólar tiene el poder, es la tempestad. En este contexto, proliferan los conflictos laborales en las empresas, que despiden personal o directamente baja sus persianas. Inquieta a los trabajadores este escenario porque la tormenta no termina y va dejando gente fuera del barco, porque se han resignado a comprar menos con su salario -para aguantar, como piden los de arriba- pero así y todo no es suficiente, también pueden perder su empleo. El consumo no reacciona, está por el piso y arrastra a buena parte de la industria, que usa en promedio poco más de la mitad de su capacidad instalada para producir aunque en algunos casos apenas el 30 y pico por ciento de la misma, como el sector textil, o menos aún como el automotriz.
El Gobierno nacional, obligado por el acuerdo con el FMI a alcanzar el déficit cero, debe ajustar su enorme gasto porque en medio de la crisis y la recesión la recaudación impositiva cae y la posibilidad de aplicar nuevos tributos es nula, nadie aguanta nuevas cargas. Así, surgen síntomas de ese ajuste como los problemas con la provisión de vacunas para los hospitales, que no llegan como debiera, o los planes para achicar estructuras, como las del INTA, el instituto que aporta valor al campo, el sector estratégico al que todos le prenden una vela para que le vaya bien y derrame esa bonanza sobre el resto.
Los rumores de ese achique del organismo tomaron formas en sus decenas de estaciones diseminadas en todo el país y ya hicieron escala en el Congreso. Los diputados de la Nación Daniela Castro, María Emilia Soria y José Luis Gioja enviaron al Poder Ejecutivo un pedido de informe para que expliquen las versiones sobre la disminución de la estructura del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria, que involucraría cierres de los Institutos de Investigación y Desarrollo Tecnológico para la Agricultura Familiar (IPAF) “Cuyo”, “NEA” y “Patagonia”; como así también sobre la posibilidad de que cierren 15 Agencias de Extensión Rural y que se realizaría una disminución del 25% en la estructura de la Dirección Nacional del INTA del que dependen.
Este organismo que tiene una reconocida estación experimental en Rafaela sufre desde hace tres años recortes en sus partidas presupuestarias y la reducción de su planta de personal. Como dice el principal gremio de los empleados, Apinta, el organismo posee autarquía financiera y operativa pues cuenta con asignaciones específicas para evitar las decisiones discrecionales de los gobiernos de turno. Pero parece no ser suficiente.
Al pintar un panorama casi dramático, el gremio remarca que la suma del deterioro salarial con la falta de expectativas de poder continuar con las actividades de investigación y desarrollo tecnología, plantea la posibilidad de que muchos profesionales cuya formación demandó un esfuerzo económico considerable para la sociedad, inicien un proceso de abandono de la institución. El resultado de esta serie de consecuencias que se registran a partir del ajuste es un estado -que también alcanza a otros organismos estatales- de parálisis de las actividades de la institución. Todo este contexto está llevando al INTA a un estado de parálisis.
Lo que sucede en este organismo, clave para el desarrollo productivo de regiones como Rafaela, genera un contraste llamativo entre lo que se dice y lo que se hace desde las altas estructuras del gobierno nacional. Porque se pide por la cultura del aguante ante la crisis, pero al mismo tiempo se encamina a dejar argentinos sin trabajo.
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