Por Víctor Hugo Fux
PARTE I
"25 millones de argentinos jugaremos el Mundial! Mundial! La justa deportiva sin igual... Mundial! Un grito de entusiasmo universal... Vibrar! Soñar! Luchar! Triunfar!", rezaba la letra que identificó a la Copa del Mundo 1978.
Acompañada por una contagiosa marcha, fue entonada a lo largo y a lo ancho del país en aquel memorable junio de hace 46 años y acompañó la participación del equipo del "Flaco" Menotti a lo largo de un evento futbolístico que coronó al representativo nacional por primera vez en su historia.
Ya había quedado atrás la goleada frente al combinado peruano en Rosario y era hora de regresar a Buenos Aires, el lugar en el que se escribieron los primeros capítulos de la historia.
Junto a Roberto Actis partimos el sábado 24 de junio hacia la Capital Federal en el Fairlane conducido por nuestro común amigo Mario Travaini -dueño de la recordada Bombonería Mario, en bulevar Santa Fe- y en una mañana que invitaba a circular de manera prudente a raíz de la lluvia que habría de acompañarnos durante buena tarde del recorrido.
En la vieja Ruta 9, a la altura de San Pedro, con el parabrisas virtualmente cubierto por el barro, Mario perdió el control y terminamos en la banquina, a pocos metros del alambrado. Luego de un par de horas, el alma solidaria de un camionero que viajaba con mercadería al Mercado de Abasto nos volvió a poner sobre el pavimento.
No llegamos a tiempo para la definición del tercer puesto, que Brasil le ganó a Italia, pero sí para alojarnos en el Hotel Hispano, compartir una cena y a última hora un buen momento en el Café Tortoni.
Previendo que el tránsito rumbo al Monumental iba a resultar demasiado lento, desayunamos temprano y antes de las 10:00 de la mañana partimos rumbo a Núñez para llegar con el margen suficiente para instalarnos en los lugares asignados y esperar la gran final, anunciada para las 15:00.
Poco después del mediodía ya estábamos en nuestros pupitres, en el entrepiso de un escenario que vería desbordada su capacidad, para reunir a la hora de la tan esperada definición a unas 80.000 personas.
Las formaciones que presentarían los equipos se conoció a través del autotrol, el impresionante cartel que se había instalado en la cabecera del Río de la Plata.
Menotti apostó a un conjunto súper ofensivo, inclinándose por Bertoni, Luque, Kempes y Ortíz para atacar a un rival holandés -así se lo identificaba al hoy Países Bajos- que estaba transitando por la mejor época de su historia.
"La Naranja Mecánica" venía de perder en la final de Alemania '74 y en su segunda oportunidad de levantar el más preciado trofeo mundialista, volvía a medirse con el local.
Prácticamente no hubo un "round de estudio", parangonando a una contienda boxística. Los dos confiaban en sus potenciales y ni se les ocurría especular. El partido fue intenso desde el principio y hasta el final de los noventa.
Kempes adelantó a la "albiceleste" y el gigante Naninga alcanzó la igualdad para mandar el juego a una prórroga cargada de situaciones emotivas y sin margen de error.
Otra vez Kempes, una especie de "acorazado" derribando todas las barreras tendidas por la resistencia del conjunto europeo, puso en ventaja al local y la balanza empezó a inclinarse cuando experimentaba el primer tiempo adicional. El tercero, de Bertoni, sentenció el resultado. Solamente era cuestión de esperar que el reloj en el luminoso le baje el telón a la Copa del Mundo, la primera organizada -y ganada- por la Argentina.
Después llegaron los festejos, que se replicaron en todas las calles de nuestro país. Aquel 25 de junio fui testigo privilegiado de la mayor conquista, hasta ese momento, del fútbol argentino, en el mismísimo estadio de River Plate.