Saltar menú de navegación Teclas de acceso rápido
Sociales Domingo 24 de Marzo de 2019

En este caminar hacia la Pascua renunciemos al mal que nos acecha

Leer mas ...

REDACCION

Por REDACCION

(Por Miguel Pettinati). - Aunque sea difícil, sin el reconocimiento sincero de la propia debilidad y de la condición de pecador, no es posible alcanzar el perdón de Dios .(J.L.K.)

El apóstol Pablo mismo ha reconocido: el deseo de hacer el bien está a mi alcance, pero no el de realizarlo. Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero (Romanos 7,18-19).

El cristianismo siempre ha predicado que el pecado es el único verdadero mal, porque, al no observar el plan de Dios introduce el desorden en el ordenamiento querido por Dios; y sólo nosotros, seres libres y limitados, somos capaces de pecar, al apartarnos del supremo señorío de Dios sobre todo lo creado.

La afirmación es impactante: todos somos pecadores. Por lo tanto, no existe criatura humana que sea impecable. La única inmaculada (sin mácula) fue la santísima Virgen María, por un privilegio especial de Dios y en previsión de su maternidad divina.

El pecado es la privación del bien que debería derivar del accionar de todo ser inteligente y libre. Sin embargo, la malicia del pecado no implica necesariamente la voluntad explícita de ofender a Dios.

Basta la elección desordenada para que se origine el pecado. Todo desorden moral grave es, a la vez, ofensa a Dios, destrucción de la caridad y merecedor de castigo eterno, aunque quien cometa el pecado no se proponga expresamente apartarse de Dios o ni siquiera tenga un claro conocimiento de Dios.

Con lo dicho, no parece necesario ahondar en conceptos. Lo cierto es que somos pecadores  y, por lo tanto, propensos al pecado: pero, reconociendo humildemente esta verdad, hemos de luchar contra el mal de los males.

Esa lucha consciente y declarada contra el pecado nunca es posible por la sola decisión humana, sino que necesita de la ayuda de Dios. Entonces, la lucha se convierte en respuesta a la exhortación de Jesús: conviértanse y crean en la buena noticia (Marcos 1,15), pero el Salvador no pone el acento en las acciones externas, sino en la conversión interior.

Sin embargo, es una lucha bien concreta: no basta con decir que somos pecadores y teorizar sobre el mal. La lucha contra el pecado es una reorientación radical de toda la vida, una conversión a Dios con todo el corazón, una ruptura con el pecado y un repudio del mal.

Al mismo tiempo que es aversión hacia el mal cometido implica el deseo y la resolución de cambiar de conducta, con la ayuda de la Gracia de Dios y con la confianza en la misericordia divina.

Cuando la conversión es sincera, va acompañada de un profundo dolor por haber ofendido a Dios y un propósito honesto de evitar toda ocasión de pecado.

¡Oh Dios, yo soy pecador, pero propongo firmemente no pecar más! Conviérteme y yo me convertiré, porque tú Señor, eres mi Dios (Jeremías 21,18) ¡Confío en ti, Señor! amén.

En resumen: vivir en el pecado, es más que una ofensa: sino que nos lleva a la ingratitud y desagradecimiento a Dios Padre -nos creó a su imagen y semejanza- y también es, fallarle a nuestros seres queridos que nos aman .

¡Prediquemos la Resurrección, que es el amor y la misericordia (Lucas, 24,1-12).

En el mundo encontrareis dificultades y tendreis que sufrir, pero tened ánimo, yo he vencido al mundo ( Juan 16,33).

Como el Padre me ama a mí, así os amo yo a vosotros.

Permaneced en mi amor (Juan 15,9). Señor mío y Dios mío, hazme sentir tu amor cada mañana, que yo confío en ti (Salmo 143). Amén.

Seguí a Diario La Opinión de Rafaela en google newa

Los comentarios de este artículo se encuentran deshabilitados.

Te puede interesar

Teclas de acceso