Por REDACCION
No es cierto que la Administradora del tiempo tenga todos los derechos.
Raúl, esa mañana con signo de interrogación al tiempo, anduvo como un Chaplin en el paraíso de los sueños con cafeterías cotidianamente concurridas. El andar fue el siempre. Sin pausa y sin prisa, como los minutos que, insensibles, le dieron la espalda sin pedir perdón por la irreverencia.
La voz de Raúl era serenamente audible con los oídos pero ganaba en emoción en cada gesto de respeto hacia los demás.
Dicen que el café cuando quiere mostrar luto, viste de blanco su color, como una perdurable “lágrima”. Hay quienes anticipan que pronto, en una emblemática celebración, aceite, sal y demás condimentos de cómplice fórmula, harán una pausa para expresar la pregunta ¿Cómo era que las distribuía él?, esperando que en el silencio subsiguiente llegue la inspiración.
Raúl fue un habitante de la vida. Todo eso y con todo lo que implica.
Con un sentido del humor finamente salado, Raúl hacía sentir cómodos a sus acompañantes. Profundizaba en filosofía los hechos de todos los días. Terminaba la charla ocasional y dejaba un aura de bienestar y complementación.
Fue una materialización de una vida ideal con los pies en el suelo, sin generar raíces de malestar. Su llegada a los lugares de cafetería de usos múltiples, era recibida como una fiesta de luz y comunicación.
Se llamaba Raúl. Desde ahora será una nueva forma de preguntarse con qué sazonaremos este plato de soledad y palabras sin respuesta.
Se llamaba Raúl.
Se seguirá llamando hasta que alguien empiece a componer la esencia de los pocillos rotos.
Alguien que conoció lo bueno que era que él lo considerara amigo
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