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Automotores Martes 24 de Diciembre de 2019

Los 50 años de los Torinos en Alemania

En agosto, unos 400 Torinos y sus dueños se dieron cita en Alta Gracia, Córdoba, para celebrar el aniversario de la hazaña de Nürburgring. Una crónica que refleja el espejo de lo que supimos ser.

REDACCION

Por REDACCION

Por Federico Wiemeyer

El homenaje se hizo 50 años después en Córdoba, en Alta Gracia, este último invierno. Fue en los talleres de Oreste Berta, luminaria argentina del automovilismo y jefe mecánico de los Torinos de Alemania. Se iban a entregar diplomas a las viejas glorias de esos años pero también estarían los autos originales y habría caravanas de fanáticos.

Planificamos esa cobertura con un equipo de colegas hermoso: en Buenos Aires Mario Markic y Marcelo Fiasche y en los móviles de Córdoba Matías Antico y yo. Viajamos un día antes para tomarle la temperatura al encuentro, por las dudas. ¡Para qué! Alta Gracia estallaba de Torinos.El mediodía de invierno en Alta Gracia estaba caluroso y la gente andaba de manga corta. Había un Torino verde impoluto, al lado una mujer joven, muy bonita, que me mostraba a su hijo recién nacido en brazos. Su marido cortaba un salame de Colonia Caroya sobre una tabla apoyada en el baúl de la coupé. Las puertas del Torino abiertas. La radio del auto pasaba heavy metal. Me contaban que eran torineros todos. Él, ella y el bebé recién nacido. Al costado, un viejo lagrimeaba porque ese Torino había sido de él en 1981. En el predio había por lo menos 400 Torinos más y alrededor de cada uno de ellos pasaban cosas parecidas.

Además de la tecnología, a mí me gustan mucho los autos y la historia de

los autos. La historia de los libros y la historia vivida de cada

coche. Nunca tuve un Torino pero sé muy bien que es el auto que mejor

conjuga la historia en nuestro país. No sólo sobrevivió al tiempo sino

que sigue sintetizando mucho de lo que somos, de lo que fuimos, o de lo que pudimos ser. Lo que cuento pasó este invierno en Córdoba, pero el asunto empezó medio siglo antes.

1969 fue el año clave. Ese agosto, tres Torinos corrieron una carrera de

resistencia en Alemania, las 84 horas de Nürburgring, representando a

la Argentina en una misión liderada por Juan Manuel Fangio.

No ganaron pero les fue muy bien y dejaron al planeta con la boca

abierta. Por la performance de esos autos desarrollados y fabricados en

nuestro país, por la pericia de los pilotos argentinos (todos de

distintas escuderías, la mejor selección de aquella época) pero sobre

todo por la garra y el talento con el que trabajó toda

nuestra delegación en Europa. Industria Nacional significaba prestigio.

Con la bandera a cuadros de esa carrera, el Torino se metía en el alma

argentina para siempre. Para muchos, Nürburgring sigue siendo la carrera más importante del automovilismo argentino aunque no se haya corrido en la Argentina, así son las cosas. 

Hablamos mucho de autos, claro. Estaban Oreste Berta y Cacho Fangio y Cacho Franco y hasta el mismísimo Luis Landriscina en calidad de fierrero

compadre de todos esos viejos divinos. Estaban los autos originales de

la carrera y hasta algunos de los mecánicos que habían viajado a

Nürburgring. Pero lo que más importaba estaba afuera, al aire libre. 

Unos 400 Torinos que habían llegado de todo el país para celebrar (me

aventuro a escribirlo así) el aniversario de su nacimiento. Había gemas que no veían la calle desde hacía décadas,

modelos que pasan sus días en museos pero esa vez salieron a la ruta,

réplicas de las coupés de carrera hechas a mano con amor y paciencia en

pueblos insospechados. Y de todas las procedencias. Vi autos de Río

Gallegos, de Formosa, de San Juan, de Corrientes. Y la gente...Nadie

había ido solo. Familias enteras cruzando orgullosamente el país en su

Torino. Amigotes cincuentones escapados de sus esposas por un fin de semana arriba de una coupé destartalada.

Abuelos con sus nietos a bordo de la misma máquina que será herencia

familiar en algún momento. Autos impecables. Autos cascados. Autos en

proceso de reparación. Historias de amores por el Torino, de amores

arriba del Torino, de padres e hijos cruzados por el Torino. De

obsesiones. El Torino como objeto del deseo. Como pieza del tiempo a

rescatar. Como meta alcanzada. Todas las edades, todos los colores,

todos los orígenes. En eso no tiene fronteras el Torino: del obrero

sacrificado al cajetilla acaudalado sin distinción. Y ahí estaban todos.

La gente estaba contenta. Hacía mucho que no veía a tanta gente contenta junta.

Por el auto en sí y por lo que significó aquella carrera para nuestro

país. Aquella vez que juntos, entre todos, pudimos en serio. Vuelvo a

escribirlo: el Torino es el espejo de lo que supimos ser. Quizá por eso

todavía pega. Porque muy en el fondo sabemos que si queremos podemos. No

es poco para un simple vehículo, eh.

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