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La Palabra Sábado 7 de Abril de 2018

En busca de… Mario Farinoli, protagonista

Ingeniería doméstica Como si no hubieran pasado las ocho décadas de su vida, sigue entusiasmado construyendo vehículos en pequeñas escalas como los que alguna vez le dieron las mayores satisfacciones en competencias en las que la vocación le daba paso a la creatividad y el ingenio para superar a los demás competidores de los circuitos urbanos. Entre recuerdos, imágenes y tantos coches cuidadosamente protegidos e identificados, recibió a LA PALABRA en su lugar de trabajo artesanal.

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archivo La Palabra Crédito: Dedicación: Apasionadamente Mario Farinoli lleva varias décadas construyendo sus móviles Foto 1 de 3
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archivo La Palabra Crédito: Exhibición: El panel incluye sus variados modelos a suspensión y el historial de las ruedas utilizadas Foto 2 de 3
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archivo La Palabra Crédito: Expectativa: Mario de blanco esperando apoyado al costado del circuito del Club Independiente Foto 3 de 3
Raúl Vigini

Por Raúl Vigini

LP - A los diez años ya los estaba fabricando…

M.F. - Sí, a esa edad más o menos. Los he cambiado, los he vendido. Con Oreste Berta, cuando él apareció con uno -porque nosotros le vendíamos el cuerpo y él hacía todo lo demás, como tenía un torno a disposición pero no siempre lo dejaban trabajar ahí- le cambié alguno. Con el tiempo fuimos fabricando y jugábamos en la pista del Club Independiente, al lado  de donde después hicieron la pileta.

LP - ¿Cómo era la competencia?

M.F. - Nos reuníamos los sábados y domingos. El sábado hacíamos la clasificación, y Marengo -el fabricante de golosinas- venía con un caramelo para cada uno. Había tanta cantidad de gente que había para varias series y después la final. Los ganadores recibían diez caramelos, el segundo nueve, el tercero ocho y así hasta el décimo. En las fotografías estoy con quince años con pantalón corto y otros tenían pantalón largo porque superaban esa edad, pero todos con zapatillas y de blanco. Un tío mío era el comisario deportivo.

LP - ¿Los autos se los fabricada cada uno?

M.F. - Según los casos. Nosotros vendíamos las cajas de cuarenta autos cada uno a Pablo Tranier que estaba en la Ferretería “El Candado”, y a otros que vendían. Los fabricábamos con mi papá, mi hermano, mi tío y mi primo. Ya de chiquitos íbamos a ver con mi abuelo que había donado una parte de la cancha de básquet de Independiente. Habíamos hecho una pista de Turismo Carretera de estos coches. Después la pavimentaron, con ladrillos sobre la tierra, pavimentada y estucada, con peralte y todo. Era de dieciséis metros de largo por cinco de ancho, con ochenta centímetros de borde redondo para poder tirar el auto, pegar en el borde, pegar en la inclinación y que salga a correr. Con una tirada daba la vuelta completa.

LP - Y había otros lugares para probar los modelos…

M.F. - Con mi hermano, que era mayor que yo, íbamos a jugar donde estaba la cruz, que bajaba y subía, donde estaba Vialidad, año cincuenta y cinco, recién inaugurada la ruta treinta y cuatro, tirábamos el autito que estaba bien cargado y por eso no lo podíamos usar en la pista, e hicimos cien metros. Era un auto más poderoso porque el poder se lo daba el plomo. Salíamos cuatro o cinco amigos en bicicleta, y donde encontrábamos una pista, primero corríamos en bicicleta y después con los autitos. Desde de mi casa, cruzábamos todo el campito, íbamos al barrio Nueve de Julio, hasta el Frigorífico de Fasoli, que era el camino de todas las bicicletas de los trabajadores.

LP - ¿De qué material eran los autos?

M.F. - Los primeros autos eran de madera, después el cuerpo se empezó a fundir con aluminio, pero en ambos casos se los cargaba con plomo.

LP - ¿Cómo elegían los modelos para construirlos?

M.F. - Fabriqué los modelos que habían venido a las “500 Millas” cuando corrían en el viejo circuito. Están los de Adolfo Scandroglio a cadena, con motor de avión, “El Pajarón” y otro que vino solo para exhibirse, el de Fangio, el de Ernesto Blanco. Hay con motor atrás. Está el del rafaelino Oberdan Piovano a cárter seco, que después se mató.  

LP - ¿Con que herramientas trabajaba?

M.F. - Martillo, cortafierro, con lo que tenía. Las formas se daban con lija. Y la madera me la había dado un señor cuando tumbaron el camión y le quedaron las varillas. Todavía tengo madera.

LP - ¿Tiene calculado la cantidad de autos que hay en la colección?

M.F. - No… Porque fabricábamos con mi hermano cuando mi tío se fue. Fundíamos desde las seis de la tarde hasta terminar el crisol que era de veinticinco litros. Después teníamos unas marquesinas con fleje -pero el fleje que venía antes- los enganchábamos ahí y pintábamos, luego un muchacho los fileteaba. Eramos cuatro. Y es imposible saber cuántos fueron. Ni cuántos tengo ahora guardados.

LP - ¿Tenían una buena producción?

M.F. - Vendíamos en Rafaela a “El Candado”, a la bicicletería Rigoni, y a otros lugares más. Y por nuestra cuenta también. Trabajábamos como loco.

LP - ¿Eran espectadores firmes en cada “500 Millas”?

M.F. - Sí, en el viejo circuito de tierra. Nos colábamos, éramos toda una vagancia. Había un cerco de lambertianas, nos metíamos entremedio, y cuando pasaba la policía no nos veía, después ya estábamos adentro.

LP - ¿Pudo exhibir la colección?

M.F. - Sí. Estuve en Humboldt en un encuentro de autos antiguos. En Rafaela, algunas escuelas y en la Sociedad Rural. En nuestro Museo Histórico Municipal hay una muestra.

LP - ¿Qué le significó dedicarse toda la vida a este entretenimiento con la misma pasión?

M.F. - De vez en cuando hago alguno. Sería lindo poder mostrarlo y exhibir la cantidad que hay. Tengo paneles con muchísimos modelos de todas las épocas. Antiguos, los midgets, y tantos más.

por Raúl Vigini

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