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Sociales Viernes 22 de Febrero de 2019

Un pequeño candado y un menú

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Hugo Borgna

Por Hugo Borgna

Como restos de una explosión silenciosa que no por eso tuvo menos efecto expansivo, quedaron sobre una puerta de vidrio de dos hojas, dos señales a la altura de los ojos.

Un menú de dos hojas de papel A4, una junto a la otra como un pájaro a punto de volar, da información precisa del costo de lo que ya no podrá consumirse allí.

Y un candado poco pretencioso en su tamaño, tal vez porque su efecto disuasivo llega directo a los sentimientos y no necesita alardear de su condición de cierre precario.

En el centro de las dos puertas de vidrio, hay un milimétrico espacio vertical desde el techo al piso, que es como decir también desde el cielo al suelo.

No hubo ningún chiquilín que necesitara mirarlo de afuera con la ñata contra el vidrio.

No fue la vieja recova que porque se le dio vuelta la taba, la derrotó la vejez.

No fue el café La Humedad, aunque sí reinó el café y brillaron el billar y la reunión; y, pensándolo con verdad, bien pudo a algún testigo del cierre habérsele piantado un lagrimón que, por vergüenza solamente, no fue a caer en la vereda sino en la Plaza, porque allí se puede disimular mejor.

No fue, con precisión, ninguna de las cosas recién nombradas.

Sí un lugar bien a la rafaelina -si es que existe esa posición especial de alma- con respeto por sí mismo y por la idea de respetabilidad del entorno que representaba.

Sí el lugar donde lo creativo fue bien recibido y alentado: los iniciales ajedrecistas de la ciudad (propios y llegados de otras ciudades, algunos fundadores de emblemáticos comercios y artistas plásticos) encontraron el sitio ideal antes de ocupar, cincuenta metros en diagonal, el sitio oficial.

Si el lugar donde se jugaba dominó con interés y, en algunos casos, con profesionalismo.

Sí el lugar al que concurrió un habitante de tierras exóticas, sobreviviente del recordado “Princesa Mafalda” de su naufragio frente a las costas del Brasil, del cual aprendieron algunas palabras en árabe sus compañeros de mesa y reunión.

Sí el lugar donde no fue necesario haber concurrido los primeros años, para poder sentirlo como propio; muchas generaciones nuevas y la actual (para ver fútbol codificado con sensación de tribuna) todavía piensan que es un mal sueño ver la vereda despoblada de mesas.

Es el lugar que va a persistir sin la presencia de voces y movimientos interiores, es el local que obliga a mirar hacia adentro para verificar si está igual que ayer o, como esperan, haya ocurrido el milagro de volver a vivir.

No los anima la esperanza sola y paciente.

También el menú con los precios y el candado que no ha impuesto una prohibición disuasiva.

Y porque sigue pasando esa porción de aire entre las dos hojas de vidrio que son la entrada, invitando a que vuelva toda esa vida –histórica y actual- que no dejará de latir.

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