Por Carlos Sagristani *
El gobierno desenganchó a la Argentina del debate sobre el futuro del mundo, impulsado por Naciones Unidas. La discusión de los documentos previos fue intensa. Hubo cuestionamientos legítimos a cierto divorcio de algunas propuestas con algunas leyes de gravedad de la economía. pero 193 países alcanzaron acuerdos básicos.
La deliberación abarca temas centrales. Pautas y ámbito institucionales para una gobernanza global, cambio climático, regulación de la Inteligencia Artificial y los problemas del desarrollo. Se toman como base aspectos contenidos en la llamada Agenda 2030, una iniciativa de la ONU que propugna el crecimiento sostenible y la erradicación de la pobreza.
Argentina renunció a participar del debate. El gobierno eligió aislarse abrazado al purismo de sus dogmas ideológicos. Al anunciar en la Asamblea General la decisión de no intervenir en la cumbre –ya iniciada–, la canciller Diana Mondino dijo textualmente: “Hoy en la ONU nos disociamos del Pacto del Futuro (que condensará las conclusiones del foro). Argentina quiere tener alas para su desarrollo –fundamentó–, sin estar sujeta a un peso indebido de decisiones ajenas a nuestras metas. Argentina será un faro de libertad”, remató.
Extraña paradoja, el ultraconservadurismo de la política exterior llevó a la Argentina a votar junto a Burkina Fasso, Afganistán, El Salvador, Uzbekistán y Venezuela entre otros. Autocracias alineadas en el antiglobalismo y, en algunos casos, contra el laicismo liberal. En las antípodas de las democracias capitalistas occidentales.
Nahuel Sotelo, el ascendente secretario de Culto y Civilización –tal el flamante nombre del cargo– ofició de exégeta de la ministra. En realidad, se lo señala como un comisario político que le designó el presidente Milei. Sotelo afirmó: “En la nueva Argentina no hay lugar para agendas internacionales totalitarias”. Entre los exponentes del supuesto totalitarismo se cuentan Estados Unidos y la Unión Europea, que participaron de manera activa y firmaron los borradores acordados.
No es la primera vez que el gobierno de Milei se para en otra vereda. En la cumbre de Davos ya denunció que Occidente está penetrada por el comunismo que, por supuesto, propone erradicar. Siempre fue, además, un negacionista militante del cambio climático. Y si bien incrementó subsidios a sectores carenciados, rechaza la promoción social como herramienta para combatir la pobreza. Fue más lejos: “La justicia social –ha dicho– consiste en robarles a uno para darles a otros, lesiona la propiedad privada”. Es un territorio de confrontación conceptual con la doctrina social de la Iglesia. Y más aún, con la Teología del Pueblo que sostiene el Papa. Una doctrina que identifica al dinero como “estiércol del diablo”. Y que exalta la pobreza como virtud y contracara de la economía capitalista. “Pobrismo”, descalifican los liberales más críticos.
Francisco viene de involucrarse de lleno en la política nacional. Y eligió este flanco, entre otros, para lanzar su más dura y frontal crítica al gobierno libertario. Dijo que “los pobres no pueden esperar” y acusó: “En lugar de pagar justicia social, pagó gas pimienta”. También comentó un presunto pedido de coima a un inversor, aunque no dio nombres ni detalles. Respaldó al sindicalismo combativo de Pablo Moyano y al piquetero, funcionario vaticano y amigo personal Juan Grabois. Antes había dado señales contra la privatización de Aerolíneas.
El presidente replicó en un tuit: “Los degenerados fiscales, en su amor a los más pobres, con sus acciones sólo los multiplican. La mejor política social es equilibrio fiscal con presión fiscal descendente y una política monetaria que termine con la inflación”. Una crítica si se quiere moderada, si se la coteja con aquella afirmación de que el Papa era “el representante del maligno en la tierra”.
Funcionarios hicieron trascender que su discurso de mañana en la Asamblea de la ONU será “principista”. Se calzaría el traje de “líder mundial” de lo que él llama “las ideas de la libertad”. Retomaría la cruzada ideológica de Davos. Y denunciaría un sesgo prochino en la ONU. Desenganchado del mundo, ratificaría una política exterior atravesada por el faccionalismo y el marketing personal.
(*) Periodista de Radio Mitre Córdoba