

Por REDACCIÓN
Por Hugo Borgna
El escritor hace lo más simple y directo. Deja fluir la idea sin poner limitaciones y se va él mismo con el impulso que le pidió prestado al ámbito, el que, previamente rodeado, se había apoderado del origen de sus sensaciones.
Es la libertad lo que lo ha ganado y permite combinar elementos externos, que él percibe con sus sentidos, agregando los interiores que antes lo habían inducido a integrarse a ese paisaje expectante.
“Mira esta brizna,…No te preguntaste nunca - por qué es tan pequeña - y por qué su rostro está lleno de alegría? – Es que fue suyo el milagro de que la tierra – haya podido extender los brazos” (Fortunato Nari - La alegría de la hierba)”
La mecánica del acto creativo hace que sea necesario un recipiente, un elemento que permita guardar el texto. Y ya ese útil soporte le está poniendo condiciones: debe ser entendido el mensaje por el abstracto posible lector. Necesita estar en un medio gráfico: es lo ideal porque permitirá ser guardado.
El autor que ha terminado la poesía se integra a un medio social y convive con familia, amigos, ambiente de trabajo y, también con personas de trato ocasional. Tendrá un pequeño pero absorbente trato: lo que se define en palabras concretas como el resto de la sociedad, ese grupo humano, difuso y extraño, con el que comparte su casa íntima.
“Eras tú la ilusión y yo el coraje – los juntamos ayer en un latido – era joven y rico aquel bagaje – nuestro inmenso tesoro compartido. – Juntos fuimos el canto del cordaje – del que Dios arrancó el mejor sonido; - nos trepamos a lo alto del ramaje – a aumentar el calor de nuestro nido - Del mismo fuego que el hogar caldeaba – salió el aullido y el dolor del viento – que sacudió la fe que nos colmaba – Desde entonces el cisma de la pena – sin término nos hiere en el tormento – que nos inflige su mortal condena” (La cadena, Fortunato Nari).
Forzando la presencia de límites, llega uno imprescindible: la clasificación y ordenamiento. El autor debe explicar (haciéndolo como si fuera un detalle solo al paso) cuál es el género literario, sus lecturas favoritas y contar algo de la vida que desarrolla “fuera de la literatura”.
Así comienza a llegar, si bien no totalmente, su aceptación por el medio que trata. Surge una comprensión de sus actos por los demás y una integración aceptablemente importante.
“Huye hacia el horizonte la noche – huyen con ella los huecos sombríos – de la tormenta nocturna – entretanto cantan su alborozo los – huertos, los montes, la pradera” (Después de la tormenta, Fortunato Nari).
El poeta en cuestión de este material que ganó ya vuelo es ahora aire, la imagen cargada de placidez y tormenta controlada. Comparte la emoción, sabe decir poéticamente el misterio.
A diferencia de otros autores indubitablemente reconocidos, que se llegan a apreciar por material bibliográfico, hemos tenido durante toda una vida (la nuestra y la de él) la oportunidad de conversar largamente, como si tal cosa, de temas que eran la profundización de la vida diaria.
No será necesario guardar en papel las dos fechas claves de su existencia concreta. Esas recordaciones, de necesario valor de efeméride, son verdaderamente una forma peligrosa y sutil de encasillar en el olvido los latidos profundos.
Para decirlo mejor, serían la consumación del capricho más humano.
Las presencias permanentes valiosas no necesitan que alguien las convoque.
Y menos que las anuncien.