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Sociales Martes 21 de Mayo de 2024

Sensaciones y sentimientos: escritores, esclavos y amos

 “No sé como fui a quererte, ni cómo te fui adorando, me siento morir mil veces cuando no te estoy mirando” dice una parte de la letra de “Esclavo y amo”.

Agrandar imagen Es el encanto de compartir, dice, y se atribuye el poder de ser quien elija.
Es el encanto de compartir, dice, y se atribuye el poder de ser quien elija. Crédito: Archivo

Por Hugo Borgna

 

No crean, lectores, que por el hecho de tener siempre a disposición los instrumentos para la escritura (y el tiempo muchas veces) los autores tienen todo el poder.

 

En teoría sí. Sienten que controlar los elementos y poseer la facultad de decidir de qué y cómo va a escribir, resuelve todas las demás cuestiones.

 

Además, percibe claramente quién es el amo.

 

Con todos estos preceptos bien a la vista los escritores acometen esa tarea que los caracteriza.

 

Por qué, cómo y cuándo, son los elementos de forma y fondo. Debidamente aceitados los mecanismos creativos, las palabras parten hacia el mundo real (el de ellas: el conocimiento público) y fluyen.

 

Saltan alegres; ríen, meditan, sueñan, hacen pausas para ser conocidas mejor. O insólitamente se muestran tristes sin que los todopoderosos autores sepan muy bien la causa de ese desvío.

 

“No sé como fui a quererte, ni cómo te fui adorando, me siento morir mil veces cuando no te estoy mirando” dice una parte de la letra de “Esclavo y amo”.

 

Es el momento en que los autores perciben una vacilación en sus soportes creativos. ¿De dónde sale ese concepto rebelde que crea dependencias de algo sin poder? ¿Por qué ese decir de la palabra, solo insinuado, pero con tanta dosis de peligro para el poder indiscutido?

 

Dentro de un esquema de cimientos sólidos se ha introducido una habitación con aire competitivo con amenaza de ser constante y convertirse en ama de la situación.

 

Como en la pareja humana, descubre el autor un componente iluminador.

 

Es el encanto de compartir, dice, y se atribuye el poder de ser quien elija.

 

“De noche cuando me acuesto, a Dios le pido olvidarte, y al amanecer despierto tan solo para adorarte”.

 

La canción toma el poder entonces y logra una paridad inesperada, aunque con la duda de si se puede ser esclavo y amo al mismo tiempo.

 

La escritura parece ahora haber salido también, no solo a cantar sino a ser parte del hecho creativo que, ya no hay duda ahora, para ser perfecto, ideal, debe hacerse mediante dos participantes: los escritores esclavos y amos sienten una doble presión, por la necesidad de definir ante sí mismos la inquietante cuestión.

 

Por una parte, saben que han creado, sin intención, un sector de opinión, un público seguidor que gusta del contenido de sus textos. Cambiar el enfoque haría que pierdan algo de su popularidad: el amo necesita atenderlos: ha crecido por ellos, los que le reclaman más de esos mensajes.

 

Recibe entonces el llamado de una idea salvadora: puede ser dueño de la libertad para elegir quienes van a ser sus amos, mientras transcurre su inspiración disponible y aceptada.

 

Queda tranquilo por un momento, como el estudiante que ha preparado a conciencia una materia previa, requisito indispensable para poder pasar a una instancia superior.

 

Sueña que una multitud de docentes -todos amos- lo mira con interés de su profesión mientras se acerca la fecha del examen y él no ha podido, todavía, romper esa cadena condicionante.

 

Ese dilema dice presente, es la cuestión principal ¿Se debe ser dominante siempre, o dependiente según cada situación?

 

Y cómo deben resolverlo, el tema vigente le siembra, en profundidad, una inquietud con intención de instalarse: ser dueño o dependiente.

 

Pero ese es tema para otra nueva canción, donde esclavitudes y libertades se darán la mano, empatadas y triunfadoras.

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