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La Palabra Sábado 9 de Febrero de 2019

Nacer y empezar a viajar por el mundo*

por Juan Francisco “Pancho” Ibáñez - actor, conductor, locutor (Buenos Aires)

Nací en Buenos Aires, soy un septuagenario con ciertos recuerdos de este país. Pero desde chico por razones de trabajo de mi padre empecé a viajar por el mundo. Mi padre diplomático, así que enseguida empecé a ir y volver.

Las imágenes si hubiera que hablar de la niñez

Son muchas. Y por suerte siempre me precié de tener una buena memoria infantil. Cuando veo la gente que dice empezar a recordar desde los nueve años, yo tengo en el recuerdo cosas de mis cuatro años o cinco. Memorias muy patentes. Pero de hecho el primer recuerdo del que puedo dar fe es cuando mi padre fue destinado a Trevelin, pueblo de galeses en Chubut, y yo tenía cuatro recién cumplidos en el cuarenta y nueve. Tengo el recuerdo perfecto de la imagen del primer petiso, un caballito que tenía, y que era “mi” caballo. Era dueño del mundo, no tenía límites. Tenía “mi” caballo” y el límite eran los Andes y la extensión patagónica para el otro lado.

Comenzaba la escolarización

En ese momento era el jardín de infantes, y la primaria comenzó en Buenos Aires en el colegio Calasanz, pero la mía se interrumpió porque a pocos meses de haber vuelto del sur a mi padre lo designan como vicecónsul en Barcelona, entonces salimos todos para España.

¿Era desarraigo o al ir todos en familia era acontecimiento?

Viajé con mi padre y mi madre en un barco, que recuerdo perfectamente, un transatlántico. Eran experiencias maravillosas, que como era un niño curioso siempre las disfruté. Cuando me hablan de la infancia, me encanta, porque todos los recuerdos son así, muy agradables. Y encontrarme con esa ciudad que no era la Buenos Aires que conocía, donde empecé el colegio de La Salle. Cada tanto vuelvo a Barcelona y es como revivir esa infancia.

Y volver a casa para empezar una vida de estudiante nuevamente…

Bueno, fueron idas y venidas porque en Barcelona vivimos hasta el año cincuenta y dos, ahí volvemos a Buenos Aires cuando mi padre fue destinado al Ministerio de Relaciones Exteriores.

En algún momento aparece algo de ese perfil actoral

Evidentemente sí, digo siempre que me viene por familia. Los Ibáñez son muy histriónicos. Ya lo vivía en la casa de mis abuelos, donde todos los años se hacía el teatro de fin de año. El teatro Quitón, porque eran el tío Quico y el tío Ton, que eran primos hermanos, los organizadores del teatro. Y trabajábamos todos. Ahí empezó la cosa histriónica que luego me llevó a lo periodístico, a la conducción, a la presentación.

El egreso del secundario a qué destino me lleva

Hay un dato divertido, previo al egreso, un excelente instituto no podía dejar de tener un excelente sistema de orientación vocacional. Hicieron una serie de estudios muy profundos al final del cual nos dieron el resultado a cada uno. Cuando me dieron el mío, fue casi una frustración para mí. Porque me decían podría ser médico, abogado, diplomático, artes plásticas -me gustaba dibujar-, bellas artes, arte escénico, marina mercante -me gusta el mar de verdad-, historia. No salía matemática ni ciencias exactas, pero todo lo demás, sí. Les agradecí, pero era más desorientación que otra cosa. ¿Qué hago ahora? Vuelve la figura paterna. Yo era el mayor de los siete hermanos en ese momento. Mi padre me hizo saber que le gustaría que fuera su hijo diplomático, porque uno puede hacer mucho por el país, representarlo, además uno viaja y conoce el mundo. Dije: no está mal. Como mi padre estaba en Vigo, España, salí para allí para ingresar a la Universidad de Santiago de Compostela a estudiar derecho que era el camino para los exámenes de la carrera diplomática. Hice tres años de derecho y ahí lo destinan a mi padre a Buenos Aires, yo tenía veinte años, y acababa de conocer a mi novia española Sofía, hoy mi esposa, madre de mis hijos y abuela de mis nietos, a quien había jurado yo amor eterno. Le dije “te juro que vuelvo”, y ella afirmó “bueno, ya veremos”. El caso es que intento convalidar en Buenos Aires, las quince materias que tenía dadas en España y solo me reconocen una: Derecho romano. Aunque había una ley para hijos de diplomáticos que estudiaban en el extranjero que los reconocía. Pero decidí volver a estudiar teatro, como había hecho en los tres años de universidad en el Teatro Español Universitario como actor y director con obras clásicas y argentinas. Empecé a tocar timbres y a trabajar, y ahí fue que trabajé con Fabio Zerpa en La rebelión de mamá en el teatro Santa María del Buen Ayre, y Niní Gambier, Irma Roy, Iván Grondona, Santiago Gómez Cou. Surgió en ese momento colaborar con Radio Municipal y empezó la cosa de locutor, aunque sin carnet profesional. En marzo del año sesenta y seis a mi padre lo destinan a la embajada en Budapest, Hungría, de la Europa comunista. Y antes de eso salí para Santiago de Compostela a reencontrarme con mi novia y preguntarle si podíamos seguir, y a terminar con los años de derecho que faltaban. Casi en el sesenta y ocho, con mis veinticuatro años, en las Navidades viajo a Budapest a ver a mi padre, con todo el peso de tener que decirle que no iba a seguir la carrera diplomática ni a ejercer como abogado, sino dedicarme al arte escénico o al periodismo en general. Pero él me dijo “me parece perfecto, en la vida hay que hacer lo que uno quiere hacer”. El tenía cuarenta y siete años en ese momento. Esa fue la última charla que tuve con él. Porque volví a España y el nueve de julio de mil novecientos sesenta y ocho, me llama mi hermana para decirme que mi papá había muerto de un ataque preparando la fiesta patria. Un golpe devastador, pero con la tranquilidad de haber podido hablar con él. Terminé mi carrera, me quedé en España, me fui de Santiago de Compostela a Madrid, otra vez a tocar timbres.

Qué depararon esos timbres

Entre otros a Narciso Ibáñez Serrador, por ejemplo, con lo cual me hizo entrar a la Televisión Española donde empecé a trabajar, luego me fui a las radios. Y estando en Madrid a fines del sesenta y ocho, en la radio, un colega me ofrece ir a Holanda para la emisora internacional holandesa. Me da una tarjeta de quien estaba a cargo de la búsqueda y que era un tal José María de Orona y Armenteras de Madrid. Me guardé la tarjeta y no lo registré como una posibilidad. Una mañana de invierno, me encuentro en la calle que decía la tarjeta. Fui, toqué el timbre, me atendió un personaje que parecía de la película El joven Frankenstein y cuando le dije que buscaba a Don José María de Orona y Armenteras, me preguntó “y usted quién es?”. Le respondí Don Juan Francisco de Ibáñez y Echeverría, como para ponerme a la altura de las circunstancias. Resultado: ese hombre que yo buscaba terminó siendo “Pepín” a quien siempre le hablé con acento español porque buscaban un locutor español. Ser argentino es un dato que me reservaba para la intimidad. Cuando le dije que había nacido en Buenos Aires le sorprendió que yo pudiera hablar en castellano y con acento español a la vez. Llamó a Holanda y habla con Paco de Mulder Bonillo jefe de la sección española e iberoamericana. Me pregunta cuándo puedo irme a Holanda.Y así fue que el quince de enero estaba volando a Holanda a esta aventura. Me hicieron un contrato de tres años. Le hablé a Sofía y le dije: nos casamos, pero antes me tengo que ir a Holanda. Paso a buscarte y te explico. Y así fue. Me fui a Holanda, ahorré, alquilé el departamento chiquito en Soest, en los bosques, muy cerca de la residencia de la reina, era en la ciudad de la radio y la televisión. Todo era muy agradable, muy habitable. Compré un auto de segunda mano, en julio bajé a España para casarnos y volvimos a Holanda a cumplir el contrato, que cuando se termina me ofrecen renovarlo, y no acepté. Teníamos dos hijos ya, la BBC me estaba buscando, podía volver a España, o a la Argentina. Mientras mis compañeros deseaban ser nombrados en sus cargos, yo era el único que me quería ir. El director me ofrece ser el representante en Sudamérica con sede en Buenos Aires. Era volver a mi país, pero como ejecutivo holandés y no como aventurero para empezar de nuevo. Y así fue. Ya se había inaugurado en Buenos Aires la representación de radio Nederland para difundir por todas las emisoras locales y de la región, los programas de transcripción, que hablaban de Holanda, de música, de divulgación científica, de cultura, del quehacer holandés, en idioma español.

Referentes que tuve en lo profesional

Me cuesta dar nombres. Lo hago desde la humildad bien entendida. Son muchísimos, pero me da miedo si digo alguien y me olvido de otros. Me la he pasado aprendiendo, todos me han enseñado. Y algunos me han enseñado en sentido contrario, lo que nunca debía hacer. Hay cosas que nunca hubiera querido hacer de algunos personajes emblemáticos. No tengo esa cosa de cholulo de que me encanta el medio por el medio mismo. Creo que la televisión es un vehículo maravilloso para poder educar a todo un pueblo, subir la media del pueblo, crear inquietudes, transmitir conocimientos, ésa es la misión de la televisión, que creo, cuando surgió la televisión, no se vio esto exactamente. La televisión tiene una característica muy especial y es que penetra en los hogares, que atrapa con la imagen, entonces el niño que está ahí, es una esponja que va a tomar todo lo que está viendo. Hay que tener mucho cuidado con lo que está diciendo. La radio, en cambio, exige una atención especial, una actitud, una predisposición que no es lo mismo. Entonces, ojo, la televisión no puede quedar librada a cualquier personaje que sin ningún escrúpulo hace lo que quiere. 

*El texto pertenece a la entrevista realizada por Raúl Vigini a Juan Francisco “Pancho” Ibáñez

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