Por Victor Corcoba Herrero
Coexistimos como seres en tránsito y en comunión por la vida; una historia que hay que valorizar, porque la memoria nos hace volver a lo que fuimos y somos. Jamás debemos olvidar este pasaje vivencial de ventanas abiertas; es menester envolvernos de nuestras raíces, reflexionar sobre ellas con el corazón y la mente. Seguramente, entonces, lleguemos a un nuevo encuentro de regeneración, que nos lleva más allá del antiguo esplendor que tenían nuestros progenitores.
Lo importante es verse, removerse mar adentro, y pensar que estamos llamados a injertarnos continuidad en los latidos unos a otros. Nuestra descripción poética no comienza ni tampoco termina con nosotros. Que lo sepamos; es el primer verso para entendernos y atendernos, mirándonos con la ternura suficiente para poder revestirnos de alegría; un ingrediente fundamental en el compuesto de la salud, que no solo vive en uno, también se expande y se contagia.
Comprender que no estamos solos, que existimos familiarmente unidos a un hogar, ubicados a un pueblo que camina desde siglos, a la espera de recorrer un tiempo, que hemos de hacerlo más llevadero para todos. Quizás, por ello, tengamos que ahondar más en nosotros mismos. Se me ocurre pensar en el patrimonio audiovisual, tan en boga en el momento presente, nos permitirá presenciar eventos en los que no participamos, escuchar voces del pasado y crear narrativas que informan y entretienen.
Sin duda, a través de la exploración de sonidos grabados e imágenes visuales capturadas en películas y videos, no sólo podemos apreciar la riqueza cultural de un tiempo, también logramos extraer de ella valiosas lecciones, que han de plasmarse en ese poema interminable del que formamos parte. Comencemos, en consecuencia, por despojarnos de penas y por mantenernos en armónica concordia con nosotros mismos. De lo contrario, no podemos guiar a otros en la búsqueda de la paz.
Indudablemente, el mundo de las tecnologías, ha multiplicado los medios para enviar instantáneamente palabras e imágenes a grandes distancias y hasta los lugares más remotos. El deseo de estar en contacto, así como el instinto de comunicación, nos hace entrar en diálogo, que es lo que realidad necesitamos cultivar con autenticidad, ya que es como viene la inspiración para hilvanar el sueño parnasiano.
Tan solo en el latir verdadero, notaremos la quietud y el amor, que ansiamos tener en una comunión respetuosa, para que florezca la caricia de una mirada en el más hondo de los silencios compartidos. Sería bueno, por consiguiente, abrir espacios de escucha y participación, cuando menos para evitar regresiones y se profundicen los avances, aunque únicamente cabe progresar cuando se piensa en grande, para verificar la diferencia, del cuidado de nuestra casa común, aprendiendo de las enseñanzas del camino recorrido hasta ahora.
En lo poco radica todo. En efecto, son esas pequeñas acciones, como puede ser el respeto hacia el Estado de derecho y la voluntad de las urnas, las que pueden abrirnos los grandes horizontes. Siempre lo ha sido así. No podemos continuar torturándonos entre sí, hay que luchar para vivir y, a menudo, para caminar con poca dignidad. Sin duda, tenemos que enmendar los caminos, impedir que las patologías crezcan y facilitar instrumentos de aliento para iluminar y renovar el mundo, usando nuestra creatividad para hallar las sendas adecuadas.
La invitación, pues, a hacer memoria es fundamental para no olvidar las cosas y menos nuestro propio testimonio humanitaria. Esto nos ayudará al discernimiento, que es lo que en realidad nos mantiene el fuego vivo de la esperanza. Con razón se dice, se comenta que la vida de los muertos perdura en la memoria de los vivos y el futuro está presente en el deseo. Desde luego, no hay mayor aspiración que plasmar nuestras convicciones y nuestros comportamientos.
La evocación es siempre un reencuentro en camino, que ha de encaminarse en fortalecer nuestros vínculos como seres humanos y en trabajar juntos, para abrirnos a una concepción verdaderamente universal del bien común. Al fin y al cabo, obramos con la memoria que poseemos y el compromiso que adquirimos. De ahí, la necesidad de hacer frente a las falsedades que nos desbordan con hechos concretos, al oscurantismo con transparencia y a la insensibilidad con una mayor conciencia existencial, al menos para detener el discurso del odio y la sed de venganza, que en demasiadas ocasiones nos gobierna.
Sea como fuere, y a poco que nos sumerjamos en nuestro propio telar histórico, podemos localizar motivaciones heroicas para sobreponernos ante los lances de la savia. Naturalmente, no hay mejor vía que regresar a la verdad de la que surgimos, aunque para ello tengamos que revolvernos contra nosotros mismos. Renovarse o morir, continuamente se ha dicho. ¡Cuánto lo precisamos todos!
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