Por Raúl Vigini
Nació el 17 de marzo de 1926 en su querida ciudad de Rafaela. Los recuerdos afloran desde su barrio Sarmiento hasta los primeros trabajos y la profesión casi exclusiva de relator deportivo. Con 90 años por celebrar, rescata con afecto el entorno familiar y la emoción de su presencia en la competencia automovilística más trascendente del pago como fueron las “300 Indy”. Con la pasión que lo caracteriza narra a LA PALABRA hechos significativos de sus años.
LP - Cuéntenos de su infancia.
L.B. - Una infancia feliz como todas las que aquel tiempo, donde no había tanta exigencia, donde se vivía con absoluta libertad, los chicos tenían su edad: la niñez, la adolescencia. Y se iban marcando esos pasos. Ahora es todo un conjunto… estoy viendo una nieta mía de once años que es una niña porque viene y se pone a mirar los dibujitos de Walt Disney, pero usted la ve desempeñada y ya parece una señora. Entonces le estamos quitando ese tiempo que separa una etapa a otra de la vida. Los estamos acelerando como todos nosotros lo vivimos.
LP - ¿Y ese tiempo cómo fue en el ámbito familiar?
L.B. - Lo viví muy bien, todo en conjunto, en familia. Recuerdo -al menos lo que me llego a grabar en la mente- cosas muy lindas. La escuela Sarmiento, el temor porque había que cruzar la vía para ir. Vivíamos en la calle Chubut que hoy es Carlos Nicola en homenaje a un gran hombre público.
LP - ¿Cómo resolvió el tema de la formación personal?
L.B. - Hice solamente la primaria, en aquel entonces era muy difícil. Además había que empezar a colaborar con algo para traer a la casa. Mi padre trabajaba en una fábrica de escobas, y yo le preparaba los montones de paja que van junto al cabo para darle forma, y a continuación va la paja principal. Después entré en la farmacia Borella como cadete, después estuve de Juan Condrac muchos años que fueron dos períodos, como quince años.
LP - Y ya tenía inquietudes…
L.B. - Se ve que tenía alma de promotor, como que cuando tenía catorce años formé un equipo de fútbol que jugaba en los torneos relámpagos con todos jugadores conocidos y se llamaba American Club.
LP - Si tuviera que pensar en grandes momentos…
L.B. - Las “300 Millas Indy” como caso único e irrepetible, y nostálgico. Los equilibristas alemanes que vinieron, tendieron desde el campanario de la catedral al reloj floral de la plaza 25 de Mayo un cable grueso y allí se movían, iban en moto, ponían la mesa, caminaban. El promotor me habló por la amplificación del sonido y el relato. De acuerdo a lo que yo dije parece que a este hombre le gustó y me llevaron de gira a San Francisco, Córdoba, llegué hasta Mendoza y ya para Chile no pude ir por razones de trabajo y de familia. Ir a Ushuaia a transmitir el título argentino entre Néstor Giovannini y Jorge Salgado que fue una de las peleas más impresionantes. La campaña del Club Atlético de Rafaela la primera vez que ascendió al plano superior. Son algunas que uno retiene más porque se destacan de las otras.
LP - Y algo más debe haber organizado seguramente…
L.B. - Hicimos el Certamen de Cuentos que organizamos con Marcelo Ramello de San Vicente y otro integrante del equipo de Arroyito que falleció. Presentamos a Luis Landriscina, a Fidel Pintos, uno de Salta muy buen cómico y otro de Entre Ríos. Hicimos una gira: Rafaela, San Jorge, San Francisco, e iban actuando de a dos. En nuestra ciudad fue en el Club 9 de Julio.
LP - ¿En cuestiones afectivas y familiares qué destaca de lo vivido?
L.B. - Si tuviera que volver a vivir, quisiera repetir cada día de mi vida. Primero por una razón, como hablamos al principio, una niñez normal, feliz, como todos los chicos de aquel entonces, con cierta libertad de los padres que uno hacía cosas que a lo mejor otros padres no los dejaban… alguna chiquilinada, robar mandarinas, poner el hilito en el picaporte y tocar del otro lado escondido. Y también por la mujer que me tocó. Una compañera… Haylén, no digo que sea la mejor, pero si hay un grupo destacado diría que estaría ella colocada ahí. Con una sabiduría natural, porque leía -un libro en un día- sin descuidar la casa y los trabajos, con una habilidad manual para hacer tortas, cocinaba muy bien, una compañera maravillosa. Formamos una familia, afortunadamente están todos unidos. Los nietos haciéndose cargo de lo que le impone la vida actual: estudiar y generar una profesión porque ya la pala y el rastrillo no lo agarra nadie más. Hay varios que se han recibido y otros que están en pleno estudio. Uno casi médico.
LP - Y tuvo herencia con la profesión de los hijos…
L.B. - Sí, Sergio fue quien más siguió mi camino, Claudio comenzó pero tenía su título y fue haciendo otras cosas.
LP - ¿Qué le queda por hacer o por ver realizado?
L.B. - Qué me puede quedar por hacer… Que se reciba mi nieto de médico…
LP - Alguna reflexión para los que vengan detrás…
L.B. - Sobre todo respeto. No tuteo a nadie, ni aún a los más jóvenes. Porque provengo de una época en la que el respeto era primordial, me acostumbré a eso. Ser siempre honesto, no querer corregir un error con otro error porque después van a ser dos errores. Humildad, haga lo suyo lo mejor que pueda y después que los demás hagan y digan lo que se le antoja. Me basé siempre en eso, en ser sincero, es la mejor manera para que a uno lo entiendan.
LP - ¿Recuerda alguna anécdota?
L.B. - Indudablemente que a lo largo de tantos años, y de tanta vivencia, hay varias, pero rescato una porque puede haber sido producto de un guión de una película. Fuimos a transmitir una pelea al Luna Park y cuando termina nos vamos a Retiro. Mientras subimos la escalera, pateo algo y me pareció un atado de cigarrillos, pero era duro, imaginé una radio, lo abrimos y era una máquina fotográfica. Pensé: me gané el día. La traje porque no podía dársela a nadie entre miles de personas y la dejé en mi casa. Al poco tiempo mi hija Gabriela me dice: papá, por qué no hacemos revelar eso y vemos así podemos usar la máquina. La lleva a revelar y cuando vuelve entra corriendo diciendo que conocía a los de las fotos. Las miro y estaban: Mario Mayo -que había ido a la pelea con Néstor Giovannini- que además vivía enfrente de mi casa cruzando calle, que había pedido prestada la máquina y estaba pagando una nueva para devolverla al dueño. Que yo en Buenos Aires a las dos de la mañana entre medio de un mundo de gente, encuentro lo que perdió mi vecino de enfrente, inexplicable…
LP - Usted fue reconocido en muchos lugares y en muchos momentos en su trayectoria. ¿Para qué sirven esos testimonios?
L.B. - Son estimulantes. No cambia la vida de uno que lo toma con total seriedad. Nadie deja de ver que la entrega de un presente es siempre gratificante porque es una manera de reconocer el trabajo que uno hace. Pero no le doy más importancia que esa. Mi vida fue siempre de cosas lindas, por eso soy un agradecido y cada vez que paso por la iglesia entro a agradecerle a Dios, no queda otra.
por Raúl Vigini
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