Por REDACCION
Quien sabe hasta donde llegarán las consecuencias negativas de la paralización de la economía que obligó a hacer la pandemia del coronavirus, más allá de los matices que alimentan los debates en la Argentina sobre la extensión de la cuarentena, que a propósito está por cumplir 100 días más allá de las flexibilizaciones graduales por regiones. El futuro cercano y el más lejano parecen estar en juego con las decisiones que se adopten por estos días. Es que las medidas que se instrumenten no son neutras sino que impactan en la gente, significa devolver la libertad, la posibilidad de trabajar o todo lo contrario, restringe su circulación e impide, como a los autónomos, desarrollar sus tareas para tener ingresos propios y evitar que dependan de un subsidio estatal.
Los efectos entonces de esta cuarentena sin fin es una abismal caída de la actividad económica, mayor empobrecimiento de la población -se estima que por lo menos la mitad del país quedaría bajo la línea de la pobreza- y por consiguiente los obstáculos que tendrán muchos argentinos para satisfacer las necesidades básicas, incluso la alimentaria. Y si hay hambre, se recortarán las posibilidades de desarrollo de cientos de niños de familias pobres o indigentes.
Las estimaciones no son alentadoras. Según proyecciones del FMI, la economía argentina caerá 9,9% este año, y el país será uno de los seis que más sufrirá las consecuencias de la crisis disparada por la pandemia en todo el mundo. Además, será una de las economías que menos se recuperará durante 2021: para el organismo, el PBI crecerá 3,9% en el próximo año según refleja el último informe sobre "Perspectivas Económicas Mundiales" que se difundió este miércoles en Washington.
En ese trabajo, titulado "Una crisis como ninguna otra, una recuperación incierta", el organismo multilateral indicó que dos destinos principales de las exportaciones argentinas (Brasil y México) también caerán fuerte este año: 9,1% y 10,5%respectivamente. Sin embargo, otro de los socios comerciales de la Argentina, como lo es China, crecerá 1% este año, según las proyecciones actualizadas del FMI.
Al mismo tiempo, advirtió por el "impacto adverso en los hogares con bajos ingresos, que es particularmente agudo, poniendo en peligro el progreso significativo logrado en la reducción de la pobreza extrema en el mundo desde la década de 1990". El Fondo consideró que la brusca baja de la actividad global llega con "un golpe catastrófico para el mercado laboral mundial".
Ante este oscuro escenario, una de las problemáticas que resurgirá es el trabajo infantil, considerado un fenómeno amplio y persistente en América Latina y el Caribe, que viola los derechos de los niños, niñas y adolescentes tal como refrendados en la Convención sobre los Derechos del Niño. En palabras de UNICEF y la CEPAL, este fenómeno tiene impactos negativos y profundos que perduran a lo largo de la vida. En medio de la pandemia de Covid-19, en la que los adultos mayores son los más afectados, también crecen los impactos negativos que la actual crisis sanitaria y económica puede producir en los niños y niñas más vulnerables de la región, arriesgando perder las ganancias en la reducción del trabajo infantil de los últimos años.
En ocasión de conmemorarse el pasado 12 de junio el Día Mundial contra el Trabajo Infantil, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) publicó un informe en el que advirtió sobre el deterioro de las condiciones sociales y su repercusión en los niños y adolescentes. Al respecto, según la OIT, aproximadamente 10,5 millones de niños, niñas y adolescentes de entre 5 y 17 años en América Latina y el Caribe realizan algún tipo de trabajo que les “priva de su niñez, su potencial y su dignidad, y que es perjudicial para su desarrollo físico y psicológico”. A nivel mundial existe una correlación entre el nivel de ingreso de los países y el porcentaje de niños que trabajan: mientras que en los países de ingresos altos solo el 1,2% de los niños de 5 a 17 años trabajan, este porcentaje se eleva a 19,4% en los países de ingresos bajos.
Entre 2012 y 2016, los países de la región logró reducir considerablemente el trabajo infantil, desde un 8,8% a un 7,3% del total de niños y niñas de entre 5 y 17 años. Sin embargo, el camino hacia la erradicación del trabajo infantil puede verse profundamente afectado por la crisis del coronavirus, advierte el reporte del BID.
El estudio señala que el trabajo infantil reduce la posibilidad de que los niños puedan beneficiarse de la educación, ya sea porque abandonan la escuela completamente, porque reducen las horas dedicadas al estudio, o porque el trabajo afecta su salud y capacidad de aprendizaje. Si bien las consecuencias no se visibilizan fácilmente de inmediato, está comprobado que las crisis económicas empeoran los factores de riesgo del trabajo infantil y es probable que aumenten su prevalencia.
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