Por REDACCIÓN
Por Hugo Borgna
El haz de luz hacía fácil de ubicar a esa presencia humana. La misma que con bien calculadas pausas en su decir dejaba que su mensaje, como la luz, cayera como al pasar. Todo, un quieto fluir.
Algunas veces el hombre tenía la compañía de un perro. De un colorido para nada frecuente y gracias a un artificio lo suficientemente claro como para que ningún espectador televisivo llegase a pensar que ese doméstico compañero, que con su quietud aportaba a la eficacia de la palabra, era realmente verde.
El hombre y su mensaje se complementaban: Jesús Quintero hacía de su conversación un arte de comunicación de verdades y conceptos para asimilar, lentamente, luego. Se llamaba realmente Jesús Rodríguez Quintero. Su nacimiento había ocurrido en San Juan del Puerto (España) el 18 de agosto de 1940. Vivió 82 años. Había llegado a nuestra televisión por la vía indirecta de un canal señero con muchos seguidores: el emblemático Televisión Española (TVE)
No se mostraba muy amigable con sus invitados. Más: los irritaba intencionalmente. No eran pocas las veces en las que, como en un caso concreto, sabiendo que su invitado era siempre rechazado y no podía concretar un trámite oficial, le preguntaba si estaba gestionando ese objetivo; obviamente, el entrevistado se sentía molesto y se lo hacía saber. En ese ambiente de inquietantes sensaciones, comenzaba la entrevista Jesús Quintero.
En un clima extraño, echada un poco hacia atrás y bien cubierta su cabeza; distante pero cercano, informativo dentro del ámbito de la intimidad, atrapaba a su público (nosotros) con historias muy especiales de sus connacionales, personas que difícilmente hubiéramos podido asimilar a nuestra idiosincrasia, si no fuera por la notable aptitud de relacionar y comunicar de Jesús Quintero.
Recordaba a su padre, un electricista llamado José, y a María, su madre (“ella decía que yo era más raro que un perro verde y un ratón colorado”). Años más tarde, trabajando en televisión -un medio a su medida de programa especial- puso esos nombres a algunos de esos programas.
Su período creativo de realizaciones con ese estilo, y siempre para la televisión desde España, se puede ubicar entre los años 1990-2012.
De ellos, hubo dos que fueron muy recordados y vistos desde aquí: “El perro verde”, por TVE en 1988 y luego, en 1997, desde Uruguay con retransmisión desde Argentina. El otro emblemático programa fue “El loco de la colina”, que se emitió por Televisión Española en 2006.
Los perros verdes necesitan, para una comunicación cabal, hablar de otros personajes de la misma especie sin deseos de cambiarse de vereda: marginales como Risitas, el Peíto o El jorobado de Notre Garbate, o el Penumbra. Exóticos para nosotros, eran mostrados tal cual en sus programas. Los sentíamos, sin saber exactamente por qué, cercanos a nuestro ámbito local.
Por lo demás, inspiraba respeto y admiración. Ese palpable sujeto creativo, “perro verde” y o “loco de la colina” ejerció la producción artística; de la cantante Soledad Bravo -su pareja-, y del reconocido Paco de Lucía. A la hora de poner etiquetas, fue periodista, escritor y presentador de televisión, premiado y reconocido por su profesionalismo e idea de la cabal comunicación.
Como los españoles brillantes puede ser un loco, en el mismo ámbito y posición social en que creció y se transformó Alonso Quijano.
O también, sin pretensiones de premio o categorización especial, puede ubicárselo como habitante de alguna colina con juego de vida propio y aire con doble transparencia.
Desde donde se pueda divisar claramente lo sensible y lo complejo.