Por REDACCION
Por Silvia Stang (*). - Cerca de cumplir la edad mínima requerida para retirarse del trabajo y empezar a cobrar una jubilación, en algún rincón del mundo seguramente alguien se estará preguntando ahora mismo qué hacer con su vida en los próximos años.
El interrogante central viene acompañado de varias cuestiones a considerar, más allá de la variable de la edad. ¿Cuántos aportes se hicieron y qué derechos otorga ese nivel de contribuciones? ¿Qué pasaría con el bolsillo, con el estado de ánimo y con la vida familiar y social si se optara de inmediato por el retiro? ¿Y si la intención es trabajar un tiempo más? ¿Existe la posibilidad de optar? ¿Es viable un camino intermedio, con una prestación parcial y un empleo? Los condicionantes y los aspectos a tener en cuenta son diferentes según quién sea la persona y, claro está, según cuál sea ese rincón del mundo en el que esté con sus pensamientos.
ESQUEMAS
MAS FLEXIBLES
Las políticas que se vienen debatiendo o aprobando, no sin controversias, principalmente en el mundo desarrollado y en algunos países con poblaciones más envejecidas que otros, tienden a lograr esquemas que sean flexibles en cuanto a los requisitos para acceder a las prestaciones, y que sean permeables a adaptaciones periódicas, para intentar el pretendido y muy difícil equilibrio entre un financiamiento sostenible y una cobertura socialmente aceptable.
Los datos y las previsiones hacen que el tema merezca atención también en esta parte del planeta. Según una publicación de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) basada en datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), entre 1970 y 1975 la población total de la región creció 25% y la de personas de 60 años y más, 31%; entre 2010 y 2015 los incrementos fueron de 11,4% y 38% en cada caso. Y lo proyectado para el período de 2020 a 2025 es de 8,7% y 36,3%, respectivamente. Es decir, la brecha entre ambos porcentajes se amplía.
La consecuencia es una tasa de dependencia de adultos mayores (población de 65 años y más sobre la población de 15 a 64 años) que se hace más grande. Es un hecho que provoca un “aumento de la presión financiera y de sostenibilidad de los regímenes contributivos y no contributivos”, según advierte el citado informe. Y, a la vez, también el sistema de prestación de servicios de salud se va viendo más exigido.
TASA DE
DEPENDENCIA
Para los países de la región esa tasa de dependencia -entre adultos mayores y población económicamente activa- era, en promedio, de 6,2% en 1950 y de 11,4% en 2015, mientras que se prevé que llegará a 28,4% en 2050 y a 52,4% en 2100, según la Cepal.
Hacia mediados de este siglo, muchos de los jóvenes y no tan jóvenes que hoy trabajan (o no trabajan, pero están en edad activa) serán quienes cobrarán o buscarán cobrar las prestaciones de la etapa pasiva. Por eso, y porque el sistema está haciendo hoy mismo sus promesas de pagos para ese entonces, no se trata de un tema solo del futuro, sino también del presente.
No es entonces menor mirar lo que hoy ocurre en el mundo del trabajo. Al desafío por el envejecimiento se suman en los últimos tiempos, por ejemplo, “la aceleración del cambio tecnológico y la pérdida de puestos de trabajo con la crisis del Covid, que redujo los recursos contributivos para el pago de prestaciones”, apunta el economista Sergio Rottenschweiler, docente e investigador en la Universidad Nacional de General Sarmiento.
EFECTOS
Toda piedra que impacta en el universo laboral tiene sus efectos en lo previsional. Las dificultades para la inserción (que llevan a muchas personas a tener vidas laborales con puestos de mala calidad y al margen de toda previsión) y la caída o el estancamiento del número de empleos formales interpelan tanto a las exigencias para el acceso como al esquema de financiamiento del sistema jubilatorio.
En la Argentina, la discusión sobre el momento de la jubilación no está hoy en las carpetas de temas de los principales actores políticos. Y entre los economistas hay quienes plantean que mucho más básico y prioritario es dar respuesta a una pregunta enorme: ¿cómo crecemos y generamos fuentes de trabajo formales, sobre todo antes de que se aceleren los cambios en la pirámide poblacional?
Más allá de no debatirse el tema en forma abierta, entre los estudiosos de lo previsional y lo fiscal surgen advertencias cada vez que, por decisiones políticas, el universo de beneficiarios o las promesas del sistema se amplían –quizás a partir de la idea de ir tras objetivos incuestionables de inclusión social–, sin que exista un análisis de costos ni una previsión de cómo se les hará frente a las nuevas prestaciones. (* Periodista especializada en Economía de Diario La Nación).
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