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Sociales Martes 13 de Agosto de 2024

Sensaciones y sentimientos: de los contadores de cuentos

Queda claro que ese contador no era bienvenido en las reuniones. Los asistentes, que los identificaban demasiado tarde para irse, formaban subgrupos pensando en cualquier otra cosa.

Agrandar imagen Dentro de los detallistas, estaba el que creía que sus oyentes no entendían dónde radicaba el chiste.
Dentro de los detallistas, estaba el que creía que sus oyentes no entendían dónde radicaba el chiste. Crédito: FCE Detalle

Por Hugo Borgna

Hasta aquí, en artículos anteriores nos habíamos ocupado de algunos aspectos de los cuentos clasificados, ingenuamente y con buen mejoramiento de la imagen moral, como pícaros.

En el ámbito de ese arte se lucían un grupo de virtuosos, contadores anónimos que bien podrían haber brillado en los medios: merecen estar en un respetuoso sitio de admiración. Todos los que rieron con ganas al escucharlos deberían contar un cuento o un chiste cada cierto tiempo, como saludo y para preservar la especie, incluyendo también a los olvidados, y por la legión de expectantes y críticos oyentes de aquellos tiempos.

Nos estamos refiriendo ahora a los relatores que tenían pocas -o ninguna- condición para contar cuentos. En honor a sus pacientes víctimas, esos que no llegaron a festejar ningún chiste por haberlos arruinado previamente el relator, vamos a enumerar los tipos de malos contadores, por si algún oyente (público siempre interesado) se encontrara casualmente con alguno de ellos.

Existía el puntilloso, para quien los detalles eran más importantes que el cuento mismo. Entonces, si el protagonista de la acción era un farmacéutico, se veía en la obligación de mencionar los distintos artículos que estaban a la venta, aclarando para qué situación de salud correspondía cada uno. Podría haber ocurrido que algún oyente, deseoso de que el relato se hubiera acelerado, preguntase si era necesario que el relator describiera el inventario de la farmacia; por lo que el relator, celoso de la exactitud y precisión, acotara respetuosamente que así se lo contaron. Y seguía en lo suyo de hacer una novela épica de cada relato de minúscula acción.

Queda claro que ese contador no era bienvenido en las reuniones. Los asistentes, que los identificaban demasiado tarde para irse, formaban subgrupos pensando en cualquier otra cosa.

Dentro de los detallistas, estaba el que creía que sus oyentes no entendían dónde radicaba el chiste. Después del final, cuando sus oyentes se daban por satisfechos y se disponían a reír, empezaba a explicarlo con modo doctoral, hasta que alguno -que con ese detalle se ganaba el aprecio de los demás oyentes- le aclaraba que habían entendido y se lo demostraba al narrador, con palabras adecuadas, y todo cuando la gracia ya había sido lo suficientemente lavada.

Un contador muy pintoresco era el que se divertía tanto con el cuento, que se tentaba permanentemente y reía con sonoridad de cada situación. Llegaba trabajosamente al final y los demás integrantes empezaban a mirar a todos lados esperando que del cielo les llegara una posibilidad más entretenida que escucharlo.

Con seguridad muchos lectores tendrán referencia de otros relatores de chistes y cuentos. Porque hay diferencia entre estos dos casos. El chiste es breve porque por lo general no se tiene tiempo para una historia larga, por graciosa que sea. Es típico de los porteños. El cuento se ambienta mejor en el interior del país, donde sus personajes tienen casi todo el tiempo del mundo para agregar detalles -si no los tuviera- y matices de pronunciación de cada zona.

(Gracias, Landriscina por haber explicado cabalmente esta diferenciación. Ahora volvemos a los tipos de narradores y sus características).

Hay un tipo de narrador que desde siempre merece el sitio de honor como arruinador de infalibles cuentos. Es el dubitativo que ejerce el desarrollo con eficacia y consigue la máxima atención, hasta que lo ataca el ser o no ser, que siempre anticipa una tragedia.

Cuando está preparando el camino para el remate gracioso, empieza diciendo algo así como “no me acuerdo bien como sigue, o si la profesión era herrero o médico cirujano. Déjenme pensarlo un ratito porque de verdad, aclarado eso, el cuento es muy gracioso”

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