Por José Calero
La clase media quedó en la mira de Cristina Fernández tras la
gigantesca movilización del "8-N", y podría convertirse en campo
de disputa entre el kirchnerismo y la oposición, fuerzas que
demuestran limitaciones para entender ambiciones, sueños y temores
de ese sector social cargado de ambigüedades que constituye el
principal dinamizador de la economía.
Convencida de que el 7D será el principio del fin de su batalla
cultural contra las supuestas "falsedades" que se publican en los
medios, la jefa de Estado ya parece haber encontrado otro
oponente, fiel a los consejos de su asesor estrella, el millonario
filósofo Ernesto Laclau, quien le calienta los oídos con su lógica
de la confrontación permanente para crecer en la política.
La movilización del 8N dejó una fuerte huella en el
kirchnerismo, que aún no entiende como un millón de
"desagradecidos" salieron a las calles para marcar sus puntos de
desacuerdo con políticas medulares, muchas de las cuales tienen
raíz económica.
Inseguridad, inflación, cercenamiento de libertades, cambios de
reglas de juego, soberbia, intento de reelección y otras decenas
de problemas surgieron de las bocas y los carteles de aquella
noche de jueves en la que la gente -muchos incluso votantes de la
Presidenta- se hizo escuchar.
Tras la impactante movilización de los sectores medios, una
Cristina enojada le dijo a esos ciudadanos que su surgimiento fue
posible gracias a la educación pública sostenida con el esfuerzo
de todos los argentinos, como si eso -aún en caso de que fuera
cierto- les quitara el derecho a reclamar.
Para la jefa de Estado, la "poderosa" clase media es posible
"gracias" al esfuerzo que realizan el resto de los argentinos, otro punto no necesariamente cierto, ya que si esa hipótesis fuese
acertada todos los seres humanos evolucionarían de la misma manera
y no habría espacio para que alguien se destacara por encima de
los demás.
La Presidenta también reclamó mayor "solidaridad" a ese sector
difuso que ahora parece estar tratando de huir en masa de su radar
político, como si reclamar por un derecho o una necesidad estaría
reñido con ser solidario.
El razonamiento presidencial tiene aristas argumentales
interesantes si se pensara al desarrollo social como la lucha de
clases, una idea que la teoría política dio por superada hace 50
años pero que algunos funcionarios del cada vez más deslucido
gabinete cristinista parecen querer reflotar.
Hay indicios de que algunos engranajes de la maquinaria
presidencial no estarían siendo seguidos de cerca por la
mandataria y sus hombres de confianza.
Si no, es inentendible que la TV Pública dedique un generoso
espacio para repetir en distintos horarios la diatriba de un
mesiánico Mario Firmenich -entonces de 29 años- justificando la
lucha armada contra un gobierno elegido masivamente en las urnas,
como el de Juan Perón.
Para el observador externo, es incomprensible que el Estado le
dé aire a un ex guerrillero para que justifique la violencia de
hace 34 años, a la vez que se preocupa por los contenidos y la
línea editorial de medios de comunicación privados.
LA CLASE MEDIA
La falla del razonamiento presidencial sobre la clase media
radica en no contemplar que el principal esfuerzo de esos sectores
para alcanzar sus logros lo pusieron justamente ellos, y que
aspiran a seguir haciéndolo, si el Estado se los permite.
La clase media es el principal ejemplo de la "movilidad social
ascendente" que hizo grande a la Argentina en algunos pasajes de
su corta historia, y faltarle el respeto a esa gesta parece un
camino poco conveniente para quien se propone liderar a 40
millones de argentinos, como le gusta decir con pompa la locutora
estrella de interminables transmisiones en cadena.
La clase media reinvidica también a los abuelos italianos y
españoles que llegaron a mediados del siglo pasado a agachar el
lomo y trabajar, construir su casita y, si había margen, edificar
el duplex para los hijos, dando vida a la mayoría de los barrios
conformados en la segunda mitad del siglo XX.
La cultura del trabajo y el ahorro, no la del consumo facilista
y subsidiado, es lo que sectores de la clase media actual que
participan en las protestas reinvindican con orgullo.
La idea del esfuerzo como motor del crecimiento individual y
familiar es un concepto muy arraigado en los sectores medios, y si
Cristina les repite que llegaron hasta allí gracias al sacrificio
de los demás -como ocurre sí en el caso de algunos políticos que
siempre vivieron del Estado-, tal vez termine perdiendo el respeto
de un enorme capital político.
El primer gran esfuerzo para haber llegado donde está lo hace
la propia clase media, que levanta temprano a sus hijos, los lleva
a la escuela, les inculca que el esfuerzo vale la pena como base
para el desarrollo social, paga los impuestos y se parte el lomo
sin estar pendiente de cuánto podrá el Estado hacer por ellos.
La jefa de Estado -cuyo patrimonio supera los 70 millones de
pesos- se reivindicó como integrante de esa clase -su padre
fue colectivero de profesión-, por provenir de un hogar de gente
trabajadora. Y es válido.
Pero no parece darle derecho a entonar discursos de corte
clasista, en los cuales fustiga a los sectores medios y asegurar
que de "vagos" a quienes reciben la Asignación Universal por Hijo.
Ni tanto, ni tan poco.
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