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SUPLEMENTO ESPECIAL Jueves 25 de Mayo de 2023

22 de mayo. El Cabildo acomoda a Cisneros y derrama las chispas de la revolución

El protagonismo de Castelli en el Cabildo Abierto y la actuación de los "militantes" de 1810, French y Beruti.

REDACCION

Por REDACCION

Por Daniel Giarone

Escribo: un tumor me pudre la lengua. Y el tumor que la pudre me asesina con la perversa lentitud de un verdugo de pesadilla. La prosa, poética, profética, justa, es de Andrés Rivera, de su voluptuosa “La revolución es un sueño eterno”. Tan voluptuosa como su protagonista. 
“Castelli es el gran orador de la revolución”, asegura el historiador Norberto Galasso a Télam. Y lo fue, por supuesto, en el Cabildo Abierto que Cisneros tuvo que convocar para el 22 de mayo, y donde jugó su última carta para sostenerse en el poder.
¿Yo escribí eso, aquí, en Buenos Aires, mientras oía llegar la lluvia, el invierno, la noche? Escribí: mi lengua se pudre ¿Yo escribí eso, hoy, un día de junio, mientras oía llegar la lluvia, el invierno, la noche? 
Y Galasso dice que Castelli dice: “Si en España ha caído el poder que había designado al Virrey, entonces cae este también”. Y todavía es mayo, no es junio, es mayo de 1810 y esa lengua hiere de muerte al Virrey y al absolutismo y a la opresión.
Y ahora escribo: me llamaron -¿importa cuándo?- el orador de la Revolución. Escribo: mi boca no ríe. La podredumbre prohíbe, a mi boca, la risa. 
“Las decisiones -sigue diciendo Galasso que piensa Castelli- pasan al poder del pueblo y, por tanto, es necesario que el Virrey sea depuesto y se forme una nueva Junta, una Junta democrática, expresión de los derechos del pueblo”. En eso cree Castelli y en eso creen sus compadres de utopía: Belgrano, Monteagudo, Moreno. 
Yo, Juan José Castelli, que escribí que un tumor me pudre la lengua, ¿sé, todavía, que una risa larga y transtornada cruje en mi vientre, que hoy es la noche de un día de junio, y que llueve, y que el invierno llega a las puertas de una ciudad que exterminó la utopía pero no su memoria?
“Castelli fue uno de los oradores principales del Cabildo Abierto y el gran orador de la Revolución”, repasa Galasso en una letanía que busca postergar la paradoja triste y evidente: el orador de la Revolución encontrará a la muerte a los 48 años, casi un año y medio después de los sucesos de Mayo, por un cáncer de lengua. 

EL PODER DE LA PALABRA 
De los 450 invitados al Cabildo Abierto del 22 de mayo sólo pudieron llegar al histórico edificio 251. Se sabe, se teme, una nueva maniobra de Cisneros, que no entregará el poder así como así. Pero también se sabe -o se sabrá pronto- que no están todos los que son ni son todos los que están. Es que la Legión Infernal, los chisperos de la revolución que comandaban French y Beruti, no quería perder el tren de la historia y había decidido cortar algunas vías. Fundamentalmente dos: ejercer el “derecho de admisión” en las inmediaciones del Cabildo para disminuir en todo lo que fuera posible los apoyos al Virrey; y lograr que la imprenta de los Niños Expósitos haga algunas invitaciones de más, que fueron a parar, como no podía ser de otra manera, a los patriotas. 
La situación fue resumida por los fiscales de la Audiencia en una carta citada por Carlos Alberto Pueyrredón en “1810. La Revolución de Mayo”: “Se celebró la Junta del 22 notándose en ella la falta de muchos vecinos europeos de distinción, y cabezas de familia, al paso que era mucho mayor la concurrencia de los Patricios, y entre ellos un considerable número de oficiales de ese cuerpo e hijos de familias que aún no tenían la calidad de vecinos. Multitud de conferencias y especies subversivas precedieron la votación”.
El debate se desarrolló en una olla a presión. Las chispas saltaban dentro y fuera del Cabildo. Castelli, quién sino, expuso con lógica inapelable: “Los españoles de España han perdido su tierra. Los españoles de América tratan de salvar la suya. Los de España que se entiendan allá como puedan y que no se preocupen, los americanos sabemos lo que queremos y adónde vamos”. Y concluyó: “Propongo que se vote: que se subrogue otra autoridad a la del Virrey, que dependerá de la metrópoli si esta se salva de los franceses, que será independiente si España queda subyugada”. La suerte de Cisneros, como suele decirse en las películas, estaba echada. 

EL PODER DE LOS HECHOS 
La presión sobre el Virrey es insoportable en la Sala Capitular y en las adyacencias del Cabildo, tomada por más de medio millar de chisperos y con los militares sin intención de reprimir. Cisneros y sus partidarios se dan cuenta entonces de que van a perder la votación. Y piensan rápido.
“En la votación del 22 de mayo el sector revolucionario gana y se depone al Virrey”, sintetiza Galasso, pero “hay una propuesta para acomodar la situación a favor del régimen, que es la de una Junta tramposa, lo que se produjo porque el Cabildo se reservó la elección de quiénes reemplazarían a Cisneros”. 
Los hechos ocurrieron así. Casi todos los asistentes al Cabildo Abierto votaron a favor de la destitución del Virrey, pero el consenso no fue tal a la hora de definir cómo reemplazarlo. 
Hubo acuerdo en que Buenos Aires no podía decidir por todos los pueblos del Virreinato del Río de la Plata. También en que debía formarse una junta de gobierno provisional a nombre de Fernando VII y convocar a las provincias a elegir representantes para ungir, ya entre todos, un gobierno permanente.
Hasta acá todo OK. La cuestión era ahora cómo elegir esa Junta provisoria. Y es aquí donde Cisneros encontró una oportunidad, ya que se delegó en el Cabildo que le respondía la designación de sus integrantes. Según Galasso, si bien “Moreno no sobresale en las deliberaciones” del 22, ese mismo día “le dice a otro de los patriotas: ‘nos están trampeando’. Es que se da cuenta de que va a ser una Junta que cambie algo para que no cambie nada”.
Y efectivamente eso fue lo que sucedió. Pero esto quedará claro después, cuando el Cabildo se reunirá en la mañana del miércoles 23 de mayo para contar los votos de la jornada anterior, confirmar que el Virrey había sido depuesto y designar una Junta de Gobierno presidida por… Don Baltasar Hidalgo de Cisneros. (Télam)



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