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Región Lunes 26 de Diciembre de 2022

El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz

SUNCHALES

REDACCION

Por REDACCION

SUNCHALES (De nuestra Agencia). - Reproducimos en esta página la Homilía pronunciada por el padre Fernando Sepertino durante la celebración de Nochebuena.
Siguiendo a Monseñor Damián Nannini, decimos que celebrar la Navidad, el Nacimiento de Jesús, es celebrar su Presencia entre nosotros. Esto es lo fundamental: Él está con nosotros, se llama Emanuel. Se trata de tomar conciencia de la Presencia de este misterio de Dios con nosotros en el hoy de nuestro tiempo y de nuestra vida.
Es Dios mismo quien entra en la historia y en el tiempo. Por lo tanto, se trata de una realidad siempre actual, siempre presente en nuestro tiempo y en nuestra historia. Es el mismo Jesús que nació en Belén quien se hace presente ahora. Sólo cambia el modo de su presencia: no ya visible a los ojos sino a la mirada de fe. Por tanto, podemos nosotros colocar, al comienzo del relato, nuestras propias coordenadas históricas nombrando a nuestros gobernantes y dirigentes de turno. Para el mundo la sabiduría de Dios sigue siendo locura, como bien lo señalaba San Pablo (cf. 1Cor 2,6-9). En esta noche santa miremos el pesebre: allí “el pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz”. Pero la vio el pueblo, aquél que era sencillo y estaba abierto al Regalo de Dios. No la vieron los autosuficientes, los soberbios, los que se fabrican su propia ley según su medida, los que cierran las puertas. Miremos el pesebre y pidamos por nosotros, por nuestro pueblo tan sufrido. Miremos el pesebre y digámosle a la Madre: “María, muéstranos a Jesús”, como nos recordaba el Papa Francisco.
La intención del Evangelio que escuchamos es poner de relieve el contraste entre el camino de los hombres que van tras la gloria del poder y la manifestación de la gloria de Dios a los humildes, a los que esperan y confían sólo en Él. Es a ellos, a los humildes, a los pobres de corazón, a quienes se les descubre el misterio escondido, a quienes se les anuncia la llegada del Salvador, de Cristo el Señor. Más aún, "los pastores verán un "signo", pero ese signo no será otra cosa que la realidad…oculta, escondida. Escondida para quienes permanecen en la noche; luminosa como la claridad angélica para quienes saben verla". El Papa Benedicto XVI nos recordaba sobre esta "señal" y la profundidad de su mensaje: "La señal de Dios es la sencillez. La señal de Dios es el niño. La señal de Dios es que Él se hace pequeño por nosotros. Éste es su modo de reinar. Él no viene con poderío y grandiosidad externos. Viene como niño necesitado de nuestra ayuda. No quiere abrumarnos con la fuerza. Nos evita el temor ante su grandeza. Pide nuestro amor: por eso se hace niño. No quiere de nosotros más que nuestro amor, a través del cual aprendemos espontáneamente a entrar en sus sentimientos, en su pensamiento y en su voluntad: aprendamos a vivir con Él y a practicar también con Él la humildad de la renuncia que es parte esencial del amor. Dios se ha hecho pequeño para que nosotros pudiéramos comprenderlo, acogerlo, amarlo. Se ha hecho niño para que la Palabra esté a nuestro alcance. Dios nos enseña así a amar a los pequeños. A amar a los débiles. A respetar a los niños. Navidad se ha convertido en la fiesta de los regalos para imitar a Dios que se ha dado a sí mismo. ¡Dejemos que esto haga mella en nuestro corazón, nuestra alma y nuestra mente! Entre tantos regalos que compramos y recibimos no olvidemos el verdadero regalo: darnos mutuamente algo de nosotros mismos. Darnos mutuamente nuestro tiempo. Abrir nuestro tiempo a Dios. Así la agitación se apacigua. Así nace la alegría, surge la fiesta" (Homilía de Benedicto XVI en la Misa de Nochebuena de 2006).

La Navidad, por tanto, nos enseña mucho acerca de los misteriosos caminos de Dios. En lo exterior nada cambió en el mundo ni en la vida de María y de José. A ellos les tocó hacer un fatigoso viaje para empadronarse y María terminó por dar a luz en un pesebre. Luego debieron emigrar a Egipto para salvar la vida del Niño. Y al regresar a Nazaret tuvieron que seguir trabajando, luchando, sufriendo. No se volvieron ángeles, espíritus puros. Siguieron sujetos a todas las situaciones propias de la vida humana. Pero en lo interior, en lo verdadero y profundo, todo cambió. Porque Él estaba con ellos, compartía la vida de ellos, llenándola de luz y alegría. María y José, en su sencillez, habían descubierto el sentido de las cosas, o mejor, lo que da sentido a todas las cosas. La salvación estaba presente, vivían en presencia de Dios. Cuando se lo tiene a Él, todo adquiere un nuevo sentido. Se agradecen las posesiones y se aceptan las carencias. Se lucha por una vida digna, humana, pero sin olvidar que, si llegásemos a tener todo lo necesario, pero no estuviéramos con Él, la vida no sería plenamente humana.
La buena noticia, el evangelio, que nos anuncian los ángeles es que este Niño es el Salvador, el Mesías, el Señor. Todos los anhelos que despertó el Adviento encuentran en este Niño su respuesta. Y esto es lo que nos desconcierta, porque de un niño aparentemente pobre ¿podemos esperar tanto? Y, sin embargo, el ángel, mensajero de Dios, nos lo anuncia y nos invita a ir a reconocerlo y confesarlo como nuestro Salvador, Mesías y Señor. Él es el cumplimiento de la promesa.
Necesitamos una fe viva como para con-formarnos con su Presencia. Es lo que podemos esperar; que esté con nosotros en nuestras luchas, en nuestras dificultades, en nuestras enfermedades, en nuestros desalientos y cansancios. No estamos nunca solos del todo. Él está con nosotros y sabe hacerse presente si lo buscamos con fe en la oración y en los sacramentos.
La invitación se dirige a todos los hombres, es el anuncio de "una gran alegría para todo el pueblo". Nadie puede excusarse por su debilidad, su pequeñez o su falta de mérito, puesto que Dios se ha manifestado gratuitamente, según su buena voluntad, en la debilidad y en la pequeñez.
Que nadie se considere excluido de esta alegría, pues el motivo de este gozo es común para todos; nuestro Señor, en efecto, vencedor del pecado y de la muerte, así como no encontró a nadie libre de culpa, así ha venido para salvarlos a todos. Alégrese, pues, el justo, porque se acerca la recompensa; regocíjese el pecador, porque se le brinda el perdón; anímese el pagano, porque es llamado a la vida.
Pero esta Navidad actualizada se vive también en el alma creyente y amante. Ésta se celebra cuando la criatura humana, con su fe y humildad, permite a Dios Padre generar de nuevo en ella al propio Hijo. Decían los Padres de la Iglesia: «¿De qué me sirve que Cristo haya nacido una vez en Belén si no nace de nuevo por fe en mi alma?». Santa Teresa de Calcuta le pedía a María: «Amadísima Madre, dame tu corazón tan bello, tan inmaculado, tan lleno de amor y de humildad, para que pueda recibir a Jesús como tú lo hiciste e ir rápidamente a darlo a los demás»". ¡Feliz Navidad!

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