En principio creo que llegué a la danza a través del juego, en un contexto donde justamente mis dos padres fueron bailarines, creo que a través del juego y de la ductilidad con el juego, y el aprendizaje de lo que estás jugando, eso me fue acercando de algún modo a la danza. Mis primeros pasos fueron ahí en mi casa, así, jugando, encontrándome con el vestuario, encontrándome con los ensayos, con un montón de bailarines que venían a la casa, en una casa grande en Olivos, donde nací. Como mi papá también era cordobés, viajábamos mucho a Córdoba, que fue como mi segunda casa esa ciudad capital. Después empecé a estudiar expresión corporal, teniendo tres o cuatro años, de algún modo me empezaron a llevar a estudiar clásico, un poco de técnica, entonces ahí empecé a entender un poco más lo que es desde otro ámbito la danza. Empezamos con las técnicas, de algún modo era jugando al principio, pero marcadamente me transmitían las técnicas. Y después me llevaron a clásico, con el tiempo entré a la Escuela de Danzas, seguí incursionando en la danza desde otros lados, desde lo contemporáneo, desde el clásico, desde el tango, desde el folklore, y me empecé a meter como en otros ámbitos dentro de la danza. Pero también mi pasión empezó a ser un poco con el dibujo, con la plástica, que también algo lo transmitió mi papá. Recuerdo cuando era chica y tenía que hacer un dibujo en el cuaderno, mi papá me lo dibujaba, y yo quedaba alucinada con los dibujos, con la ductilidad, con la claridad del dibujo. El era autodidacta y en algún momento se había dedicado a la caricatura. Y de ahí mi trabajo con las manos, en crear, en los objetos. Y esos fueron mis primeros pasos a lo que hoy me dedico.
La escuela secundaria y el camino a tomar
Me empecé a dedicar un poco más a lo que es el contemporáneo, estudiando con muy buenas profesoras particulares. Y ahí me metí más fuerte en la plástica. Después de la escuela iba a estudiar danza y a la noche cursaba en Bellas Artes.
Qué sucedió al terminar ese ciclo de estudio
Sucedieron varias cosas. Al principio ingresé al Bella Artes como terciario y me di cuenta que me costaban mucho las instituciones, y encontré grandes maestros fuera de esos ámbitos, y decidí ese camino con ellos con clases particulares. Allí conocí a Roberto Páez que fue mi gran maestro de la plástica y de la pintura. Fue alguien que me habló desde un lugar donde me abrió una nueva expectativa no solamente para la plástica sino para la danza que yo ya venía transitando. Ahí me alejé de la danza porque me dediqué de lleno a la plástica, y retomé la danza cuando fui a vivir a Humahuaca. En uno de mis viajes antes de vivir, ahí me volví a encontrar muy fuertemente con la danza. Me lo hizo retomar un poco la emoción del paisaje, de esa gente, de poder alejarme de la ciudad y encontrar otra realidad, me encontré un poco a mí misma.
La decisión de irme a Humahuaca
Viví seis años instalada en Humahuaca, pero me empecé a mover mucho por todo el noroeste argentino. Conocí otras provincias como Salta, Catamarca, La Rioja, me fui topando con artistas de distintas provincias, y distintas disciplinas, y ahí me empecé a integrar de repente con un poeta, de repente con un pintor, y entonces trabajaba tratando de integrar las artes, como haciendo otra búsqueda a la de formar un ballet, sino buscar de trabajar con objetos, de que la palabra aparezca con otro sentido casi como bailándola. Me empecé a topar con lo que es el interior, con los copleros, con las ceremonias, con la ceremonia de la Pacha, el carnaval, con la chaya en La Rioja, que marcaron muy fuerte para mí la búsqueda de esa identidad, de nuestro folklore, que está soterrada, nosotros en la gran ciudad le damos la espalda a todo eso, pero hay una vida muy fuerte y así me pegó en el alma y empecé a hacer una búsqueda de ello.
El regreso a la gran ciudad
No me desarraigué, lo traje dentro mío. Me vine por trabajo, porque en ese momento Jaime Torres me había invitado a bailar, y para mí era una experiencia muy importante poder estar junto a él, y en circunstancias de trabajo compartir junto a él, no solamente en la amistad o en una charla. Eso hizo que vuelva a Buenos Aires, y hoy puedo aceptar vivir acá sin involucrarme en algo tóxico que existe en la ciudad, en la locura de la gente. La gente que viene a mi casa dice que el lugar parece un pedacito de la provincia porque tengo una terraza, aprecio mucho mirar el cielo, mirar la luna, las estrellas, me conecto con los pájaros, hoy antes de venir miré el cielo y vi un montón de mariposas volando y eso para mí es emocionante. Conecto con otras cosas mientras estoy en ese contexto.
Bailar sola
En algunos momentos pasé por ballets, incluso con mi papá cuando me invitaron y estuve un tiempo y fuimos a Cosquín. Pasé por varias circunstancias y he estado en algún grupo. Con la gente de mis clases hemos formado trabajos y nos hemos presentado, con bailarines profesionales en algunas ocasiones. Y ahora que se abrió mi campo, e hice la escuela de títeres del teatro San Martín de Ariel Bufano, hoy me pasa que estoy formando grupos desde otro lugar, no solo desde la danza, sino compartiendo con titiriteros, con gente de teatro. De todas maneras, estoy haciendo una búsqueda de cómo armar un espacio, de clases donde pueda transmitir todos mis aprendizajes que fueron por separado, que en mí se integraron, y de qué manera yo también fui como elaborando esa forma mía y poder devolverlo. Ya lo llevé por primera vez a San Luis y fue hermoso el resultado, lo que se fue dando, el trabajo muy interesante, así que estoy explorando ahí. El cuerpo en función no solo de la danza, sino quizás de un objeto, de que aparezca la voz, de objetos que no solo acompañan a la danza, sino que toma vida…
La presentación de la nueva propuesta
Suelo decirle artes integradas por nuestra identidad, porque ante todo busco dejar algún mensaje que tiene que ver con todo lo que viví también, con lo que se relacione al folklore. El año pasado hicimos un trabajo así en La Pampa, trabajamos con cuatro ritmos y cuarto regiones del país, y en un momento apareció un títere que era el Pujllay, y mi transmisión ahí era hablar de qué simboliza, en qué momento de la chaya, por qué, entonces se va hablando mucho de nuestras identidades.
*El texto pertenece a la entrevista realizada por Raúl Vigini a Gabriela Ayala
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