

Por REDACCIÓN
Habiendo abordado más de un millar de entrevistas periodísticas que se inciaban con la sugerencia de que la persona comience hablando de su infancia, puedo asegurar que la mayoría se transportaba a esos años que casi siempre generaban un brillo especial en su mirada y la concentración para describir momentos tan gratos como inolvidables de sus vidas, que además eran causa de los destinos que podían darse a lo largo del camino recorrido.
Mi familia y los amigos más cercanos tuvieron predisposición para las reuniones y celebraciones de toda índole que tenían como detalle destacado el disfraz, el humor, la alegría que podían concretarse en un cumpleaños o en un baile de carnaval. En lo particular, también adherí a ese estilo acompañando cuando un allegado hacía su fiesta de casamiento y era sorprendido por nuestra desopilante presencia grupal emulando desde el grotesco algún artista del momento.
Pero la niñez me lleva a los corsos rafaelinos, donde a mis pocos años, como una imagen detenida en el tiempo (y lo confirman las fotografías en blanco y negro), veo ansiosamente cómo se viene desplazando por el bulevar Santa Fe a paso lento un triciclo gigante con un payaso que lo conduce. El corazón aumenta sus latidos, y al fin puedo tener ante mis ojos a la Tripleta y Gambalunga que apenas puedo leer en el cartel a esa edad, pero el impacto visual es increible. Aunque no todo termina ahí, porque lo acompañan una microcicleta de pocos centímetros de alto con ventilador, cuyo ciclista de carrera llevaba una luz roja de emergencia en la espalda; una bicicleta doble de carrera con dos ciclistas profesionales montados en ella (que la habían inaugurado yendo y viniendo a Santa Fe un día); y el Viudo Alegre con su rodado de ruedas locas ovalada y descentrada. Eso significó que con los años, podía contemplar el triciclo gigante en la entrada de la Bicicletería Rigoni (esa que tenía una bicicleta como cartel en altura de la marquesina que casi tapaban los árboles de la vereda), frente a la Jefatura de Policía, y volvía a revivir un tiempo pasado tan feliz.
Asistir a los corsos de la región también era habitual, como sucedió una noche en Sunchales cuando al terminar el desfile vimos a la Tripleta con su chofer por las calles oscuras y de tierra rumbo a su lugar de protección hasta la noche siguiente. Y fue ahí cuando el Beto nos conoció y solicitó lo alumbremos con el auto en su regreso que además se le había caído su careta de payaso y la recuperamos de la calle para devolvérsela. Momentos que no se olvidan.
El Mundial 78 volvió a verlo al Beto al comando de su ciclo con los colores argentinos celebrando en las calles.
Y llegaron los años de la estudiantina que pudimos volver a organizar en la nueva democracia, así como las despedidas de año, para lo que la Tripleta fue el detalle que ingresó majestuosamente al salón de Actos de la Escuela Nacional de Comercio de Rafaela y pude manejar con galera, un uniforme fúnebre antiguo y alpargatas blancas, llevando detrás a Papá Noel con los regalitos.
El comienzo de siglo y el Carnaval de los Locos Bajitos entusiasmó y ni sé cómo se dio pero un día empezamos a hablar con Mirta, compañera del Beto y custodio de los rodados que había fabricado don Pancho Rigoni para su hijo y amigotes. Se pusieron en valor los ciclos del galpón (menos el monociclo que nunca nadie pudo domar) y fuimos con tarea ardua pero grata de limpiar, arreglar, pintar, decorar y reunir a niños del barrio para que se sumen con sus bicicletas y disfraces a elección. Total que una noche calurosa pero con todas las energías y las ansias ingresamos a la pista de la cancha del Club 9 de Julio con una decena de rodados que eran conducidos por grandes y chicos vestidos para carnaval. La imponente Tripleta despertó tanta admiración como nostalgia según sea la edad del público. Y desfilamos todos felices y conmovidos mientras el locutor narraba la historia de cada bicicleta especial. Anahi (Ana Cleta), Antonela (payasita), Nahuel (Pokémonta), Beto y Tripleta (Yoyá Volví), Raúl y ruedas locas (Amortí Guaré), doble de carrera, velocípedo, ciclos decorados, acompañantes firmes Mimi y Mirta y más niños del barrio.
Tal vez esa noche fue la última que el Beto subió a su preciado y original móvil. Esas últimas veces una escalera lo ayudaba a lograr su cometido. Quedan las fotos en colores y en los medios y redes sociales que le dan permanencia y lo recuerdan.
Esos pocos años donde el verano y febrero concretamente nos reunía en su casa al atardecer y hasta altas horas de la noche para conseguir que todo quede al detalle y de la mejor manera estética.
Papeles de colores, guirnaldas, cintas, lluvias laminadas, cornetas, luces intermitentes, y tanto más. Mientras el Beto llegaba para mirar y supervisar, revisar su monoposto y efectividad de cadena, corona, maza, gomas, etcétera, y asegurarse su supervivencia al conducirla.
Pero la Tripleta y demás locuras de Pancho aunque desfilaron pocas veces más en los corsos locales, se protegieron y siguen siendo un tesoro familiar que desde lo cultural no tiene antecedentes ni valor posible de arriesgar. Si hasta lo valoran el fundador de Payamédicos y el murguero Coco Romero.
Sería tan difícil de definir el Beto. Como tratar de enumerar todas las actividades que llevó a cabo en su vida. Queda claro sí que su protagónico se destacó en cada situación. Para bien o no tanto, pero nunca pasó inadvertido. Nunca se podrán reunir todas sus anécdotas que se pueden llegar a contar por cientos. Para una generación rafaelina no es necesario agregar nada al mencionar su sobrenombre y apellido. Fue la contradicción entre un perfil bajo, una figura robusta, un comportamiento incierto y un destino que podemos suponer dejado al azar, pero sabemos que él mismo lo diseñó.
Cuánto resistió su salud tan deteriorada. Cuántos momentos de alegría disfrutamos desde nuestra niñez y después como adultos. La Tripleta será un monumento simbólico. Nosotros tristes pero pensando en cómo seguir su camino de carnaval para hacerlo eterno.
Quién le quita lo pedaleado. ¡Beto viejo y peludo, carajo!
Raúl Alberto Vigini
PD: Alberto “Beto Rigoni” falleció el 31 de enero de 2025 a los 82 años.
Carnaval de los Locos Bajitos 2001 en el Club 9 de Julio de Rafaela
En la imagen que ilustra esta nota puede apreciarse a Anahi (Ana Cleta), Antonela (payasita), Nahuel (Pokémonta), Beto y Tripleta (Yoyá Volví), Raúl y ruedas locas (Amortí Guaré), doble de carrera, velocípedo, ciclos decorados, acompañantes firmes Mimi y Mirta y más niños del barrio.