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Suplemento Economía Domingo 15 de Abril de 2012

Reservas del BC, un cambio estructural

El siguiente artículo se publicó en Página 12, en el marco de un debate sobre qué hará el Banco Central a partir de la reforma de su Carta Orgánica. ¿Opciones? Según los autores, puede solamente financiar los desequilibrios fiscales o liderar responsablemente una nueva etapa del ciclo económico.

Redacción

Por Redacción

Por Fabián Amico y Alejandro Fiorito (*)


El fantasma de la híper de 1989 recorre el debate tras la reforma de la Carta Orgánica del BCRA. El retorno de una mayor “discrecionalidad” parece abrir las puertas a la temida “monetización” del déficit, sentando quizá las bases para una nueva catástrofe inflacionaria. Como en la híper alemana de 1920, en la explosión de precios de 1989 hubo dos interpretaciones.

Una visión simplista culpó a la mala política económica: el déficit fiscal fue el motor de la hiperinflación y la monetización del déficit, su combustible. En este enfoque, el aumento de la oferta monetaria precede a la suba de precios. Luego, el aumento de precios precede y causa la devaluación. La cadena causal va de la oferta de dinero al nivel de precios, y de éstos al tipo de cambio. El diagnóstico subyacente es que el país intenta vivir por encima de sus medios, y el “exceso de demanda” resultante

(mucho gasto público) se traduce en aceleración inflacionaria y más importaciones, causando tanto la crisis inflacionaria como la externa. La solución es simplemente reducir el déficit fiscal.

Cierto, a comienzos de los ’80, Argentina había perdido sus fuentes externas de financiamiento, los términos de intercambio se deterioraban, subía la tasa de interés internacional y caía la demanda externa por la recesión mundial, generando una severa crisis de balanza de pagos. Con aspiraciones salariales reprimidas por la dictadura, el movimiento obrero esperaba satisfacerlas en democracia.

La respuesta del gobierno fue el control recesivo de las importaciones y el aliento a las exportaciones mediante salvajes  evaluaciones. La política logró alguna mejora de las exportaciones al costo de acelerar la inflación y dañar el crecimiento. Fue la década del estancamiento “liderado-por-exportaciones”.

La devaluación supone caída del salario real. Si hay resistencia de los trabajadores, puede haber (y hubo) una espiral tipo de

cambio-precios–salarios hasta llegar a la hiperinflación. Diamand llamaba a esto “inflación cambiaria”. Así no es posible estabilizar la economía sin estabilizar el tipo de cambio. Al contrario del ingenuo monetarismo, no fue la inflación sino la devaluación el comienzo causal, la que a su vez genera el aumento de precios y luego crea la emisión monetaria endógenamente.

Por cierto, el gobierno de entonces luchó en vano por reducir el déficit fiscal. Pero la recesión derrumbaba los ingresos y generaba déficit fiscal endógeno. Peor si se cuenta el “efecto Olivera-Tanzi”, por el cual los gastos corrientes del Estado aumentan junto con la inflación, pero la recaudación (al demorarse su cobro) pierde parte de su valor real. Por ende, la crisis fiscal no es causa sino consecuencia de la crisis externa y de la inflación.

A comienzos de los ’90, el mayor flujo financiero y la reestructuración de la deuda permitieron estabilizar el mercado cambiario y, con éste, los precios. La apertura condujo a una fuerte apreciación cambiaria, mayor dependencia del financiamiento externo y una gran vulnerabilidad financiera.

El mayor financiamiento y el bajo crecimiento del mercado internacional de commodities permitieron políticas antiinflacionarias basadas en anclas cambiarias. La eficacia del tipo de cambio fijo en el control de la inflación fue reforzada por la existencia de precios internacionales nominales bajos y declinantes. Este fue el secreto del éxito antiinflacionario de la convertibilidad y no la “independencia” del BCRA o el fin de la “discrecionalidad” fiscal.

La contracara de estos movimientos positivos en términos de inflación doméstica fueron el bajo crecimiento de las exportaciones primarias y la desindustrialización, lo que contribuyó a profundizar la crisis externa. El contexto internacional (y no la política del BCRA) explica en medida sustancial tanto el éxito inicial del ancla cambiaria como también su suerte posterior. A nivel interno, el punto clave fue la declinación de la resistencia salarial por la flexibilización laboral y el alto desempleo.

A principios de los 2000, Argentina aprovechó el rápido crecimiento del comercio mundial para reducir su vulnerabilidad externa, con superávit en cuenta corriente y acumulación de reservas. Pero, aunque los altos precios de las commodities alivian la restricción externa y permiten mayores tasas de crecimiento, generan condiciones más adversas para el control de la inflación, en un contexto marcado por un tipo de cambio competitivo y una mayor resistencia salarial.

Si uno debe aprender de la historia, entonces el BCRA puede tener un rol importante en el control de la inflación en el largo plazo. Dado que la principal causa de la inflación han sido las crisis de la balanza de pagos, que además cambiaron  regresivamente la distribución del ingreso, la estabilización requiere una solución estructural para las crisis externas.

El Banco Central puede convertirse en el agente financiero del gobierno en la tarea ardua de producir el cambio estructural necesario, fomentando y financiando políticas de sustitución de importaciones, de inversión modernizadora en infraestructura y de diversificación de exportaciones. En suma, desplazando y removiendo la restricción externa al crecimiento. Sólo entonces habremos alejado los fantasmas de la híper definitivamente.


(*) Investigadores de la Universidad Nacional de Luján.

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