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Sociales Martes 2 de Julio de 2024

Sensaciones y sentimientos: el ocaso de los chistes ver...de mal gusto

Todo debía ser oculto y o en voz baja. Desde el color del plumaje de los loros hasta la participación de ellos, protagonistas muchas veces de los remates contundentes de las situaciones.

Agrandar imagen Elucubraciones acerca de una costumbre incorporada en la sociedad.
Elucubraciones acerca de una costumbre incorporada en la sociedad. Crédito: Archivo

Por Hugo Borgna

Algunos intentan dejarlos en el olvido más profundo, una especie de ostracismo cultural: existieron, pero no fueron definitivos en un contexto identificatorio.

Pero no es posible. La memoria colectiva ha dejado profundas huellas, un resto de tradición piemontesa que sobrevive en el modo del dialecto.

Como todo lo que creció paralelamente al conjunto de buenas actitudes -sociales y con una buena dosis de vocabulario de contrabando- esos cuentos están allí. Una esquina de la memoria los guardó semienvueltos en nostalgia activa, para poder retener ahora el nombre ordinario de esa cosa u objeto que guardaba la gracia y el color vivo del hecho relatado.

Todo debía ser oculto y o en voz baja. Desde el color del plumaje de los loros hasta la participación de ellos, protagonistas muchas veces de los remates contundentes de las situaciones.

¿Hace falta que digamos de qué cuentos orales estamos hablando? Cierre obligado de las reuniones donde se comía y bebía (ahora la costumbre incorporó el baile), donde había una especie de código no escrito, los hombres se ubicaban en un imperfecto círculo de una longilínea mesa. Mediante turnos respetados “religiosamente”, uno relataba, apoyado en un silencio atento de los demás y, en un determinado momento, estallaba la risa. Luego, y repetidamente durante un tiempo, se sucedían el relato, el silencio y -a veces- un aplauso o un elogio mayor, hacia el cuento y o hacia el narrador, cuando se superaba el nivel medio de calidad.

Los cuentos no se contaban solos, por graciosa que fuera la manera de combinar palabras y pausas, o la creación de ambientes para que la risa quede asegurada. Existe un cuento tipo. Dice que en un determinado país europeo circulaban tantos que se los identificaban por número: de este modo, en las sesiones subía alguien a un escenario y decía, por ejemplo, “57” y la carcajada general subía hasta el cielo donde vive el origen de la diversión. Subía otro contador y decía “89”, “176”, “832” y “647”. El público, que los reconocía, se descostillaba (se decía así en esa época, a pesar de que las costillas quedaban en poder de cada uno después de haberse reído). Se cuenta que al subir uno, comenzó la rutina enérgicamente con “510” y el público no reaccionó. Subió el voltaje el contador con el “910” y los oyentes, no lo festejaron: entonces apeló al máximo, el de resultado infalible. Se plantó y con seguridad, lanzó: “573”…

…y el silencio fue como un golpe en alguna parte emblemática del cuerpo. Entre el público, un hombre le dijo a otro, para explicarle el rotundo fracaso: lo que pasa es que no tiene gracia para contar cuentos.

Facilidad para contar o ausencia de la misma, lo concreto es que esos relatos poblados de materia prima de funciones y órganos humanos muy privados fueron sacados del repertorio de la gente deseosa de divertir a sus semejantes. Puede ser también que al haber surgido narradores de alcance nacional y, con solo picardía, sin el componente originario de grosería, se hubieran podido lucir mediante un vocabulario “permitido” y sin situaciones superadoras de límites.

O por la informática, con su decisiva penetración donde juega más el doble sentido que la intimidad más escondida, esa misma ciencia que explica el 90 por ciento de los cambios sociales (aunque no tengan culpa de nada).

O quizás lo explique la dolida, invariablemente nostálgica, de aquél que vivió la gloria en su momento de que le pidieran a su llegada a un grupo, que los divirtiera con un cuento nuevo.

Dicen que con profunda convicción, lanza un lastimero “se están perdiendo las mejores malas costumbres sociales.”

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