Por REDACCIÓN
Por Hugo Borgna
“La ví llegar – caricia de su mano breve – la ví llegar – alondra que azotó la nieve – tu amor, pude decirle, se funde en el misterio – de un tango acariciante que gime por los dos.”
Es un punto de partida desde un final de relación. Demasiado tentador para una letra llena de sentimientos sin detenerse a mirar el panorama más interior del corazón. Tiene sabor, también, a tango que siempre está acercándose, mirando desde una colina el panorama siempre doloroso del no-ser.
“Y el bandoneón – rezongo amargo en el olvido – lloró su voz – que se quebró en la densa bruma - y en la desesperanza tan cruel como ninguna – la ví partir sin la palabra del adiós.”
Entre las canciones que conquistaron el sentir histórico mediante el canto, muchas hay que hacen pensar, al evocarlas, en la íntima unión en música de un autor con un producto del amor más histórico; decir Caminito es entender Juan de Dios Filiberto y Gabino Coria Peñaloza; expresar El día que me quieras es percibir a Gardel y Lepera; decir La Cumparsita remite desde todas las almas a Gerardo Mattos Rodríguez. Y mencionar a “La ví llegar” es acertarle a la máxima creación a Julián Centeya, el que en los documentos figuraba como Amleto Enrique Vergiati. Las cuatro, uniones felices de autores y producidos, son referencia directa, mucho más que casualidades, a pesar de parecer solo inspiración de un momento.
“Era mi mundo de ilusión lo supo el corazón – que aún recuerda siempre su extravío – era mi mundo de ilusión y se perdió de mí – sumándome en la sombra del dolor.”
Igualmente también existe una combinación de intérpretes (cantores y directores de orquesta) que sembraron momentos de emoción en cada encuentro de sonido. En el caso de “La ví llegar” casi ninguno se privó de interpretarla; el dueño de la sensación de tango -Troilo, por supuesto- a través de cada uno de sus cantores se ocupó de que ellos a través del tiempo, quedando el registro de su sentir.
“Hay un fantasma en la noche interminable - hay un fantasma que ronda en mi silencio – es el recuerdo de su voz latir de su canción – la noche del olvido y su rencor”
Los cantores que se proyectaron como solistas también la vieron llegar y la abordaron dejando su corazón interpretativo; el Polaco (decirlo así es más sensible que el solo enunciativo Roberto Goyeneche) regando con su sentimiento cada nota en su lugar. Por su parte, el siempre evolucionado y melódico por naturaleza Raúl Lavié, aportó tanto canto que dejó afuera una de las estrofas, sin que se pierda la icónica historia de amor imperfecto que configura La ví llegar.
“Y el bandoneón – dice su nombre en su gemido – con esa voz – que la llamó desde el olvido - y en este desencanto brutal que me condena – la ví partir sin la palabra del adiós”.
Es tan grande la verdad musical de La ví llegar, que necesitó un sello de garantía infinita para presentarse a la gente. Casi una exclusividad en la vida de Julián Centeya, que, de tan imponente sensación acepta (aunque de mala gana) la posibilidad de que se vaya.
Por eso también elude con elegancia el lugar común que cierra la expresión de que así como algo se presentó, en la misma circunstancia de marchó. No dice “la vi partir y en la distancia se perdió”: expresa, con verdad más dolorosa “la ví partir sin la palabra del adiós”
A todo esto, casi no se mencionó la palabra “tango” que tan bien viene a estas circunstancias.
De acuerdo al sentir fundador (ese que nunca se incendió), tango y canción se perciben salidos y partes de una sola pieza: ese cuartito donde caben -y eso es decir mucho- todas las llegadas y sus engañadoras partidas hasta siempre.