Por Blanca M. Stoffel
Parvas y molinos de viento eran el paisaje cotidiano de nuestras llanuras. Hoy el paisaje es otro, en lugar de parvas tenemos silos o sino los característicos rollos que hábilmente acondicionan las máquinas rotoenfardadoras. Los habilidosos parveros fueron desplazados por las máquinas, máquinas que saben picar el rollo y mezclarlo con otros componentes perfectamente programados para alimento del ganado.
Existen máquinas para corte, acondicionamiento, empacado y procesamiento de los forrajes. Hay también enfardadoras para rollos gigantes, embolsadoras de rollos y grandes recolectoras automáticas de fardos,etc…
Hoy podemos considerar el arte de levantar una parva como una práctica del siglo pasado. Sin embargo el arte del emparvador era muy destacado. Tenía especial habilidad con la horquilla para distribuir el pasto siguiendo una técnica que ponía en evidencia una parva sorprendentemente compacta e impermeable.
Con el sol se iba apelmazando el pasto formando una cubierta que impedía el paso de la humedad al interior. Muchas veces acabada la tarea se cubría la parva con unas chapas de zinc para evitar el agua de lluvia y se aseguraban con alambre que pasaban por encima de las chapas sujetando los extremos con unos trozos de hierro o ladrillos para evitar que se volaran.
En la temporada invernal cuando los campos se quedaban secos de pasto por las heladas y la sequía, la parva se iba cortando poco a poco para el consumo del ganado, con una cuchilla manual de 80 cm. de largo .
Hoy podemos contemplar estas parvas a través de las imágenes que pintaron muchos artistas y emocionarnos al recordar los arduos y laboriosos trabajos que debieron afrontar nuestros primeros colonos cuando empezaron a labrar por primera vez la tierra de esta zona.
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