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Sociales Miércoles 24 de Marzo de 2021

Tres clérigos celebraron sus Bodas de Plata sacerdotales en Sunchales

La celebración tuvo lugar anoche con una misa en Acción de Gracias en el templo San Carlos Borromeo, oportunidad en que se destacó la vida difundiendo la fe del párroco local, Fernando Sepertino, del padre Raúl Massini y monseñor Gustavo Montini.

Agrandar imagen FOTO F. MELCHIORI// BODAS DE PLATA.  Los tres sacerdotes que celebraron los 25 años de su ordenación.
FOTO F. MELCHIORI// BODAS DE PLATA. Los tres sacerdotes que celebraron los 25 años de su ordenación.
REDACCION

Por REDACCION

SUNCHALES (De nuestra Agencia). - Anoche el templo parroquial San Carlos Borromeo  fue escenario de una celebración singular, en la oportunidad, en el desarrollo de una misa en acción de gracias, se agradeció la dedicación de servicio sacerdotal de Fernando Sepertino, Raúl Massini y Gustavo Montini.

La homilía la ofreció el párroco sunchalense, y su contenido lo reproducimos a continuación.

Queridos hermanos:

En la primera lectura del libro de los Números se nos relata la presencia de Moisés en una misión que a todas luces representa lo que será siempre el ejercicio del ministerio sacerdotal en la Iglesia: el ser intercesor-puente entre Dios y los hombres. El pueblo mordido por las serpientes abrasadoras moría; Moisés intercede por el pueblo y pide a Dios que haga algo; y Dios le ordena a Moisés hacer una serpiente y colocarla en un mástil: así todo aquel que era mordido, al mirar hacia arriba quedaría curado. El sacerdote diariamente tiene como misión presentar las necesidades del pueblo a Dios, y entregar de parte de Dios la gracia y el amor que sanan y salvan al pueblo.

Estamos en el tiempo de Cuaresma, y esta lectura bíblica también nos invita a pensar en aquello que la Iglesia realiza cuando anuncia el Evangelio: predicar la Muerte y Resurrección de Jesús, para que la mordedura mortal del pecado encuentre en la cruz de Jesús el remedio y la salvación para el que la mire con FE. Jesús, al anunciar en el Evangelio “cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia mí”, describe esa realidad misteriosa: no hay otra señal para el mundo que la cruz. El rostro de Jesús desfigurado en la Cruz es transparencia, es reflejo de la salvación de Dios. En Jesús, sometido al suplicio, reconocemos que nuestro Dios es alguien que se pone de rodillas para servir y lavar los pies a sus discípulos y que muere solo por obediencia al Padre y por Amor. Cuando la cruz se levanta hacia el Cielo, Dios salva a todos los que no apartan de ella su propia mirada.

En estos días de marzo estamos celebrando los veinticinco años que recibíamos de manos del Obispo –junto con el Padre Gustavo y el Padre Raúl- el regalo del sacerdocio. Un llamado de Dios por medio de la Iglesia, que había comenzado -en mi caso particular- mucho antes, a los dieciséis años, casi inmediatamente después de haber recibido el Sacramento de la Confirmación. Sin saber muy bien de qué se trataba, se lo conté por primera vez a un sacerdote allá en Ceres el 9 de octubre de 1986. Ese sacerdote era el P. Hugo Santiago, quien con gran paternidad y sabiduría fue la mediación humana que Dios puso para que ese primer e incipiente llamado pudiera ser reconocido y saber de qué se trataba.

Sin embargo, a medida que la llamada era más clara, la resistencia se hacía más fuerte. Los planes de terminar la secundaria y estudiar agronomía estaban, pero otra voz interior se abría paso cada vez con mayor intensidad: “¡Ven y sígueme!”. De un futuro que parecía estar entre tierra, plantas y semillas, el Señor quería un “sembrador de la Palabra”. Recuerdo -como hecho anecdótico- haber experimentado en momentos de oración el llamado para el sacerdocio, y decirle a Dios: “¡No! Fijate en fulano, que tiene tal o cual actitud o cualidad”. Sin embargo, y como sabemos los cristianos, Dios elige a personas para los servicios o misiones qué Él tiene pensado solamente con una única motivación: Su amor. No hay otra razón por la que Dios elije a alguien para un ministerio que lo desborda y lo supera por los cuatro costados.

Después de estos veinticinco años de ministerio sacerdotal, estamos reunidos para agradecer primerísimamente la fidelidad de Dios en medio de su pueblo. Dios mismo ha sido quien sostuvo y sostiene la entrega de un sacerdote en el ejercicio del ministerio. Una experiencia de ser el puente entre Dios y los hombres que día a día en la oración presenta al Padre súplicas y plegarias.

Pero para ser un puente de gracia y de amor de Dios, para poder ser un verdadero mediador, siempre será necesario descubrirse uno mismo “mordido” por las propias debilidades y pecados, e invitado a mirar a lo alto con FE para ser “sanado y salvado”. Siempre me impacto el pasaje del Evangelio de la pesca milagrosa, en el que Jesús dice a Pedro que tire las redes a la derecha; y Pedro -después de una noche de fracaso- le responde: “En tu nombre echaré las redes”. Una frase que pone a Jesús en el centro de la tarea, y desplaza cualquier tentación de mirarse a uno mismo o creer que la obra es personal. Por eso damos gracias a Dios que –como siempre- ha querido que la semilla eterna y valiosa de su Palabra llegara a nosotros por medios frágiles e indignos. Así puede resplandecer mejor que en la debilidad de los instrumentos se muestra más perfecto el único poder salvador de Dios.

Había elegido hace 25 años un lema que inspirara el acontecimiento de la ordenación y el camino que se iniciaba en aquel momento como sacerdote. Hoy vuelvo a redescubrir que (lema) “Somos servidores de ustedes por amor a Jesús”, que el amor de Jesús se sigue derramando y permite una entrega de servicio a Dios y a la comunidad. Sabernos servidores nos hace también capaces de agradecer en este momento todos los lugares y personas que Dios fue poniendo en nuestro camino: los Obispos, las comunidades parroquiales, los sacerdotes, los servicios diocesanos, la familia y los acontecimientos que se vivieron en estos años de ministerio sacerdotal.

Comienzo agradeciendo el camino de la formación inicial en el Seminario de Córdoba, los formadores, profesores, seminaristas y todos aquellos que a lo largo de siete años fueron acompañando ese tiempo de los inicios.

Agradezco a los Obispos que -como padres y pastores- acompañaron estos veinticinco años de entrega a la Iglesia en esta querida Diócesis de Rafaela: a Monseñor Héctor Romero, que me ordenó sacerdote. Que también fue un testimonio en toda la Diócesis cargando la cruz de su enfermedad. Y que se unió de manera fecunda al Señor que salva y da vida a la Iglesia. A Monseñor Carlos Franzini, con quien colaboré casi la mitad de estos años de sacerdote, aprendiendo de él una gran cantidad de enseñanzas y viviendo una estrecha amistad y cercanía que valoro aun hoy. Ellos dos también acompañan desde el cielo este momento y la vida de nuestra Iglesia Diocesana.

Agradezco a Monseñor Luis por su confianza en este tiempo y su presencia en esta noche presidiendo esta celebración. En su persona él, como sucesor de los Apóstoles, nos pastorea, nos guía y anima en la comunión como Iglesia de Jesucristo. Por eso gracias Luis.

Agradezco a las comunidades de la Diócesis en las que pude servir a lo largo de estos años: Fátima de Frontera, San Cristóbal, Fátima de Rafaela, Susana y las comunidades que la conforman, San Cayetano y ahora Sunchales. De varias de estas comunidades veo rostros en esta noche que las representan y hacen cercano el tiempo vivido y compartido en las distintas actividades pastorales. En el Seminario un sacerdote nos decía sabiamente: “Nunca pidas al Obispo ir a tal lugar, o no ir a tal lugar”. Habiendo practicado este consejo, doy gracias a Dios que ello permitió a lo largo de los veinticinco años experimentar que estuve en el lugar donde Dios quiso que estuviera. Su providencia es la garantía de que se puede vivir dejándonos guiar siempre por Él, y así espero que se pueda continuar en adelante.

En cada comunidad compartí también con varios hermanos sacerdotes que fueron también presencia formadora en el ministerio sacerdotal. Nombro solamente a quienes hoy estamos en la comunidad de Sunchales: el P. Antonio y el P. Néstor. Agradezco especialmente al P. Néstor su testimonio de alguien que –comenzando sus primeros años de ministerio- brinda su cercanía y su amistad. Le agradezco también la organización de la celebración de esta noche junto a varias personas más de Sunchales.

Agradezco a los demás Obispos presentes (nombrarlos…) y sacerdotes (está el P. Raúl que cumple años. Los tres y el P. Fernando Olivero compartimos los siete años de formación inicial en el Seminario). También con varios de los presentes compartimos la amistad desde la formación en el Seminario. Muchas gracias a ustedes.

Agradezco a mi familia. Experimenté y experimento de manera muy cercana la presencia de mis padres desde el Cielo (está presente el padre Antonio Navarro, que los había casado hace 53 años en Ceres), de la nona Teresa (mi abuela materna a quien no conocí personalmente, pero que algunos atribuyen el deseo de tener un hijo o un nieto cura, y así lo pedía a Dios con sus oraciones). En la actualidad agradezco mucho la cercanía de mi hermana Techy, de Leo, Matías y Camila. Siempre encuentro allí en su casa el lugar de familia, de “recupero de sueño” y de algún partido de loba jugado con los sobrinos como distracción.

Lo decía al comienzo: la Eucaristía que celebramos hace que este aniversario no sea solamente una fiesta “personal” de alguien que celebra un momento importante de su sacerdocio. El centro no somos nosotros. El centro siempre es Jesús: su Palabra, su Gracia, su Iglesia con los rostros concretos de cada lugar. Por eso en esta noche celebramos juntos la Vida, la Salvación y la Fidelidad de Dios en medio de su pueblo.

A María nos encomendamos para que la acción de gracias de estos veinticinco años se prolongue a lo largo del tiempo que vendrá, continuando en el servicio a Dios y a todos ustedes. Y que San José y el Santo Cura Brochero nos sigan regalando a todos los sacerdotes un “corazón de padre”. Así sea.


 

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