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Sociales Martes 6 de Agosto de 2024

Sensaciones y sentimientos: de malevos y metáforas reas

Sin la esencia presente y fugitiva de la poesía, parece ser realidad, desde Bécquer hasta aquí, que no se llega a tocar los sentimientos.

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Como oficio, el de malevo solía ser demasiado ingrato. Crédito: Artelista

Por Hugo Borgna

 

 

Como oficio, el de malevo solía ser demasiado ingrato. Sus finales de vida, sin embargo, muchas veces terminaban con final feliz.

 

Leyeron bien, lectores, dice final feliz. Como el del guapo que relata la historia con “La Fulana”.

 

El dejó de compadrear y aceptó, calladito y conforme, usar su uniforme de changador; todo a medio camino del consuelo. “La cuestión que la fulana, me dio el dulce y lo mordí”, dice.

 

Es cierto que también hubo casos desesperanzadores. En el final de Malevaje el recio guapo con solo verla, perdió la fe y el ansia de guapear. “Solo me falta pa’ completar, más que ir a misa e hincarme a rezar”, expresa con poca aceptación y sí, mucha queja.

 

Homero Expósito tomó al malevo cruzado por un destino del que no pudo zafar, mostrando una línea poética vigorosa sin complacencias. Cuenta hechos de la realidad mediante metáforas que, sugiriendo, hacen saber la historia con más exactitud y drama que un simple relato directo.

 

“Nació en un barrio con malvón y luna / por donde el hambre suele hacer gambetas / y desde pibe fue poniendo el hombro / y anchó a trabajo su sonrisa buena, / La sal del tiempo le oxidó la cara / cuando una mina lo dejó en chancleta / y entonces solo, para siempre solo / largó el laburo y se metió en la huella”

 

La generosa línea de inspiración que fue guía de las poesías de Homero Expósito, lo llevó por un camino habitado por poetas como Homero Manzi, cantándole románticamente a los sentimientos.

 

Al mismo tiempo, habitaban el drama y el modo sarcástico de mostrar la vida propios de Enrique Santos Discépolo: tres formas de sentir sus costados más consistentes, donde los sueños son la ola que se estrella -de distintos modos- en una playa a la medida de cada espera.

 

“Malevo te olvidaste en los boliches / los anhelos de tu vieja / malevo se agrandaron tus hazañas / con las copas de ginebra / Por ella, tan solo por ella / dejaste una huella de amargo rencor / Malevo, qué triste / jugaste y perdiste / tan solo por ella / que nunca volvió”.

 

Por esas esquinas también escuchó Troilo a las musas que viven en los pentagramas. Como si fuera poco uno solo, con casi todos sus cantores grabó “Te llaman malevo”, haciendo vivir el barrio con una intensidad digna de más. Con Angel Cárdenas logró transmitir el frío de la soledad, cuando se la presenta con un vigor que solo pueden albergar los guapos.

 

“Tambor de tacos redoblando calles / para que se entren las muchachas buenas / y allí el silencio que mastica el pucho / dejando siempre la mirada a cuenta / Dicen que dicen que una noche zurda / con el cuchillo deshojó la espera / y entonces solo, como flor de orilla / largó el cansancio y se mató por ella”.

 

Habría que plantearse -o dejar de hacerlo- esa cuestión llena de burlonas tangentes que hablan de las diferencias de origen y desarrollo entre los textos de poesía “pura” y los que son concebidos para ser cantados. La mayoría de las veces, en tango.

 

Sin la esencia presente y fugitiva de la poesía, parece ser realidad, desde Bécquer hasta aquí, que no se llega a tocar los sentimientos.

 

¿Cómo se hace para cantar una melodía, por bella que sea, que no haya conseguido albergue -ni siquiera transitorio- y no pueda tirarse a vivir en una casa, ni en un barrio, ni en el sitio sin límites sensibles de una ciudad?

 

 

Si se da ese sensitivo encuentro, a nadie se le ocurrirá clasificar el origen de cada expresión poética. Los versos del caso, satisfechos desde un sillón, mirarán a todos sobradoramente.

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