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Suplemento Economía Domingo 26 de Octubre de 2014

Cae el ingreso real de las familias argentinas

La contracción del poder de compra afecta más a quienes menos tienen.

REDACCION

Por REDACCION

En las últimas semanas surgió una discusión en torno a la evolución del ingreso real en la argentina. En buena medida el debate estuvo enmarcado por las cifras de ingresos e inflación proporcionadas por INDEC en lo que va del año. Según el IPCNu, los precios acumularon a agosto un alza del orden del 18%, por debajo del aumento salarial de dicho lapso de tiempo (+26%) y de otros ingresos de las familias como la AUH y las jubilaciones, sostiene la consultora Ecolatina en un análisis del escenario inflacionario publicado esta semana.

Pese a las mejoras iniciales del IPCNu a la hora de reflejar la inflación, la mayoría de los agentes siguen desconfiando en las cifras oficiales. De hecho, los recientes pedidos sindicales por un plus de fin de año dan cuenta de una evolución del salario real más cercana a la reflejada por las estadísticas provinciales o cifras privadas de inflación. Queda claro que,

en la carrera contra los precios, los salarios e ingresos han perdido terreno.

Lo que resulta más interesante discutir es cuales fueron los sectores que más sufrieron la aceleración de la inflación y los crecientes problemas del mercado laboral. 

Está claro que cuando un proceso inflacionario se acelera (especialmente tras una devaluación) los agentes tratan de ajustar al alza su ingreso nominal pero no todos tienen el poder de negociación suficiente para compensar la escalada de precios. Además, en la medida que se producen cambios en los precios relativos, la inflación difiere según la canasta de

consumo de los distintos sectores sociales.

A partir del IPC Ecolatina y las canastas de consumo de cada estrato social (por caso, la proporción del gasto en alimentos y bebidas decrece en los hogares de mayores ingresos), podemos inferir la inflación sufrida por cada segmento de la población. Si cruzamos esta información con la evolución del ingreso per cápita familiar que refleja la Encuesta Permanente de Hogares suministrada por el INDEC, podremos darnos una idea de donde impactó más el proceso inflacionario y que pasó con los ingresos nominales de cada segmento.

Los resultados son claros: el deterioro del mercado laboral y la imposibilidad de recomponer el ingreso nominal afectó en mayor medida a los sectores de menores ingresos en el primer semestre del año. Además, los hogares de escasos recursos enfrentaron en dicho período una inflación más elevada producto de la fuerte suba de alimentos y bebidas que pesa más en su canasta de consumo.

De los múltiples episodios de tensiones cambiarias que atravesó el país se desprenden importantes enseñanzas: la primera nos marca que siempre que el tipo de cambio oficial mostró un salto abrupto, la inflación se aceleró minando el poder de compra de los ingresos nominales de los trabajadores. En este sentido, la devaluación de enero no fue la excepción.

En el primer semestre cayó el ingreso real en los tres tipos de hogares (clase alta, media y baja), pero preocupa que los que más perdieron hayan sido los que menos tienen. Las diferencias son significativas: en la primera mitad del año las familias de bajos ingresos sufrieron una inflación más elevada y sus ingresos nominales fueron los que menos treparon. Por ambos factores, cayó 10% el ingreso real de los hogares de escasos recursos, mientras que en los de mayor poder adquisitivo la merma fue más acotada (-7% i.a.).

Es lógico que un proceso inflacionario traccionado por el precio de los alimentos afecte en mayor medida a las familias que mayor proporción de su ingreso dedican al consumo de alimentos (clase baja). De la misma manera, es natural que luego de una devaluación sean los servicios no transables privados los que menores aumentos muestren, los cuales, a su vez, son consumidos en mayor proporción por sectores de clase alta.

El principal factor explicativo de los ingresos son los salarios y, si bien es cierto que existen diferencias metodológicas entre la estimación de unos y otros por parte del INDEC, lo cierto es que su variación explica en buena medida la variación de los ingresos.

El primer semestre se observó una clara contracción del salario registrado: el sector privado formal mostró una caída del salario real de 5,6% i.a., y en el sector público la merma se acotó a 3,5%. Se desprende de aquí que si los trabajadores amparados por negociaciones paritarias (con mayor poder de negociación en un contexto recesivo) no pudieron sostener su salario real, por ende, lo más probable es que el poder adquisitivo de los salarios no registrados haya caída en mayor medida (más allá de las cifras del salario informal reportadas por el INDEC).

Pero, cuando hablamos de ingresos no sólo tenemos en cuenta el salario sino también transferencias directas del sector público a los hogares. Entre ellas se destacan la Asignación Universal por Hijo (AUH) y las jubilaciones. Los perceptores de la AUH no cuentan con un sistema de actualización automático y dependen de los aumentos discrecionales que el Gobierno decida. En un año caracterizado por la profundización de desequilibrios fiscales, el Ejecutivo decidió dejar caer el valor real de la AUH, y el resultado fue una disminución del poder de compra de la percepción de 5,6% i.a. en el primer semestre del año.

El caso de los jubilados es el más preocupante. Si bien el sector sí cuenta con un mecanismo formal de actualización, la movilidad previsional no logra cubrirlos plenamente frente a la aceleración de la inflación. Deflactando su ingreso nuevamente por un índice de precios acorde a su estructura de consumo encontraremos que en los primeros seis meses del año su haber mostró una disminución de 7% i.a. en términos reales.

En suma, en este momento, no hay mejor política redistributiva que disminuir la inflación a valores que permitan el sano funcionamiento económico y social, y fomentar la inversión para dinamizar nuevamente la actividad y el mercado laboral.

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