Por Redacción
Por Rodolfo Zehnder*
No todo conflicto internacional tiene solución práctica y efectiva. El conflicto en Medio Oriente lleva ya casi 80 años. La guerra civil en Siria, más de 10. Los conflictos limítrofes entre las dos Coreas, más de 70. Los existentes entre la India, China, Pakistán y Nepal, otro tanto. Y cuando hicieron eclosión conflictos de larga data, la humanidad no supo resolverlos sino que se enfrascó en dos tremendas guerras mundiales, con millones de víctimas. Y tremendas secuelas, pues una característica de las guerras es el después, las secuelas, siempre traumáticas: no hay estrictamente hablando vencedores ni vencidos: todos pierden, en mayor o menor medida.
La cuestión Malvinas data de 1833, cuando Gran Bretaña expulsa la gobernación argentina instalada en las islas. Si nada lo hacía prever, ciertamente nadie puede avizorar un rápido –y justo para ambas partes- desenlace.
Fiel a nuestra zigzagueante política exterior, mal ejemplo que otros países del área no han imitado, para beneficio de ellos (Chile, Brasil, Uruguay), con cada gobierno de turno constatamos un cambio en la política a seguir en la materia, lo cual denota cierto grado de desorientación, cuando no de frustración. Pero vale la pena reconocerlo: lo hemos intentado prácticamente todo, sin resultado alguno por el momento.
En la década del 70, y ya a fines de la del 60, los gobiernos militares llevaron a cabo una política de acercamiento, de estrechar vínculos con los habitantes de las islas: construcción de la pista de aterrizaje, instalación de YPF, provisión de combustible, intercambio de docentes, atención de enfermos en nosocomios del continente, matriculación de estudiantes en la UBA..
El fallido intento de recuperar las islas manu militari echó por tierra ese acercamiento, y significó un grave -¿definitivo?- retroceso.
El gobierno de Alfonsín, y sin perjuicio de la lucidez de su canciller Caputo, adoptó una política de tibio hostigamiento (no daba para más, dado el desenlace reciente del conflicto); comprensible porque estaba muy abierta la herida de la guerra perdida.
Con Menem -haciendo gala de un visceral pragmatismo-Argentina retornó a la política de acercamiento, de “seducción”, restableciendo las relaciones diplomáticas con el Reino Unido, acercamiento a los isleños, celebración de acuerdos. Pero la cuestión soberanía quedaba protegida por un “paraguas” (no entraba en la negociación), por lo que el meollo de la cuestión siguió sin siquiera poder debatirlo a pesar de las exhortaciones de la ONU a través de su Asamblea General: para bailar un tango se necesitan dos.
Los gobiernos kirchneristas, por el contrario, adoptaron otra vez una política de confrontación, denunciando convenios que el RU había violado sistemáticamente; amén de desarrollar una activa ofensiva diplomática en distintos foros internacionales, exponiendo nuestra verdad (en buena parte del mundo desconocida) y logrando no pocas adhesiones. Huelga decir que, otra vez, tampoco hubo avance alguno en la resolución del problema, ante la férrea negativa inglesa y su decisión de no hacer nada que no quisieran los isleños, ya devenidos en plenos ciudadanos británicos y con un ingreso per cápita de los más altos del mundo. Veamos estas cifras: con 3500 habitantes (censo del 2021), Malvinas es el sexto territorio con mayor PBI per cápita del mundo (103.000 USD), detrás de Mónaco (240.000), Liechtenstein (197.000), Luxemburgo (125.000), Bermudas (118.000) y Noruega (106.000); menos del 1% de desocupación, y 3% de inflación anual.
Las distintas resoluciones de la AGNU señalaron que el problema es entre dos partes: Argentina y el RU; no entre tres, o sea no incluyendo al gobierno de las islas. También señaló que en esta disputa de soberanía se debía tener en cuenta los “intereses” de los isleños (tesis argentina); no sus “deseos”, tal cual sostiene el RU.
Concordantemente con ello, la Disposición Transitoria Primera de nuestra Constitución Nacional reformada en 1994, señala que deberá respetarse “el modo de vida de sus habitantes”, concepto amplísimo que permite abordar todos y cada uno de los componentes de su estructura política, económica y cultural
El gobierno de Milei pareciera -no está aún muy claro- que va a intentar otra vía, aún no explorada: negociar con los malvinenses. Argentina siempre se negó a ello, porque en su interpretación de las resoluciones de la AGNU, que hablan de una disputa entre dos Estados soberanos, los isleños quedarían al margen; amén de que Argentina siempre dio por sentado -al menos a partir de la infausta guerra- que los malvinenses no querrían saber nada con los argentinos. Si bien esto es, por ahora, así, cabe efectuar estas consideraciones: 1) Nada impediría abrir un canal de diálogo con los isleños, tomando el resguardo -a través de un convenio explícito- que ello no implica otorgarle una entidad y representación que, legalmente, no la tienen: ellos son ciudadanos británicos plenos, pertenece al Estado Reino Unido. 2) No dialogar, negociar y eventualmente acordar, con los malvinenses, conduciría a una esterilidad total del esfuerzo por solucionar la cuestión. El RU ha dejado muy en claro que se auto-sujeta a la decisión que en tal sentido adopten los isleños, con lo cual el círculo vicioso se cierra: si harán lo que estos decidan (aunque esto está por verse), pero estos no negocian con nosotros, fatalmente no hay solución posible. 3) Es mucho lo que se puede llegar a negociar, sin mengua de nuestra soberanía, respetando sus “intereses”, casi rayano en sus “deseos”, y su estilo de vida (tan cerca del concepto de “deseos”). Se requiere voluntad política, imaginación, creatividad y buena fe, no sea cosa que el lobby que ejerce las Falkland Islands Company ante la Cámara de los Lores y los medios de prensa sensacionalistas y nacionalistas, del lado de los ingleses; y un falso nacionalismo, del lado nuestro, terminen por hacer naufragar todo intento de solución. 4) La situación actual, totalmente bloqueada, no hace sino sustentar la tesis británica: el status quo no nos favorece en absoluto. 5) De todos modos, sentados a negociar, no es lo mismo hacerlo con una potencia (aun disminuida) como el RU, que con un Estado que carezca de peso en el concierto mundial; y no es por tanto lo mismo hacerlo desde una posición de debilidad económico-financiera-institucional -como la que padece Argentina desde hace tiempo, que desde una posición de cierta fuerza que demuestre que el país es un importante actor y referente internacional. Ello indica que en este camino y para asumir dicha posición, es mucho lo que Argentina debe transitar, para pasar de su actual estado de decadencia a uno signado por una decisiva inserción en la comunidad internacional (como supo tenerla en algún momento).
De todos modos, abrir ese canal de diálogo no asegura absolutamente nada, en los términos de la pretensión argentina. Pero al menos se habrá intentado otro camino, aún no explorado, mientras que todos los otros han demostrado el rotundo fracaso .en la solución del conflicto. Uno más en el concierto internacional que demuestra, otra vez, la lamentable incapacidad de la comunidad internacional, con esquemas organizativos y decisorios vetustos, diseñados en la década del 40, cuando la realidad del mundo era muy otra.
*Doctor en Ciencia Jurídica (UCSF). Docente universitario de Derecho Internacional Público; miembro del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI) y de la Asociación Argentina de Derecho Internacional (AADI); titular del Observatorio Malvinas (UCSE).
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