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Editorial Domingo 27 de Febrero de 2011

Drama del hambre

Los pueblos originarios han sido olvidados por los gobiernos. La comunidad wichí en Salta, que sufrió la muerte de varios niños por falta de alimentación, es uno de ellos. Castigados por el agua contaminada y el mal de Chagas, ahora también por el hambre.

Redacción

Por Redacción

Drama del hambre

Uno de los peores flagelos es el hambre, sin términos tibios, pues tan real como es este drama debe mencionarse para poder enfrentarlo, y además, tener posibilidades de éxito. La comunidad salteña de los aborígenes wichí está sufriendo el azote de la miseria, del olvido y la marginación, cobrando notoriedad pública por los muchos niños que fallecieron por desnutrición, con la admisión de padres impávidos que dijeron no tener qué darles de comer, mientras que los funcionarios -muchísimo peor aún- afirman no contar con los medios ni los recursos para buscar soluciones. Justo, en un país que produce alimentos para 300 millones de personas, mientras que aquí sólo somos 40 millones.

Lo que está de por medio, y no viene de ahora sino desde siempre, con lo cual la responsabilidad del actual Gobierno -salteño en primer lugar y luego el nacional- es compartida a través de todas estas décadas recientes, por haber dejado a esta comunidad en el olvido más profundo, bajo un desamparo absoluto, y empeorando sus condiciones y posibilidades de sobrevivencia mediante la permisividad del arrasamiento de bosques, con una casi feroz deforestación, que fue dejando a estas poblaciones indígenas sin la alternativa de su fuente de vida, ya que en esos bosques hoy reducidos cazaban y se proveían de frutos de su vegetación, además de otras posibilidades como la leña.

Tanto se ha hablado recientemente de los pueblos originarios, que en realidad cabe formular la pregunta ¿qué se ha hecho por ellos?, y justamente en Salta, tal vez la provincia con mayor cantidad de población aborigen, prácticamente ninguna de las políticas públicas los ha tenido en cuenta. Salvo, y esto debe también decirse, el clientelismo para los tiempos electorales, que es cuando estas comunidades son fáciles y tentadoras presas para los junta-votos.

Luego de tanta persecución y explotación, la comunidad wichí es una de las más numerosas con cerca de 70.000 miembros que se diseminaron por las provincias de Salta, Formosa y el Chaco. Se calcula que casi la mitad de ellos son niñas y niños, ya que los mayores mueren jóvenes, pues son diezmados por una vida sacrificada y llena de esfuerzo, con mala alimentación y casi sin recibir atención por su salud. Aunque claro, cuando la hambruna arrasa como ahora, los más afectados son los más chicos, que vienen arrastrando una gravísima situación desde mucho tiempo atrás, y al no recibir un tratamiento adecuado y con la prolongación que sus deficientes estados exige, es cuando ocurren estos fallecimientos que conmocionaron a toda la Argentina, y especialmente al mundo. Por inaceptables e inadmisibles en el país de los alimentos.

Desde siempre tuvieron flagelos que los diezmaron, como el agua contaminada o el mal de Chagas -enquistado por las vinchucas en sus ranchos-, pero nunca antes como ahora por la falta de comida. Tal como lo hemos dicho, y lo reiteramos, el hábitat natural de estos pueblos, es decir el monte, fue arrasado por la mano del hombre, dejándolos sin posibilidades de sobrevivencia. Consecuentemente, ahora continúan muriendo por el mal de Chagas y el agua contaminada, pues ninguno de esos problemas fue solucionado ni mucho menos, pero se les ha sumado la desnutrición.

Poco es lo que tienen y les permite subsistir miserablemente, con fabricación de artesanías  y el escape a las zonas suburbanas de las ciudades, agolpándose en villas miseria, castigados por una pobreza feroz. Quienes se quedaron en el monte, viven todavía peor, pues allí no tienen chance alguna de ayuda o asistencia, tal vez algún equipo médico llegó en este tiempo por la repercusión de la muerte de tantos chicos, pero pronto estarán otra vez en el olvido, como ha sucedido siempre.

El gobernador salteño Juan Manuel Urtubey reconoció la existencia del grave problema, calificándolo como "un problema cultural". Y es cierto, pero seguramente se trata de un problema cultural de los que tuvieron y tienen la responsabilidad de gobernar, que siempre excluyeron a estas comunidades de sus planes. Culpar a los aborígenes, es una muestra más de la sinrazón que a veces suele observarse en la clase dirigente, que en lugar de enfrentar decididamente los problemas, opta por buscar excusas y desviar hacia otros las responsabilidades que le competen.

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