Saltar menú de navegación Teclas de acceso rápido
Sociales Lunes 16 de Enero de 2017

El Club Almagro y su barrio

AQUELLA RAFAELA

Oscar Pautasso

Por Oscar Pautasso

Viejo y querido Club del Barrio Central Córdoba. Recuerdo grato de mi juventud... Pequeño, humilde, allá en calle Garibaldi. Igual que el tango que te evoca... “Almagro, Almagro mío, gloria de los guapos, lugar de idilios y poesías”.

Por esos tiempos, tus actividades deportivas no eran muchas: fútbol, una pequeña cancha de bochas y a veces básquet y nada más, pero tus bailes eran memorables. Un poco bohemio, con poco dinero tal vez, pero “todo” corazón. Así te conocí, de esa manera, cuando tenía apenas 13 o 14 años.

Empecé a frecuentar sus instalaciones, mi pasión era el fútbol, pero para jugar “en serio”, debía mi padre firmar una autorización. Pero él no estaba muy convencido, le hubiera gustado que lo hiciera en un club “grande”... Pero fue inútil, yo soñaba con jugar en Almagro, casi todos mis compañeros de la esquina de Córdoba y Belgrano ya integraban la 5ª División. Una tarde, mi padre me dijo, un poco como resignado: “Oscar, ya podés jugar, ya dejé todo arreglado...” ¡Qué emoción, qué alegría!

El domingo siguiente jugamos frente a Atlético, en la vieja cancha del barrio Alberdi. Por esos tiempos, estaba ubicada de sur a norte, con sus tribunas de madera y toda rodeada de bolsas para que pagaran las entradas los “miranda”...

Y con la azul y amarilla, temblando un poco de frío, pero mucho más de emoción, comencé mi primer partido... Era una fría mañana de mayo de 1956; con el número 11, debuté como jugador oficial. Tantos muchachos que ya no están... Otros los veo todavía por la ciudad. ¡Cómo olvidarme de ese momento! Parece que lo estuviese viendo: saca la pelota desde el centro de la cancha Atlético, el Dr. Maina, el “centrofobal”, a mí me cuidaba Vicente Dómina, qué les parece, Marcelino, el Pajita Viroglio, tantos otros y nosotros, con el “Alemán” Volken, el “Mijo”, Carlitos Sampó, Posebón, el “Paia” Amadío, el Rodo y tantos muchachos y son tantos los recuerdos que acuden a mi memoria que he querido aprisionar un poco todos esos momentos y volcarlos en esto, que es parte de nuestra vida y también es historia de nuestro barrio, el Club y la ciudad que nos cobija.

Creo que perdimos como 4 a 0, pero aunque me quedó el sabor amargo de la derrota por dentro mi corazón estaba orgulloso.

Creo que no me bañé en toda la semana, el olor inconfundible del “aceite verde” me daba “aire de jugador”. Cuántas veces los muchachos del Comercial me decían al pasar “Chau, Petiso, a ver si ganan el domingo!”... Y yo gozaba un poco, era mi pequeño triunfo, soñaba tal vez, como todo “purrete” como aquel del tango, “que lo citaran para jugar en la Primera...”. Ilusiones lindas, que luego la vida se encargó de acomodar de otra manera. Pero no importa, “a veces lo que te saca por un lado, te da por otro”, decía mi viejo y eso es verdad.

Jugué bastante tiempo, mientras mi padre me seguía a todas partes. No fui nada destacado, pero siempre me brindé con entusiasmo, con mucho amor y por sobre todas las cosas, con mucha honestidad. Jugué siempre por la camiseta de mi querido Almagro, fiel a mis principios, viejos principios, pero son y serán “mis” principios. No pude ser un jugador importante, lo reconozco, pero me quedó el consuelo que mientras jugué, mi padre fue feliz y creo haber cumplido.

Después, por largo tiempo me ausenté de la ciudad, quise continuar, pero era muy distinto, los tiempos cambiaron, un poco la “farra” y malos dirigentes borraron todo aquello que desde mi niñez fue mi pasión.

Volví a Rafaela, casi mensualmente, al Club ya iba muy poco, solamente a sus bailes, ya nada quedaba, el fútbol había desaparecido y sus dirigentes se refugiaron en acontecimientos sociales y nada más. El clásico caso de los clubes chicos, humildes, que cansados de luchar, ante la injusticia, la indiferencia y el olvido, terminan por sucumbir, casi deportivamente.

Y toda aquella epopeya deportiva se fue apagando y su imagen futbolera pasó casi al olvido y se perdió en los recuerdos lindos de otros tiempos.

Como casi todos los domingos, iba a buscar a mamá para el almuerzo de la familia...

Era temprano, resolví seguir, mientras le decía a mi sobrino que me acompañaba: “Hoy te voy a enseñar el Club donde el tío jugaba al fútbol”. Me miró como sorprendido: “¿Vos jugabas al fútbol?”, me preguntó con una sonrisa... “Sí”, le contesté, “y varios años”. Nos fuimos caminando por la calle Córdoba. La carpintería de “Mingo” Pérez ya no estaba... Al llegar a la Escuela Moreno me pareció ver aquel parquecito, con sus juegos pintados de verde, imaginé sus hamacas y recordé allí aquel beso furtivo de adolescente, a la rubia nueva del barrio, después del matinée...

Caminamos un poco más, traspuse la puerta del bar del Club, todo estaba casi igual, las mesas marrones y lustrosas, el pequeño mostrador al fondo, era otra gente, pero el ambiente casi igual... Algunos en las mesas, con su clásico ajenjo, otros en el mostrador, recordando alguna historia; un grupo prendido a un “truco”, el típico “barcito” con maníes tirados por el piso, mientras en la negra radio sonaba un tango de Julio Sosa, lo mismo que casi 40 años atrás... solamente faltaba la mesa larga, llena de muchachos sudorosos y colorados con botines desatados y medias caídas, saboreando aquellas pizzas que buscábamos en la “esquina de Barraza”...

Traspuse las canchas de bochas y casi sin darme cuenta estaba en la pista, allí donde tantas veces disputábamos esos Torneos de Baby Fútbol, las tradicionales kermeses, ya no estaba la lona verde y agujereada que cubría la pista en las noches de invierno... Ahora había un gran salón. Miré sus viejas baldosas rojas y allá en el escenario me pareció ver al “Chichín” Cetta, con Remo Pignoni, al piano, tocando “A fuego lento”, mientras el “Pelado” Anfomo, el Adolfo Vega o Vittori se sacaban chispas entre cortes y quebradas, mientras la señora Mordini ofrecía, por las mesas, rifas por una “mesa servida”, al florista todo vestido de negro y hasta al mozo, el “Negro” Funes, que nos reservaba la mesa, cerca del escenario y a las morochas que, sentadas alrededor de la pista, te “guiñaban” el ojo, para que las sacaras a bailar.

Ya nada quedaba de todo aquello, sólo un cartel que decía “Discoteque”. Por un momento me dio un poco de pena... Cómo donde tanta gente se jugó alguna vez por una piba, en aquellas “bravas” milongas de antaño, ahora el tiempo lo había transformado. Pero es así la vida, que casi siempre nos va cambiando nuestras costumbres populares...

Salí por calle Garibaldi, allí sobre su entrada todavía estaba la insignia grande, con las tres tradicionales C.A.A.

Seguí hasta le esquina. “Aquí estaba la cancha de fútbol”, le dije al Rubio, pero ya no había ni pasto ni arcos, solamente casas en silencio. Me pareció, de entre medio de esas casas, escuchar la voz fuerte de Yarto... José María, el entrenador, gritando “Arriba muchachos”, “Almagro viejo y peludo”, a Carlitos, al Alemán, al Chueco, al Peludo, que me gritaban, “¡Bien, Petiso! ¡Qué golazo que te hiciste!”. Mordí un poco los labios para no lagrimear y pensé con nostalgia: “Almagro viejo nomás, sos un pedazo del barrio...”.

Di mi última mirada, a todo eso tan caro para mí, apuré el paso, como si quisiera dejar atrás el pasado, mientras le

 decía al Rubio: “Apurate pibe, que mi vieja me mata...”. Un jugador de Almagro.


Seguí a Diario La Opinión de Rafaela en google newa

Los comentarios de este artículo se encuentran deshabilitados.

Te puede interesar

Teclas de acceso