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La Palabra Sábado 2 de Febrero de 2019

Leyendas tehuelches

por Mario Echeverría Baleta - investigador y escritor (Río Gallegos, Santa Cruz)

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dibujo de Mario Echeverría Baleta Crédito: Ñandú

Creación del mundo*

A mediados de enero, en pleno verano, madura el "calafate" en la Patagonia, fruto nativo de sabor muy agradable, especialmente por la gente de campo, que lo utiliza para preparar mermelada o un licor comúnmente llamado "chicha", al que los chonkes (tehuelches) llamaban "guachacay", El calafate, en todo caso, generalmente es comido directamente de la mata, teniendo cuidado de sus afiladas espinas. El zumo del calafate, además de servir para hacer guachacay, era usado antiguamente para teñir lana, por su color azul-morado intenso, presumiéndose incluso que haya sido utilizado en las pinturas rupestres; sin embargo, dado su procedencia orgánica, no ha perdurado como aconteció con las pinturas realizadas con tobáceas, tan comunes en Santa Cruz.

"Quien come calafates no puede negarlo", reza un proverbio santacruceño, ante algo evidente, puesto que el zumo azul del fruto tiñe tan intensamente los labios y las manos de quien lo come, que vano sería negado. Otro, de la misma procedencia, dice: "Quien come calafates vuelve". Su madera, de dura consistencia, era muy apreciada para fabricar los cabos de las herramientas, tales como: cuchillos, raspadores, punzones, etcétera. Además: cunas, arcos, astiles, soportes para armar los toldos y otros enseres. Durante el traslado de un aike (lugar donde se vive) a otro, las brasas de madera de calafate -por su duración- ocupaban un lugar preferencial. También, para estaquear los cueros, estirar un charqui o hacer un asado al palo era indispensable el uso de esta madera noble.

El calafate fue reparo, comida, bebida, cabo de herramienta, calor, vivienda y cuna de los primitivos habitantes. También remedio y tintura; se extraía el amarillo de las raíces, los verdes de las hojas y el azul-morado del fruto maduro. La destacada artista santacruceña, doña Sofía Vicic de Cépernic, utiliza estas pinturas tradicionales en sus bellas obras de arte, logrando magníficos matices.

El calafate fue y sigue siendo el más útil de los arbustos santacruceños. Por la forma de sus hojas, por el tamaño de sus espinas y por su estructura, podemos clasificarlos en varias especies. Febrero es la época de la madurez plena del fruto, de manera que los niños disfrutan de este manjar a toda hora. En tiempos muy lejanos un grupo de niños tehuelches, de regreso al kau (vivienda, toldo), tras haber pasado el día comiendo calafates en un cañadón, miraban las llamitas mortecinas del fuego apenas encendido hasta que uno de ellos, llamado Tako, rompió el silencio. -Abuela Tama, dinos: ¿Cómo nacen los calafates?

La anciana, sin dejar de sobar el cuero, le respondió: -Nacen de la semilla, crecen, florecen, la flor se hace fruto y contiene muchas semillas, que desparraman los pájaros y los hombres para que nazcan nuevas plantas y así siempre...

Tras un silencio, el niño preguntó:-¿Y cómo nació el primer calafate?

La abuela Tama era quien siempre narraba las tradiciones, especialmente a los niños. Entonces se le iluminaba el rostro curtido por el tiempo y hablaba pausadamente, sin omitir detalle. Concluyó su explicación y creyó satisfecha la curiosidad del pequeño, pero otro niño le solicitó:

-Cuéntanos abuela Tama. ¿Cómo empezó todo? ¿Antes de antes, cuando no había nada, ni siquiera "Güent"?

-Es muy largo de contar -manifestó la anciana-. Hoy les hablaré de Kooch y durante los días siguientes les iré narrando esta hermosa historia de nuestros antepasados. El fuego apenas ardía.

-“Kake keoto aue”-, pidió la abuela Tama y uno  de los niños salió del kau, regresando al instante con un brazado de leña para arrojarlo al fuego, que enseguida alzó una llamita lamiendo la madera. El clima era propicio. -Kooch siempre existió, no tuvo nacimiento ni principio…

-¿Nunca nació? No puedo entenderlo. Alguna vez tuvo que comenzar a vivir-, argumentó Pol, un niño de piel oscura.

-Eso tampoco lo entiendo yo -reconoció la abuela-, pero así me lo contaron mis abuelos y así lo cuento yo. Y continuó narrando: -Nadie lo vio ni lo verá jamás, era como el aire…

-¿Como el aire abuela? Entonces era transparente. ¿No podían tocarlo como nos tocamos nosotros? ¡Qué raro!

-Era como el aire -afirmó la abuela-. Nadie podía tocarlo. Tampoco existía nadie ni para verlo ni para tocarlo.

-¿Si no había nadie, como sabían de él?-, razonó Tankelou.

-Eso es lo que  nos contaron nuestros antepasados y ellos sabían que alguien y de alguna manera creó todo existente y lo organizó.

Los niños aceptaron el misterio para seguir escuchando a la abuela Tama, que continuó: -Desde el principio de todo Kooch estaba rodeado de tinieblas…

-Abuela -interrumpió Atele, una niña de voz suave-, ¿no te dijeron tus abuelos si hubo gente antes de antes…?

-Eso mismo les pregunté cuando yo era niña, como tú -recordó la anciana-, y me respondieron que si hubiese existido, tal vez sería como Kooch, solo espíritu, pero nada sabemos. Bueno -continuó-, como desde la eternidad vivía solo y rodeado de tinieblas, nada podía ver, situación que lo entristeció de  tal manera que comenzó a llorar largamente, con un llano profundo e interminable. Lloró y lloró, tanto que…

-¿Mucho tiempo lloró? ¿Cómo cuánto?-, interrumpió Keóken, una dulce niña de ojos pequeños y vivaces.

-Tanto tiempo que nadie puede contarlo ni imaginarlo siquiera. Nuestra mente no es capaz de calcularlo-, respondió la abuela.

-¿Dejó de llorar, verdad?-, preguntó Otilkel, el más pequeño del grupo.

-Fueron tantas sus lágrimas que formaron el mar, donde comenzó a gestarse la vida para poblar el futuro del mundo, que tal vez ya estaba ideado en la mente de Kooch. Entonces, al ver que el nivel del mar era demasiado alto, dejó  de llorar, dando un profundo suspiro…

-Como Pol cuando llora-, dijo Güenta, mientras todos reían, menos Pol.

-Con ese suspiro -continuó narrando la anciana- dio nacimiento al viento, que agitó las tinieblas logando disiparlas, de manera que Kooch pudo observar la claridad a su alrededor. Este hecho le causó una gran alegría, despertando en él las ansias de seguir creando los restantes elementos que, una vez coordinados, formarían el mundo.

-¿Es el mundo nuestro abuela, con todo lo que hay?-, inquirió Keóken.

-Sí, es este mundo nuestro con todo lo que contiene, pero no es nuestro ni de nadie…

-¿También los guanacos, los pumas, los pájaros...?

-¡Todo! También las piedras, los árboles, los calafates…

-¿El también le puso nombre a las cosas?

-No -respondió sabiamente la abuela Tama-, las cosas no tienen nombre. El nombre de cada cosa o de cada ser se lo damos nosotros para reconocerlo y distinguirlo de los demás.

-¿Y por qué es salado el mar?-, requirió Tankelou.

-El mar es salado porque viene de las lágrimas-, respondió convencida la anciana.

El sol se había ocultado en el oeste, tras la cordillera de los Andes. La magia de los colores jugaba a pintar un cielo distinto y único. En la mente de los niños bullía la idea de desentrañar el misterio de la creación y el tiempo sin medida, mientras se iban durmiendo sobre los kai ajnun (quillango o piel pintado o dibujado).

-Mañana -sentenció la abuela Tama- les seguiré contando la historia de la creación.

-¡Mas itáinko tálenke! (hasta mañana chicos)-, se despidió la anciana.

-¡Mas itáinko koone! (hasta mañana abuela)-, respondieron los niños.

*En Vida y Leyendas Tehuelches, Leyendas Mitológicas, edición del autor, provincia de Santa Cruz, 1998.

 

Ñandú

Avestruz (vulgar)

Choique: palabra introducida por los mapuches.

Oóiu: Nombre dado por los tehuelches, únicos originarios de la Patagonia.

Cuando los charabones se independizan de su padre, lo hacen de a tres, dos hembras y un macho. Antes del año, las dos hembras ponen en el mismo nido, hasta más de veinte huevos cada una. El macho empolla y entierra al borde del nido algunos huevos que romperá cuando comiencen a nacer los pichones. Estos huevos en descomposición atraen a moscas e insectos que serán devorados.

El macho cuidará celosamente a sus pichones o “charitas”, defendiéndose de los atacantes a patadas.

En cada nidada, nacen el doble de hembras. Podemos verificar esto si observamos los huevos, de los alargados nacerán machos, de los más redondeados, hembras.

Es común ver grupitos de tres al lado de la ruta y a veces grupos de múltiplos de tres. En algunos casos que quede una hembra sola, se une a algún trío.

Mario Echeverría Baleta

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