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Sociales Viernes 19 de Junio de 2020

Volvamos a construir todo lo que esta situación ha destruido

CONSTRUCCIÓN COLECTIVA DE ALUMNOS DE PSICOLOGÍA DE UCES RAFAELA

REDACCION

Por REDACCION

En la cátedra “Clínica de Adultos 2”, a cargo de la Lic. Lorena Culasso, de la Lic. en Psicología que se dicta en UCES, Sede Rafaela, nos hicimos eco de las reflexiones emergentes en torno a la situación social y sanitaria consecuencia de la pandemia por COVID-19 y el Aislamiento social preventivo y obligatorio. Junto con los alumnos que están cursando cuarto año de su carrera universitaria (Romina Carnaghi, Agustina Foss, Eliana Franzoi, Florencia Franchino, Joaquín Zanella, Lara Ferrero, Daiana Ribero, Priscila Duks) nos dispusimos a abrir pregunta, valiéndonos para ello de una mirada clínica y crítica que nos permitiera poner palabras a lo que nos atraviesa el cuerpo. Lo que sigue, es una construcción colectiva hecha con fragmentos de sus producciones.

De repente, el mundo se detuvo, como consecuencia de un hecho absolutamente excepcional y diferente de todo lo conocido hasta ahora. El siglo XXI trajo, para toda la humanidad, un acontecimiento bisagra en la historia, que tendrá consecuencias múltiples que apenas pueden esbozarse en medio del vendaval en el que vivimos.

Son tiempos difíciles. La pandemia vino a poner en jaque la tranquilidad que conllevan las vidas rutinarias, caracterizadas por la velocidad e inmediatez. Desde la naturalización acrítica transcurrían nuestros días, a un ritmo vertiginoso, aferrados a una rutina, que nos acercaba a la idea de orden, nos otorgaba tranquilidad, nos ayudaba a tener una estructura para poder plantearnos objetivos y proyectos. Nos habituamos a nuestros quehaceres en “piloto automático” o “velocidad crucero”, convirtiéndonos en “subjetividades anestesiadas”.

Frente a la situación que nos encontramos atravesando, hemos quedado paralizados, perplejos, porque significó una pausa en nuestro reloj que conmovió nuestra estructura, criterios, esquemas, modos de vincularnos, formas de concebir el tiempo y espacio, formas de trabajo, maneras de aprendizaje.

Y no todos reaccionamos igual. Algunos simplemente sufren mientras que otros buscan maneras de aprovechar el tiempo. Algunos extrañan sin decirlo; otros disfrutan de un tiempo que en apariencia no estaba ahí. Algunos se descubren sin oficio y otros se aferran al suyo para salir “distintos” de esta cuarentena. Unos encuentran cobijo y amor en sus familias, otros en las video-llamadas, y algunos, simplemente, aprenden a llevar la soledad.

Una cosa es certera, ante el virus, nos une nuestra vulnerabilidad. Pero, ¿todo/as somos igual de vulnerables? ¿Qué pasa con quienes no tienen un hogar en el cual resguardarse? ¿Y qué sucede también, con aquellas personas para las cuales el hogar no es refugio seguro, sino un lugar nocivo, pernicioso? ¿Qué sucede con el niño que debe quedarse en casa con su agresor? ¿Y con la mujer que convive con quien la golpea diariamente? ¿Qué ocurre con la persona que vive de changas y necesita dinero diario para sobrevivir? ¿Cómo transita este aislamiento aquella pareja que estaba por separarse? ¿Cómo vive el embarazo una mujer lejos de sus afectos? ¿Cómo se despiden las familias de sus seres queridos recientemente fallecidos? ¿Cómo se higieniza quien tiene que hacer varias cuadras para ir a buscar un poco de agua todos los días? ¿Qué sucede para el que la casa es la calle?

La singularidad es una condición humana insoslayable: cada quien es portador/a y protagonista de una historia que le es propia. Dicha condición conlleva una dimensión ética, fundada en el reconocimiento del otro como semejante, así como también, del sufrimiento que le es propio. Pues bien ¿somos seres éticos? ¿Qué nivel de ética tenemos si en lugar de ser empáticos con el otro, lo ignoramos? ¿Somos capaces de pensar más allá de nuestra situación? ¿Cuántas veces nos hemos detenido a pensar en esto?

Mientras tanto, todo parece girar en torno a la salud física, es decir, la prevención del contagio del virus en la población como protagonista principal en el escenario de esta crisis. Ante lo cual, nosotros/as nos preguntamos: ¿qué sucede con las diversas problemáticas que nos atraviesan como país?, ¿qué hay del dengue?, ¿y de las violencias de género? ¿Qué ocurrirá con el acceso al trabajo y con la situación económica? Y aún más: ¿qué sucede con la salud mental? ¿Cuáles serán los efectos del confinamiento? ¿Cómo es posible generar pautas de autocuidado dejando por fuera la salud mental?

Si buscamos alguna palabra que irradie el efecto que en la subjetividad individual y en la subjetividad colectiva suscita el fenómeno actual, esta palabra quizás podría ser angustia. Todos sabemos acerca de ella. La padecimos, la padecemos y sabemos también del padecimiento de otros. La situación actual genera en las personas vivencias de malestar, que hacen tambalear su subjetividad, sus vínculos, identidades y proyectos, lo cual se manifiesta en términos de angustia, incertidumbre, vacío y desesperanza. Y mientras estos sentimientos nos invaden, las redes sociales, medios de comunicación, publicidades, nos han impregnado de actividades para realizar durante la cuarentena, con el objetivo de evitar el aburrimiento, la soledad, y en consecuencia, la reflexión y el cuestionamiento. Esto se sustenta en una perspectiva negativa de la angustia, como si fuera una emoción que no debiéramos sentir. Por múltiples frentes se nos transmiten imperativos superyoicos, mandatos sociales, en forma de mensajes que explican los modos adecuados para transitar el aislamiento utilizando el tiempo “haciendo algo” como cocinar, ordenar, limpiar, leer, mirar series, hacer cursos, hacer video llamadas, pintar, entre otras. Todas estas exigencias son como luces de neón para obnubilarnos, mantenernos ocupados y no detenernos a sentir lo que nos pasa. Estos requerimientos ya se hacían presente hace tiempo, pero el aislamiento obligatorio expone aún más, saca a la luz esta compulsión de hacer. Los imperativos están ahí para aparentar que la angustia no va a surgir y esto no es así. Entonces nos preguntamos, ¿Qué pasa con esa angustia que se siente y se intenta rechazar? ¿Será este “hacer de todo sin parar” un mandato para velar la angustia? ¿Cómo poner en palabras la angustia que brota cuando la vida se nos cae?

Entonces, deviene necesario hacer una reflexión que nos conecte con el modo actual de producción de subjetividad: el paradigma capitalista, la sociedad de consumo. Ambos nos necesitan en un estado cuasi hipnótico para sostenerse y perpetuarse, nos ofrecen objetos, actividades productivas y mandatos motivadores y de felicidad, lo cual en consecuencia nos borra como sujetos críticos, constituyéndonos en sujetos de puro goce inmediato y repetitivo, sin límites, obturando la falta, anulando o postergando la posibilidad de preguntarnos por nuestro deseo.

Ante este panorama, ¿qué tiene para ofrecer nuestra disciplina? Nos permite habitar y habilitar un espacio para que la angustia tenga permitido circular, posibilitando el despliegue de la palabra del sujeto, reflexionando y fortaleciendo los lazos sociales fragmentados, los vínculos amorosos y solidarios.

La realidad, con su cara más tiránica, nos impuso una barrera física, pero de ninguna manera esto es un obstáculo para pensar y repensarnos. El contexto, ciertamente nos confronta con la necesidad de crear nuevos modos de encuentro, sosteniendo la ética como ordenador, el deseo como motor y (¿por qué no?) y la esperanza como horizonte.

¿Volveremos a ser los mismos? Ningún cambio es sin consecuencia. En todo caso, sigamos a Residente, Freud y Pichon-Rivière: “No volvamos a la normalidad, mejor comencemos de nuevo”, volvamos a construir todo lo que esta situación ha destruido, y hagámoslo con “proyectos colectivos donde planificar la esperanza junto con otros”.

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