Por REDACCION
Con un pésima actualidad y un oscuro futuro, el nivel de empleo en la Argentina refleja con crudeza las angustias de un país que aún no encuentra la salida al laberinto de la crisis y duda cada vez más si esa puerta hacia un mundo mejor existe realmente o debe estallar todo por los aires. El índice de desocupación saltó a fines de 2018 al 9,1%, lo que significa que 1.750.000 personas no tienen trabajo en la Argentina, casi 400 mil más que en igual período de 2017, según las cifras divulgadas por el INDEC. La corrida cambiaria, la fuerte devaluación, la brusca caída en la actividad económica afectaron fuertemente el mercado laboral durante el año pasado y potenciaron una suba en el índice del desempleo.
El panorama se oscurece aún más si se suman los subocupados -quienes hacen changas y trabajos esporádicos-, que alcanzan alrededor de 2,3 millones de personas, en la Argentina hay 4.000.000 de habitantes con serios problemas de empleo.
Teniendo en cuenta la gravedad de la crisis, sorprendió que no haya generado una mayor suba del desempleo. Las expectativas eran muy negativas, ya que se esperaba que el desempleo reflejara las consecuencias de la crisis, especialmente la fuerte caída en la producción industrial y la baja en el consumo que golpea al comercio. Ante tan severa contracción de la actividad económica era esperable no solo el aletargamiento en las nuevas contrataciones sino también una masiva destrucción de empleos, consignó en su último reporte el Instituto para el Desarrollo Social Argentino (Idesa).
Pero la tasa de desempleo en el cuarto trimestre del 2018 fue de 9,1% de la población activa en los 31 grandes aglomerados urbanos del país, un nivel sensiblemente superior al 7,2% registrado en el mismo período del 2017, pero no muy diferente al que se venía observando en los trimestres anteriores del 2018. Frente a los vaticinios que pronosticaban tasas de dos dígitos, la desocupación mostró una variación bastante moderada.
¿Cómo se explica este comportamiento aparentemente tan contradictorio? se preguntaron los analistas de Idesa. Una manera de aproximar una respuesta es comparando la reacción del mercado de trabajo en la actual crisis con la que ocurrió en el año 1995 cuando la economía fue sacudida por el “efecto Tequila” y la tasa de desempleo llegó al 18%. Según datos oficiales se observa que entre abril y diciembre de 1995 la economía se contrajo un -4,4% y el empleo asalariado privado registrado cayó aproximadamente un -5,8%; que entre abril y diciembre de 2018 la economía se contrajo un -4,6% y el empleo salariado privado registrado cayó, recién a finales de año, un -1,6% y que en 1995 la inflación era de 0,4%, mientras que en el 2018 fue de 48%.
De este modo, estos datos muestran que, a similar caída de la producción, el mercado laboral formal reacciona de manera muy disímil. En 1995 el empleo asalariado privado registrado cayó tanto o más que la economía, mientras que en el 2018 este mismo empleo cayó apenas un tercio de lo que cayó la economía, de acuerdo al documento de Idesa. Un factor clave detrás de estas diferencias es la inflación: en 1995 los precios eran estables, mientras que en el 2018 la inflación fue muy alta. Esto hizo que en 1995 no hubiera pérdida de salario real, mientras que en el 2018 la caída del salario real estuvo por encima del 10%. O sea, en un contexto de estabilidad de precios y rigidez de los salarios nominales a la baja, todo el impacto de la crisis se traduce en caída del empleo; en cambio, en la actualidad, como la inflación hace caer el salario real y, con ello, los costos laborales, morigera la destrucción de empleos.
De la misma forma, un efecto análogo se produce a través del crecimiento del empleo informal. Según el INDEC, en el 4to trimestre del 2018 un 40% de la caída en el empleo asalariado registrado fue compensado por un aumento en el empleo asalariado no registrado. Si no hubiera habido aumento del empleo asalariado “en negro”, la tasa de desocupación habría estado más cerca del 10% que del 9%. Esto sugiere que el rol que juega la informalidad como vía de adaptación del mercado laboral a la recesión es importante, subraya el informe de la consultora.
En este contexto, se pueden trazar paralelismos del impacto de la inflación en el mercado de trabajo con el que tiene sobre las finanzas públicas. Frente al desequilibrio fiscal y la incapacidad de ordenar el Estado para recobrar sustentabilidad, aparece la inflación como una herramienta informal y rudimentaria de ajuste fiscal. Los aumentos de precios inflan la recaudación y licuan el valor real de las jubilaciones, las prestaciones asistenciales, los salarios públicos y otros gastos. Por eso, la aceleración de la inflación reduce el desequilibrio fiscal aunque lo hace transitoriamente. Pero la inflación y la informalidad no son la solución sino parte de los problemas.
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