La
veloz aprobación del acuerdo entre YPF y Chevron en Neuquén
representó un alivio para el Gobierno, pero el gran desafío ahora
es iniciar las operaciones para extraer petróleo y gas no
convencional lo más rápido posible y empezar a determinar con
mayor precisión el potencial real del mega yacimiento Vaca Muerta.
Gracias a Vaca Muerta, la Argentina es la segunda potencia
mundial -detrás de EEUU- en cantidad de reservas de shale gas (o
gas de esquisto) y la cuarta en shale oil (petróleo de esquisto).
Son 30.000 kilómetros cuadrados, de los cuales 12.450 están
bajo la concesión de YPF, mientras que compañías como Shell,
Exxon, Chevron, Pan American, Apache, Gas Medanito, Total Austral
y PlusPetrol tienen buena parte del resto.
Se cree que allí abajo hay nada menos que 117 trillones de pies
cúbicos de gas y 40.000 millones de barriles de petróleo, lo cual
permitiría multiplicar por diez las reservas del país.
Pero se calcula que extraerlos demandará una inversión de U$S
37.000 millones en los próximos 5 años, equivalentes a las
reservas del Banco Central.
En ese objetivo está enfrascado el ingeniero en petróleo Miguel
Galuccio, el CEO de YPF que considera al acuerdo con Chevron el
"caso testigo" que puede persuadir a otras compañías del sector
petrolero de imitar la decisión de la compañía norteamericana.
Con 45 años, el entrerriano Galuccio hizo una apuesta fuerte al
aceptar ser ´repatriado´ para volver a su primer amor.
Tras irse de YPF hace unos años, Galuccio se había sumado a
Schlumberger, la firma top a nivel mundial de servicios
petroleros, donde como gerente general de Operaciones para México
y América Central logró sellar contratos clave con el gigante
petrolero estatal Pemex.
En 2011 lo habían nombrado director de Gestión de la Producción
de Schlumberger, con sede en Londres, pero pocos meses después le
llegó lo que considera la oportunidad de su vida: volver a YPF
para hacerle recuperar, según sus palabras, la "gloria perdida".
Con este primer paso cerrado, Galuccio deberá hacer malabarismo
para impedir que la mezquindad política ponga palos en la rueda a
su objetivo de reposicionar a YPF en el mundo, lograr que fluyan
otras inversiones para Vaca Muerta y convencer al ala más
radicalizada del gobierno de que los capitales no llegarán a estas
pampas si no se retoma un camino de racionalidad y respeto de las
reglas de juego.
Parte de ese esquema de persuasión que debió armar Galuccio
incluyó las cuestionadas cláusulas secretas sobre el tipo de
asociación y las salvaguardias que el Estado le otorga a Chevron.
Es que la Argentina debió aceptar que serán los tribunales
estadounidenses los que resolverán eventuales controversias que
puedan surgir.
La decisión no podría haber llegado en peor momento, porque
justo la Argentina decidió abrir por tercera vez el canje de deuda
y canjear bonos de los dos anteriores con jurisdicción Nueva York
por otros que se dirimirían en Buenos Aires en caso de litigio.
También puede leerse como una contradicción que el gobierno
argentino haya aplicado un inédito cepo cambiario para impedir la
fuga de divisas, a la vez que le habilita a Chevron y cualquier
otra petrolera que invierta más de U$S 1.000 millones en
hidrocarburos no convencionales exportar libremente el 20% de la
producción sin obligación de traer las divisas al país,
transcurridos cinco años.
Constituyó un logro pro-mercado de Galuccio el otorgamiento
automático de nuevas concesiones a 35 años, ya que el negocio
petrolero, como el minero, es de largo plazo, un concepto que a
veces es difícil de entender para gobiernos siempre apremiados por
el día a día y las visiones cortoplacistas destinadas a retener el
poder por sobre cualquier otro objetivo estratégico.