Por José Calero
El
proceso de cirugía mayor para frenar la sangría de reservas
recortando subsidios y el cambio de un indicador clave para evitar
el pago de 3.600 millones de dólares del Cupón PBI reflejan que el
gobierno está dispuesto a echar mano a todas las herramientas para
sostener lo que queda del modelo económico.
Estas decisiones complementan la decisión de aspirar cuánto
peso haya dando vueltas vía colocación de deuda, para tratar de
evitar que esos fondos se vuelquen al dólar, en un intento por
frenar nuevas corridas cambiarias, con un dólar blue al acecho.
La historia de cómo se llegó a este punto se remonta casi al
2007, meses antes de que Cristina Fernández lograra suceder a su
marido, Néstor Kirchner, cuando el gobierno mostró indecisión en
adoptar medidas destinadas a robustecer las cuentas públicas, que
habían sido recomendadas por Roberto Lavagna antes de ser eyectado
del Ministerio de Economía.
Lavagna había recomendado arrancar con el recorte de subsidios
en cuanto la economía se empezó a encarrilar, pero el kirchnerismo
se negó, porque esas subvenciones se traducían en votos.
A partir de ese año en que se intervino el INDEC para manipular
las estadísticas oficiales comenzó un largo derrotero de la
economía, la cual fue sostenida en parte en forma artificial a
partir del festival de subsidios que no diferenció entre destinar
sumas millonarias a las familias pobres del conurbano, y financiar
un aparato de propaganda enquistado en el Fútbol para Todos.
Para la Casa Rosada era lo mismo: había que sostener el poder
tras la pulseada perdida con el sector agropecuario por las
retenciones -ya con Cristina en el poder- y la derrota electoral
en las legislativas del 2009.
El objetivo se logró y la presidenta tuvo su reelección, ya
con Néstor Kirchner fallecido.
A partir de ese triunfo electoral, la economía, que venía en
declive, ingresó en un largo otoño, en especial a partir de la
aplicación del cepo cambiario, una polémica decisión que restó aún
más libertades a los operadores económicos, destrozó el sector más
dinámico, la construcción, y activó la bicicleta financiera y los
arbolitos de la calle Florida, que se creían extinguidos.
En aquellos últimos días de octubre de 2011 Cristina se
convenció de que al paso que iba la fuga de capitales, su gobierno
se quedaría sin dinero atesorado y a merced de un golpe cambiario.
Ante ese cuadro de situación, no dudó en prohibir el acceso de
los ahorristas a uno de los pocos mecanismos con que contaban para
protegerse de la devaluación y la inflación, la tenencia de
ahorros en moneda extranjera.
Quedarse sin reservas en el Banco Central es sinónimo de tener
que entregar el poder para un gobierno argentino, y tal vez el
ejemplo más claro haya sido el de Raúl Alfonsín, quien debió
adelantar las elecciones antes de que se evaporaran los pocos
dólares que quedaban en las bóvedas del BCRA.
El tema cobró mucha actualidad a partir del 2011, cuando se
empezó a acelerar la salida de capitales, en medio de la
desconfianza sobre el futuro de la Argentina por parte de los
inversores externos y el mercado.
La medida tal vez impidió que el país se quedara sin reservas,
pero la salida de capitales continuó.
Cuando se aplicó el cepo cambiario, el Banco Central tenía
reservas por 47.523 millones de dólares.
Poco más de dos años después, la autoridad monetaria atesora
apenas 27.000 millones.
En dos años y cuatro meses de restricciones cambiarias, el país
perdió reservas por 20.466 millones de dólares.
En los últimos meses, y a pesar de que la agroindustria liquidó
más de 4.200 millones de dólares en lo que va del 2014, el BCRA
siguió perdiendo reservas.
Las dos principales razones: la caja del Central debe acudir en
auxilio de la importación de combustibles para evitar que el país
se quede sin gas, y afrontar hasta el último dólar adeudado,
porque el Tesoro tiene déficit fiscal desde hace tiempo y no
cuenta con recursos.
Ahora, con el camino de recortes de subsidios iniciado y la
perspectiva de que también se achicarán para la energía eléctrica
en las próximas semanas, el inicio de la renegociación de deuda
con el Club de París y otro concierto de medidas que apuntan a
volver a colocar deuda tras el default del 2001, la hora de la
ortodoxia económica parece haber llegado para quedarse.
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