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Editorial Sábado 1 de Abril de 2017

Crisis venezolana

El quebrantamiento del orden constitucional mereció el repudio de casi todo el mundo.

Redacción

Por Redacción

Aun cuando la medida del presidente Nicolás Maduro fue drástica y contundente, constituyendo una lisa y llana admisión que su régimen es de absoluto corte totalitario, no puede en cambio decirse que resultó inesperada. Es que tal como vienen dándose los acontecimientos en Venezuela desde hace varios años, con una decadencia integral en su economía, en lo institucional y también en el permanente estado de ebullición de su población -además duramente enfrentada-, las alteraciones democráticas fueron actos poco menos que constantes, incluyendo la más cerrada censura de la libertad de prensa, y ahora, en lo que parecen ser los últimos intentos por aferrarse al poder, la clausura de la Asamblea Nacional -bajo control de la oposición-, equivalente al poder legislativo, quedando sólo en funciones el Poder Ejecutivo a cargo de Maduro y el Tribunal Superior de Justicia, de total identificación con el gobierno chavista.

Esta vez no hubo la reticencia de otras ocasiones, pronunciándose el mundo entero contra este desmadre democrático de Maduro, tanto los organismos como las Naciones Unidas y Organización de Estados Americanos, como diversos países de la región y del mundo. En el caso de la Argentina, que durante la docena de años del kirchnerismo fue un incondicional aliado del régimen del país bolivariano, tal como ya había sucedido con otras advertencias por los presos políticos, se produjo una declaración del presidente Mauricio Macri llamando a "recomponer el orden democrático", aunque en esa misma dirección fueron mucho más contundentes los pronunciamientos de políticos como el radical Mario Negri calificando lo ocurrido como "un autogolpe". Que en realidad se trató de eso, para decirlo con las palabras más ajustadas a los hechos, así habiéndolo calificado el mundo entero.

Con el fallo del Tribunal de Justicia, actuando en consonancia con Maduro -el presidente al que un pajarito le enviaba mensajes del fallecido Hugo Chávez, ingresó en su etapa terminal la ya muy deteriorada democracia en Venezuela. Un organismo, que además, venía dictando desde hace mucho tiempo fallos indiscriminados en favor del gobierno, incluso llegando a anular decisiones legislativas, y también privando de su inmunidad a los legisladores. La escala contra la oposición, llegó a su máximo nivel con el fallo contra la Asamblea Nacional, quedando desaparecida dentro del esquema gubernamental, pasando todo a manos de Maduro y el Tribunal aludido.

Mientras tanto, ahora bajo un régimen indiscutidamente autoritario, los venezolanos se debaten en la desesperación por la carencia de alimentos, de medicinas y de todos aquellos elementos indispensables que, desde hace muchísimo tiempo, se encuentran desabastecidos. La situación humanitaria es realmente grave, y sin soluciones o principios de las mismas a la vista, con un gobierno que en lugar de allanarse a las circunstancias, opta por el uso de la fuerza y de la anulación de los derechos individuales.

En realidad, Maduro se encontró administrando el final de un ciclo que fue iniciado por Chávez, pero que irremediablemente estaba encaminado hacia este desenlace, pues fue destruyéndose la economía -sostenida sólo en la producción de petróleo-, pero por sobre todo anulando paulatinamente las instancias de la democracia. Desde un primer momento, tal como suele ocurrir con todos los regímenes totalitarios, el chavismo solo reconoció la voluntad popular cuando la misma coincidía con sus objetivos.

Lo extraño, es que aún dentro de estas características autoritarias, los organismos internacionales, como el caso de la OEA por ejemplo, recién ahora alzaron su voz marcando la interrupción democrática, cuando esto viene advirtiéndose desde hace mucho tiempo, tal vez el suficiente como para haber puesto limitaciones a estos desmedidos avances. Un silencio que también tuvieron casi todos los países de la región, tanto los afines ideológicamente como la Argentina -hasta 2015-, Ecuador, Brasil y Bolivia, pero también el resto, haciendo realidad que el silencio en casos como este es complicidad. Y muchos lamentablemente la tuvieron, debiendo pagar un altísimo costo los venezolanos.



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