Por REDACCION
Argentina, que había sorprendido al mundo en términos positivos con un prematuro y estricto plan de aislamiento para la población en general como modo más eficaz en la lucha contra la pandemia del coronavirus, por estos días está pagando un costo demasiado elevado.
Los números, seguramente impensados hasta por los más pesimistas, ubican a nuestro país entre los diez con mayor cantidad de contagios en el mundo entero, algo que nunca imaginaron nuestros gobernantes y asesores sanitarios.
Desde la primera hora, antes de anunciar las reiteradas cuarentenas que se vienen sucediendo nada menos que desde marzo y que ya cumplieron más de medio año, fue determinante la opinión del Comité de Científicos.
Las medidas que se fueron adoptando y que en un primer momento tuvieron un consenso absoluto, como consecuencia del apoyo de la oposición, hoy no son efectivas, porque los valores fueron escalando de manera considerable y se asegura, por estas horas, que el futuro es impredecible.
A lo largo de este camino, donde hubo más espinas que rosas, se cometieron errores que nadie puede justificar, como el de aquel día que fueron convocados los jubilados, en una etapa ya difícil, para cobrar masivamente sus haberes.
Claro que también hubo muchas transgresiones, no solamente de la gente común, que bajo ningún concepto puede justificarse, sino de funcionarios de distintos rangos, que desatendiendo los protocolos, quedaron expuestos en todas las circunstancias y situaciones imaginables.
Los actos irresponsables, que pusieron al descubierto la forma de comportarse de muchos argentinos, pese a todas las recomendaciones, sin duda, también influyeron en el crecimiento de los contagios y también de las muertes.
Todo eso ocurrió, increíblemente, durante una pandemia que sigue golpeando a diferentes sectores productivos, que en algunos casos puntuales, reclamaron hasta el cansancio por una reapertura que les permita generar ingresos.
Las dificultades económicas, para comerciantes, empresarios y hasta para los trabajadores precarizados, se vio castigada, a tal punto, que hubo quienes debieron reinventarse para superar la crisis.
Algunos pudieron hacerlo, pero otros directamente tuvieron que cerrar, luego de una trayectoria que en no pocos casos, trascendió a las generaciones de una misma familia.
Con esto no queremos achacar todas las culpas a las decisiones que adoptaron las autoridades, porque, en todo caso, la pandemia de coronavirus golpeó económicamente hasta los más poderosos.
Nadie pudo evitar la debacle, aunque es verdad que algunos países disponen de un potencial que los llevará a recuperarse en un menor plazo que otros.
En este último grupo, tal como lo informamos en reiteradas ocasiones en esta misma columna, la mayoría de las naciones latinoamericanas y africanas, indudablemente, serán las que afrontarán mayores contratiempos.
Argentina, tiene riquezas como pocos en el planeta. Una tierra fértil con una capacidad natural de producción, que lamentablemente no siempre es bien aprovechada, salvo por los que le rinden culto al trabajo.
Por las erróneas políticas de Estado, no solo de los que están de turno, sino de cada uno de los gobiernos que fueron pasando en las últimas décadas, se fue deteriorando una economía que llegó a posiciones, allá lejos y hace tiempo, entre las cinco primeras del mundo.
La grieta, que sigue profundizándose a diario, es una muestra contundente de la casi nula importancia que la clase política le otorga al pueblo. Es una riña de gallos de nunca acabar, con acusaciones cruzadas y subidas de tono que no contribuyen a la pacificación.
Cuando los ánimos se alteran entre los que tienen la responsabilidad de regir los destinos de una nación, es casi inevitable que ese mal humor se traslade a la gente, como preocupantemente viene ocurriendo en los últimos tiempos.
Hoy, en realidad, queda flotando la sensación que ya no es prioritario el tema de la salud, como tantas veces se pregonó. Ni siquiera la inseguridad, que es una cuestión que no encuentra soluciones.
Parece ser que todo pasa, casi exclusivamente, por una puja entre el partido que gobierna y la oposición, que defienden con uñas y dientes posiciones que son innegociables. O al menos, eso es lo que se vislumbra en todos los debates, siempre cargados de tensiones.
Los conflictos y reclamos, una modalidad que se archivó durante un tiempo, se instalaron nuevamente en el centro de la escena y otra vez se convirtieron en moneda corriente.
Esas manifestaciones, que alcanzaron su mayor relevancia con las protestas de la Policía Bonaerense, tuvieron en vilo a toda la sociedad. Y como si fuese poco, derivaron en nuevas rispideces entre el oficialismo y la oposición.
El pueblo es rehén de esas confrontaciones y es el que termina, en definitiva, pagando los platos rotos.
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