Por REDACCION
Por Federico Wiemeyer
El homenaje se hizo 50 años después en Córdoba, en Alta Gracia, este último invierno. Fue en los talleres de Oreste Berta, luminaria argentina del automovilismo y jefe mecánico de los Torinos de Alemania. Se iban a entregar diplomas a las viejas glorias de esos años pero también estarían los autos originales y habría caravanas de fanáticos.
Planificamos esa cobertura con un equipo de colegas hermoso: en Buenos Aires Mario Markic y Marcelo Fiasche y en los móviles de Córdoba Matías Antico y yo. Viajamos un día antes para tomarle la temperatura al encuentro, por las dudas. ¡Para qué! Alta Gracia estallaba de Torinos.El mediodía de invierno en Alta Gracia estaba caluroso y la gente andaba de manga corta. Había un Torino verde impoluto, al lado una mujer joven, muy bonita, que me mostraba a su hijo recién nacido en brazos. Su marido cortaba un salame de Colonia Caroya sobre una tabla apoyada en el baúl de la coupé. Las puertas del Torino abiertas. La radio del auto pasaba heavy metal. Me contaban que eran torineros todos. Él, ella y el bebé recién nacido. Al costado, un viejo lagrimeaba porque ese Torino había sido de él en 1981. En el predio había por lo menos 400 Torinos más y alrededor de cada uno de ellos pasaban cosas parecidas.
Además de la tecnología, a mí me gustan mucho los autos y la historia de
los autos. La historia de los libros y la historia vivida de cada
coche. Nunca tuve un Torino pero sé muy bien que es el auto que mejor
conjuga la historia en nuestro país. No sólo sobrevivió al tiempo sino
que sigue sintetizando mucho de lo que somos, de lo que fuimos, o de lo que pudimos ser. Lo que cuento pasó este invierno en Córdoba, pero el asunto empezó medio siglo antes.
1969 fue el año clave. Ese agosto, tres Torinos corrieron una carrera de
resistencia en Alemania, las 84 horas de Nürburgring, representando a
la Argentina en una misión liderada por Juan Manuel Fangio.
No ganaron pero les fue muy bien y dejaron al planeta con la boca
abierta. Por la performance de esos autos desarrollados y fabricados en
nuestro país, por la pericia de los pilotos argentinos (todos de
distintas escuderías, la mejor selección de aquella época) pero sobre
todo por la garra y el talento con el que trabajó toda
nuestra delegación en Europa. Industria Nacional significaba prestigio.
Con la bandera a cuadros de esa carrera, el Torino se metía en el alma
argentina para siempre. Para muchos, Nürburgring sigue siendo la carrera más importante del automovilismo argentino aunque no se haya corrido en la Argentina, así son las cosas.
Hablamos mucho de autos, claro. Estaban Oreste Berta y Cacho Fangio y Cacho Franco y hasta el mismísimo Luis Landriscina en calidad de fierrero
compadre de todos esos viejos divinos. Estaban los autos originales de
la carrera y hasta algunos de los mecánicos que habían viajado a
Nürburgring. Pero lo que más importaba estaba afuera, al aire libre.
Unos 400 Torinos que habían llegado de todo el país para celebrar (me
aventuro a escribirlo así) el aniversario de su nacimiento. Había gemas que no veían la calle desde hacía décadas,
modelos que pasan sus días en museos pero esa vez salieron a la ruta,
réplicas de las coupés de carrera hechas a mano con amor y paciencia en
pueblos insospechados. Y de todas las procedencias. Vi autos de Río
Gallegos, de Formosa, de San Juan, de Corrientes. Y la gente...Nadie
había ido solo. Familias enteras cruzando orgullosamente el país en su
Torino. Amigotes cincuentones escapados de sus esposas por un fin de semana arriba de una coupé destartalada.
Abuelos con sus nietos a bordo de la misma máquina que será herencia
familiar en algún momento. Autos impecables. Autos cascados. Autos en
proceso de reparación. Historias de amores por el Torino, de amores
arriba del Torino, de padres e hijos cruzados por el Torino. De
obsesiones. El Torino como objeto del deseo. Como pieza del tiempo a
rescatar. Como meta alcanzada. Todas las edades, todos los colores,
todos los orígenes. En eso no tiene fronteras el Torino: del obrero
sacrificado al cajetilla acaudalado sin distinción. Y ahí estaban todos.
La gente estaba contenta. Hacía mucho que no veía a tanta gente contenta junta.
Por el auto en sí y por lo que significó aquella carrera para nuestro
país. Aquella vez que juntos, entre todos, pudimos en serio. Vuelvo a
escribirlo: el Torino es el espejo de lo que supimos ser. Quizá por eso
todavía pega. Porque muy en el fondo sabemos que si queremos podemos. No
es poco para un simple vehículo, eh.
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