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Sociales Lunes 28 de Julio de 2014

Un cuento escrito por la humanidad

EL GRITO

Edith Michelotti (*)

Por Edith Michelotti (*)

Los dos silencios sediciosos, potenciándose mutuamente, obtuvieron el resultado inevitable. La enfermedad avanzó a diestra y siniestra. Los virus se regocijaron. La estupidez humana ayudó. Nunca se sabrá cuándo comenzó todo. Sólo existen datos que la ciencia nos cuenta: aparición, destrucción del hígado en diferentes etapas, la cronicidad, el cáncer, los distintos virus. Y un quehacer imparable de la ciencia, para descubrirlos y perseguirlos, en un esforzado intento por eliminarlos.

Mientras tanto, los virus permanecían allí, en el habitáculo ideal. El cuerpo sorprendido mandaba sus represores. Algunas veces iban tantos que en su afán descontrolado de eliminar a los intrusos, terminaban con el propio habitáculo. Terminaban con el pobre ser humano. Otras veces, cuando los represores se organizaban mejor, mataban a la célula poco a poco, para que los malvados se quedaran sin ese habitáculo ideal. Y el enfermo duraba unos cuantos años más.

Y, por el afán milenario que tienen los humanos de llamar a las cosas por su nombre, a todo este embrollo lo bautizaron como Hepatitis A, Hepatitis B o Hepatitis no A no B. A esta última en 1989 la identificaron como Hepatitis C. Y luego aparecieron primos hermanos, D, E y otros cuantos allegados. Y así, la ciencia continuó investigando a los malvados y su andar siniestro. Y actuaron. En realidad actuaron rápido, porque descubrieron drogas destructivas que en pocos años devolvían la salud perdida. Fue un avance genial.

Pero ¡ay! No existe la felicidad completa. ¿O hablar de felicidad, es filosofar sobre algo que es bueno, pero no en su totalidad?

Lo cierto es que todo hubiera sido perfecto si no se hubieran mezclado maléficamente los dos silencios.

Primero lo hizo el de la enfermedad. Haciéndose el tontito, destruyendo células día tras día, año tras año, sin comunicarle al dueño de las mismas las cicatrices que le iba dejando en el hígado. Cicatrices que siguiendo la costumbre, llamaron fibrosis. No contentos con ello las enumeraron: fibrosis uno, dos, tres o cuatro. Cirrosis. Cáncer.

La ciencia afirmó sus pasos y colocó en manos de los profesionales idóneos, los instrumentos necesarios para combatir semejantes virus. Y como siempre, los buenos médicos, marcharon al compás de sus avances, de sus descubrimientos.

Lo grave fue que se sumara el segundo silencio. El ingrato silencio gubernamental. El que perfectamente conocedor de lo que estaba ocurriéndole a la humanidad, no salió a informarle que estos enemigos silenciosos la estaban demoliendo solapadamente. Que sus hígados eran agredidos sin piedad. Que los malvados virus se transmitían de seres humanos a seres humanos, reproduciéndose como cucarachas.

Callaron. Callaron durante muchos años. A causa de ello, muchos inocentes quedaron en el camino. Inocentes que llegaban a la consulta demasiado tarde, privando a los profesionales de concretar el éxito anhelado.

Dos silencios malditos. Dos silencios cómplices.

Ante la personalizada toma de conciencia de esa realidad, los enfermos elevaron su grito. Alguien tenía que hacerlo. Los más audaces, se animaron. Los menos audaces, acompañaron. Primero lo hizo Canadá, luego se sumó el resto de América, Europa, Asia, Africa, Oceanía. El grito multiplicado, se conformó en cientos de grupos mundiales y creció y creció como una bola de nieve hasta transformarse en estruendo. La Alianza Mundial de la Salud, no pudo menos que escucharlo. Los gobiernos del mundo, lo escucharon. Y ya no pudieron callar más. Nadie pudo continuar mirando hacia otro lado. La historia había cambiado. 

Sólo resta que hoy en pleno siglo XXI, los avances de la ciencia estén al alcance de todos los habitantes del mundo. Porque los virus tiemblan, los médicos se regocijan, los enfermos sonríen esperanzados. Quizás el hombre haya dejado de ser tan estúpido.

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