Por REDACCION
Como muchos suponen, no todo el mundo confiaba en la Libreta de Ahorros voluntaria. Los pibes de entonces tenían su propio banco, su particular y privado tesoro: la alcancía.
Las había de yeso con figuras afines: una pelota de fútbol, un enano “gnomo” o un “chanchito”, simpático animalito que terminaba “carneado” ante la emergencia, pero que pasó a la historia como la figura referencial del uso de los ahorros: “romper el chanchito”, aún se dice.
Otros, menos beneficiados, sellaban una tapa de bizcochos “Canale” con “Poxipol” y le dejaban solo paso a la hendidura para introducir la moneda, aunque ningún modelo salió airoso ante el etéreo y prohibido acto de maniobrar con un cuchillo para conseguir un crédito inmediato, con promesa de devolución, por supuesto. Pocas veces cumplida, hay que agregar.
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