Por Victor Corcoba Herrero
En este mundo de sombras y luces por el que nos movemos, nuestras habitaciones interiores también nos requieren de la inspiración luminosa de un cándido impulso, para poder elevarnos a otro orbe y tejer moradas conciliadoras, donde habite el auténtico sentido del ser y el legítimo clima de festividad, para volver espiritualmente a ser fermento de poemas y no de penas. La lírica del alma es la que tiene que gobernar el mundo.
Hay que despojarse de toda materia corrupta, ser más poesía que poder, o si quieren más mente que cuerpo; y, al igual que aquellos Magos de corazón andante, tenemos que reencontrarnos con esa etérea dimensión profunda, dejarnos sorprender y tomar el testimonio del pulso, como esperanza existencial en comunión, formando latidos armónicos bajo el reino de la placidez. En efecto, la dulzura que está en cierta manera contenida en la cueva de Belén, hoy se expande por todos los territorios, llamándonos a injertar en todos los días de este 2024, ahora recién iniciado, un espíritu de concordia entre todos nosotros, arrinconando en el olvido y para siempre, el trágico plan de la matanza de los inocentes, un derecho inviolable que ha de ser considerado por todo ser viviente.
La solemnidad de estos momentos vividos, no son una crónica más de la jornada; sino un acontecimiento místico que nos trasciende, con una lección de pedagogía contemplativa. Observar es el grado sumo del por qué y del para qué. En consecuencia, bajo esta sapiencia tenemos que enhebrar la mejor de las voluntades. Ser persona de bien y de bondad, de palabra sincera y de diálogo responsable, aparte de ser la suprema ofrenda curativa de la naturaleza humana caída, también es el preferible horizonte, para que brille la singular luz celeste.
Tampoco somos pobladores para repoblarnos de vicios, sino personas para querernos y sentirnos en paz, unidos a ese verbo, que es un verso divino, y que por eso demanda injertarse en unidad al tronco de la épica recreadora y recreativa. No hay mayor renuevo que transmitir a nuestras generaciones venideras nuestros propios vínculos creativos, como parte integrante de nuestro paso por aquí, haciéndoles ver que todos somos necesarios e imprescindibles; poetas y testigos de un tiempo, que se nos ha dado para vivirlo a corazón abierto. Ahí radica el regocijo, en saber iluminar con el compartir, en medio de los numerosos sufrimientos. Sin duda, no hay mayor dolor que el vivir lejos del ser amado.
Indudablemente nos necesitamos, sentir que existimos y cohabitamos, incluso con el padecimiento. Hay que sumarse al cambio, al respeto universal de los derechos humanos para todas las personas, sin distinción alguna de color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole. Este mundo se ha deshumanizado por completo, es cierto. Tiene que fraternizarse cuanto antes. Nuestra misión, en ocasiones, es más de alimentar el alma que el cuerpo. “Luchando con amor por nuestras ideas podremos volar libres como las estrellas. I’m just looking for freedom, freedom, freedom… Defendamos la libertad. Pensemos en libertad. Celebremos la libertad. Vivamos en libertad”, canta el grupo de artistas reunido bajo la dirección del músico y productor Federico Quintana y la Oficina en México del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ONU-DH). Sigamos esa dirección cantautora, volemos hacia ese niño que todos llevamos dentro, dejemos de cortarnos las alas y de aceptarnos por intereses mundanos. Demos continuidad al linaje, ayudándonos unos a otros. Nos toca el siguiente paso, el de hermanarnos, que ha de ser tomado con optimismo y determinación, guiados por el signo de la esperanza.
De ningún modo, será tarde para buscar un mundo claro y esclarecido, si en el empeño ponemos el ritual de la Epifanía, donde nadie queda fuera del radio de acción de su poética. Tenemos que llegar al conocimiento de la verdad, salir de este mundo de falsedades, activar nuestro ardor formativo para preparar un nuevo orbe, en el que nadie se sienta extraño; ni consigo mismo, ni con los demás. Como exploradores, nuestro cometido es una acción gratificante, de mirarnos entre sí con verdadera simpatía, para instaurar lo armónico en lo auténtico, en la justicia y en el amor fraternal.
Debemos brillar como hijos de la luz que somos, para atraer a nuestras vidas la hermosura de esa compasiva providencia omnipotente, que nos hace más aprendices; y, por ende, más del poder celestial que mundano. Por eso, hoy más que una revisión de la economía mundial, que quizás también haya que hacerla, creo que estamos más faltos que nunca de la luminaria que apareció a los pastores, y que todavía nos sigue convocando a una nueva primavera en la tierra.
Para ello, sólo hay que levantar la vista, ponerse a caminar, para ver lo que es transitorio y lo que nos trasciende con alegría renovada, enterneciéndonos y eternizándonos. Siempre florecer, ¡nunca ser piedra!
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